Katharina von Steinhell
von Steinhell
Ayer, 09:13 PM
Insípido, corriente, vulgar.
O eso pensé.
Alguno pensará que me estoy refiriendo a esta isla pordiosera y, si bien esta afirmación es completamente cierta, no me refiero a Loguetown. El café que me ha traído la mesera carece de gracia, escasea de sabor. Me da la impresión de que solo han juntado los granos de café, los han molido y la mezcla diluida en agua. Ningún tratamiento especial, ningún curado diferenciador. Por eso es que la gente pobre continúa en su miserable estado de pobreza, pues no reúnen las características esenciales de quien se distingue en esta sociedad: un estado intelectual ampliamente superior.
Levanto la mirada, mis ojos reflejando el hastío que invade mi interior. Descubro que un chico me mira como si fuera el animal exótico del zoológico. Le dedico una mirada fría y tajante, una mirada que penetraría hasta las más gruesas capas de acero. Y no es que lo haga por complacer al muchacho, sino porque una von Steinhell como yo jamás perdería un duelo de miradas, mucho menos con alguien aparentemente insignificante. Aun así, me arriesgaría a decir que las apariencias engañan. A diferencia de la mesera, llorona y considerablemente humilde, este chico rebosa… ambición. Puedo olerlo en él. ¿Y cómo no podría hacerlo? Una bestia reconoce a otra cuando la huele, cuando la ve.
Me pongo de pie, mis prendas siguiendo con coordinación grácil mis elegantes movimientos. Puede que lo hubiera perdido todo, que ya no viviese en un palacio ni tuviera sirvientes, pero quien nace en cuna de oro trae consigo un sello diferenciador único que lo distingue de la plebe. Me dispongo a abandonar este lugar cuando la mesera me interrumpe, sus ojos vomitando fuego y su lengua inquisidora acusándome de ladrona.
-¡Señorita, te estás yendo sin pagar el café! ¡Deja el dinero en el mostrador y vete! Ya no eres bienvenida aquí -me acusa, llamando innecesariamente la atención del público. Montar una escena así conmigo de protagonista… ¿Acaso no se da cuenta de que mi presencia ha costeado con creces el absurdo café que me ha servido?
-Soy influencer -le respondo, imitando el lenguaje vulgar de los jóvenes de hoy en día. La verdad es que no sé lo que significa, pero esta palabra mágica suele tener un efecto en la gente que atiende restaurantes y cafeterías-. No puedes cobrarme.
-¿Y a mí qué? ¡Paga o llamaré a la Marina! -me amenaza.
Debí haberlo imaginado: los pobres son inmunes a la magia.
-¿Cómo hace la locomotora? -le pregunto de inmediato. Otro conjuro verbal irremediablemente útil, incluso con los pobres.
-¿Ah? -me responde, intentando comprender el sentido de mis palabras.
Mientras la mesera piensa en lo que le acabo de decir, aprovecho la oportunidad y corro hacia la salida. Utilizar un vestido como este para un sprint es… incómodo, pero nada me detiene y en breves me encuentro en la salida. Escucho gritos a mi espalda, gritos que suplican mi detención, pero ya estoy lo suficientemente lejos como para ser atrapada.