Octojin
El terror blanco
Ayer, 01:07 AM
El chirrido de la grúa al moverse lentamente por el puerto de Loguetown resonaba como música para los oídos de Octojin. Desde lo alto, sobre el puente de control del inmenso vehículo que transportaba un majestuoso indiaman, el tiburón contemplaba cómo la nave descendía lentamente hacia el agua. El sol del mediodía arrancaba destellos de las impecables maderas barnizadas y las velas blanquísimas del barco. Para Octojin, aquella nave no era solo un encargo; era una obra de arte flotante, una prueba tangible de lo que el esfuerzo combinado de la ingeniería y la pasión podían lograr.
Había sido un camino increíblemente corto en cuanto a metros pero largo en cuanto a tiempo. Del astillero al muelle donde descendió el barco no habían más de quinientos metros, pero la grúa había tardado como cuatro horas en mover aquella cantidad de peso que era el barco. Pero cualquier mimo era poco para aquella obra de arte.
Al llegar al muelle, la grúa se detuvo con un último y solemne crujido. Octojin saltó al suelo con agilidad, a pesar de su imponente tamaño, y se quedó unos instantes mirando el indiaman ya amarrado al muelle. La línea perfecta de su casco, los intrincados detalles en la popa y el mascarón de proa, tallado con una precisión exquisita, lo tenían completamente fascinado. No es porque fuera suyo, que también, pero era una auténtica obra de arte tallado por los mejores carpinteros de la isla.
—Es una belleza —murmuró para sí mismo, permitiéndose un momento de orgullo antes de girar hacia el barco y acercarse para inspeccionarlo más de cerca.
Se detuvo junto a la proa, admirando el mascarón tallado con precisión, una figura que parecía a punto de cobrar vida bajo los rayos del sol. La madera barnizada brillaba como un espejo, reflejando las olas que rompían suavemente contra el muelle. Era un trabajo que no solo destacaba por su funcionalidad, sino también por su estética. Cada pulgada de aquel barco hablaba de dedicación y excelencia. Y es que tenía bien claro que era el mejor en lo suyo.
No tardó mucho tiempo en ver a Silver a lo lejos. Hacía tiempo que no se veían… ¿Dónde quedaron aquellas aventuras juntos? Cuando estuvo relativamente cerca, el tiburón alzó la mano y me dio un abrazo cálido.
—¡Flipé cuando recibí este encargo! —le dijo, con una sonrisa de oreja a oreja— Mira qué joya. Con esto cualquiera puede ir donde quiera a toda velocidad.
Octojin palmeó el costado del indiaman con una de sus enormes manos, produciendo un sonido sordo que resonó como una campana. Era un momento de satisfacción genuina, el tipo de momento que hacía que todos los esfuerzos valieran la pena. Lo hizo para que Silver viera que no había escatimado en materiales, aunque no tenía claro que lo hubiese entendido así.
Sabía que este era solo el primero de varios barcos encargados, pero había algo especial en esta nave en particular. Había trabajado duro para asegurarse de que cada detalle estuviera perfectamente alineado con lo que el comprador había pedido, desde el diseño del casco reforzado hasta las velas diseñadas para resistir los vientos más salvajes. A fin de cuentas, el primero era el más importante. Si estaba perfecto, Silver depositaría su confianza en él, de lo contrario, anularía el trato.
—Y los demás están en camino —dijo en voz alta, casi como si necesitara oírlo para creerlo del todo. Había algo emocionante en la idea de ver toda una flota de barcos construidos con el mismo nivel de cuidado y atención al detalle. Pero este, el primero, siempre tendría un lugar especial en su memoria.
No pudo evitar preguntarse qué haría su cliente con una flota completa de indiaman. La idea lo hacía sonreír, imaginando aventuras épicas en alta mar, batallas contra piratas o incluso la exploración de tierras desconocidas.
—¿Una armada? ¿Un negocio mercante? —se preguntó, cruzándose de brazos mientras seguía admirando la nave—. O tal vez algo completamente loco, como un país flotante. Sea lo que sea, espero que me invites al menos a una copa cuando lo consiga.
El tiburón subió al barco por la pasarela, decidido a revisar cada rincón una última vez antes de entregar la nave, invitando a su comprador, su amigo Silver, a verlo con él. El interior no tenía desperdicio. La bodega, amplia y bien organizada, estaba diseñada para maximizar el espacio sin comprometer la estabilidad del barco. Las cabinas eran cómodas, pero funcionales, con un diseño que mezclaba lo práctico con lo estético. La cubierta, por su parte, estaba equipada con cañones y otros elementos que hacían del indiaman no solo una nave de transporte, sino también un barco capaz de defenderse en caso de peligro. ¿De qué valía la rapidez si no se podía defender?
Cada detalle era un recordatorio del arduo trabajo que había llevado a cabo junto a su equipo para cumplir con las especificaciones exactas del encargo. Octojin era un constructor de barcos por profesión, y su experiencia con naves de todo tipo y su amor por el mar le habían dado una habilidad innata para entender lo que hacía falta en un buen barco.
—Esto dominará las olas, seguro —dijo con una sonrisa mientras regresaba a la cubierta principal.
Antes de abandonar el barco, el escualo se detuvo junto al mástil principal, alzó la vista y observó cómo las velas colgaban con elegancia. Era un símbolo de potencial, una promesa de velocidad y libertad en alta mar. Un excelente recuerdo de que todo era posible en la vida.
De regreso al muelle, echó un último vistazo al indiaman desde la distancia. Había algo profundamente satisfactorio en ver la culminación de un proyecto como aquel, y saber que estaba destinado a grandes cosas. Su único límite era el que le quisieran poner.
—Espero que seas tratado como te mereces, amigo —murmuró, dirigiéndose al barco como si pudiera escucharlo—. Porque estás hecho para la grandeza.
Con una última sonrisa, Octojin se giró y comenzó a caminar hacia proa, saltando al suelo desde ahí y esperando cerrar el trato con Silver. Aquel era el primero de muchos.
Había sido un camino increíblemente corto en cuanto a metros pero largo en cuanto a tiempo. Del astillero al muelle donde descendió el barco no habían más de quinientos metros, pero la grúa había tardado como cuatro horas en mover aquella cantidad de peso que era el barco. Pero cualquier mimo era poco para aquella obra de arte.
Al llegar al muelle, la grúa se detuvo con un último y solemne crujido. Octojin saltó al suelo con agilidad, a pesar de su imponente tamaño, y se quedó unos instantes mirando el indiaman ya amarrado al muelle. La línea perfecta de su casco, los intrincados detalles en la popa y el mascarón de proa, tallado con una precisión exquisita, lo tenían completamente fascinado. No es porque fuera suyo, que también, pero era una auténtica obra de arte tallado por los mejores carpinteros de la isla.
—Es una belleza —murmuró para sí mismo, permitiéndose un momento de orgullo antes de girar hacia el barco y acercarse para inspeccionarlo más de cerca.
Se detuvo junto a la proa, admirando el mascarón tallado con precisión, una figura que parecía a punto de cobrar vida bajo los rayos del sol. La madera barnizada brillaba como un espejo, reflejando las olas que rompían suavemente contra el muelle. Era un trabajo que no solo destacaba por su funcionalidad, sino también por su estética. Cada pulgada de aquel barco hablaba de dedicación y excelencia. Y es que tenía bien claro que era el mejor en lo suyo.
No tardó mucho tiempo en ver a Silver a lo lejos. Hacía tiempo que no se veían… ¿Dónde quedaron aquellas aventuras juntos? Cuando estuvo relativamente cerca, el tiburón alzó la mano y me dio un abrazo cálido.
—¡Flipé cuando recibí este encargo! —le dijo, con una sonrisa de oreja a oreja— Mira qué joya. Con esto cualquiera puede ir donde quiera a toda velocidad.
Octojin palmeó el costado del indiaman con una de sus enormes manos, produciendo un sonido sordo que resonó como una campana. Era un momento de satisfacción genuina, el tipo de momento que hacía que todos los esfuerzos valieran la pena. Lo hizo para que Silver viera que no había escatimado en materiales, aunque no tenía claro que lo hubiese entendido así.
Sabía que este era solo el primero de varios barcos encargados, pero había algo especial en esta nave en particular. Había trabajado duro para asegurarse de que cada detalle estuviera perfectamente alineado con lo que el comprador había pedido, desde el diseño del casco reforzado hasta las velas diseñadas para resistir los vientos más salvajes. A fin de cuentas, el primero era el más importante. Si estaba perfecto, Silver depositaría su confianza en él, de lo contrario, anularía el trato.
—Y los demás están en camino —dijo en voz alta, casi como si necesitara oírlo para creerlo del todo. Había algo emocionante en la idea de ver toda una flota de barcos construidos con el mismo nivel de cuidado y atención al detalle. Pero este, el primero, siempre tendría un lugar especial en su memoria.
No pudo evitar preguntarse qué haría su cliente con una flota completa de indiaman. La idea lo hacía sonreír, imaginando aventuras épicas en alta mar, batallas contra piratas o incluso la exploración de tierras desconocidas.
—¿Una armada? ¿Un negocio mercante? —se preguntó, cruzándose de brazos mientras seguía admirando la nave—. O tal vez algo completamente loco, como un país flotante. Sea lo que sea, espero que me invites al menos a una copa cuando lo consiga.
El tiburón subió al barco por la pasarela, decidido a revisar cada rincón una última vez antes de entregar la nave, invitando a su comprador, su amigo Silver, a verlo con él. El interior no tenía desperdicio. La bodega, amplia y bien organizada, estaba diseñada para maximizar el espacio sin comprometer la estabilidad del barco. Las cabinas eran cómodas, pero funcionales, con un diseño que mezclaba lo práctico con lo estético. La cubierta, por su parte, estaba equipada con cañones y otros elementos que hacían del indiaman no solo una nave de transporte, sino también un barco capaz de defenderse en caso de peligro. ¿De qué valía la rapidez si no se podía defender?
Cada detalle era un recordatorio del arduo trabajo que había llevado a cabo junto a su equipo para cumplir con las especificaciones exactas del encargo. Octojin era un constructor de barcos por profesión, y su experiencia con naves de todo tipo y su amor por el mar le habían dado una habilidad innata para entender lo que hacía falta en un buen barco.
—Esto dominará las olas, seguro —dijo con una sonrisa mientras regresaba a la cubierta principal.
Antes de abandonar el barco, el escualo se detuvo junto al mástil principal, alzó la vista y observó cómo las velas colgaban con elegancia. Era un símbolo de potencial, una promesa de velocidad y libertad en alta mar. Un excelente recuerdo de que todo era posible en la vida.
De regreso al muelle, echó un último vistazo al indiaman desde la distancia. Había algo profundamente satisfactorio en ver la culminación de un proyecto como aquel, y saber que estaba destinado a grandes cosas. Su único límite era el que le quisieran poner.
—Espero que seas tratado como te mereces, amigo —murmuró, dirigiéndose al barco como si pudiera escucharlo—. Porque estás hecho para la grandeza.
Con una última sonrisa, Octojin se giró y comenzó a caminar hacia proa, saltando al suelo desde ahí y esperando cerrar el trato con Silver. Aquel era el primero de muchos.