Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Hace 6 horas
Un nuevo amanecer se filtró a través de las copas de los árboles, proyectando un mosaico de luz y sombra sobre el suelo de la selva. Ragn se despertó con el cuerpo pesado y adolorido, pero su mente estaba enfocada. Era su último día de entrenamiento en este lugar , y aunque su cuerpo clamaba por descanso, su espíritu no le permitiría ceder. Este era el día para consolidar todo lo que había aprendido, para superar los límites que creía insuperables, y para emerger como una versión más poderosa de sí mismo. Se levantó lentamente, sintiendo cómo cada músculo protestaba con un dolor punzante. Las cicatrices y hematomas eran testigos de su ardua lucha contra la selva, pero también eran trofeos de su perseverancia. Bebió de un pequeño manantial cercano, el agua fría revitalizándolo momentáneamente, antes de prepararse para las pruebas que había planeado. Cada desafío que enfrentaría hoy sería una culminación de sus semanas de entrenamiento, una síntesis de fuerza, resistencia, agilidad y, sobre todo, voluntad. La primera tarea de Ragn era una prueba de resistencia pura. Había encontrado una enorme roca, casi del tamaño de su torso, durante sus exploraciones previas. La roca era irregular, con bordes que cortaban la piel si no se manejaba con cuidado. La había marcado como el núcleo de su entrenamiento final: debía cargarla hasta la cima de una colina cercana, una pendiente empinada cubierta de raíces y barro resbaladizo. Ragn se agachó y rodeó la roca con ambos brazos, sus bíceps tensándose al máximo mientras intentaba levantar el peso muerto del suelo. Sus piernas se flexionaron, y con un rugido de esfuerzo, la levantó hasta su pecho. El primer paso fue el más difícil, sus pies hundiéndose ligeramente en el terreno fangoso. Cada paso que daba requería un equilibrio cuidadoso para evitar caer o perder el control de la roca.
El sudor comenzó a empapar su cuerpo en cuestión de minutos, mezclándose con la suciedad que cubría su piel. La pendiente se hacía más pronunciada con cada metro, obligándolo a detenerse brevemente para recuperar el aliento. Su respiración era pesada, y cada exhalación formaba pequeñas nubes de vapor en el aire fresco de la mañana. Su mente, sin embargo, permanecía enfocada. — Un paso más.— Se repetía una y otra vez, como un mantra que lo mantenía en movimiento. A medida que ascendía, las raíces de los árboles se convertían en obstáculos, pero también en herramientas. Utilizó una raíz gruesa para impulsarse hacia adelante, sus piernas temblando bajo el peso de la roca. La cima parecía inalcanzable al principio, pero con cada metro recorrido, la distancia se acortaba. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegó a la cima. Con un último grito de esfuerzo, arrojó la roca al suelo, donde se estrelló con un estruendo sordo. Ragn cayó de rodillas, jadeando, pero con una chispa de satisfacción en sus ojos. Había superado la primera prueba. Sin darle mucho tiempo a su cuerpo para recuperarse, Ragn se dirigió a un área cercana donde los árboles jóvenes crecían en abundancia. Había identificado un grupo de troncos del grosor de su muslo, lo suficientemente resistentes para representar un desafío, pero no imposibles de partir. Esta prueba era simple en su concepto pero brutal en su ejecución: debía partir al menos diez troncos con sus propias manos, utilizando únicamente su fuerza bruta y su maza improvisada. Tomó su maza, cuyos bordes estaban desgastados por el uso constante, y se posicionó frente al primer tronco. Sus manos, ya endurecidas por semanas de trabajo, se cerraron firmemente alrededor del mango. Con un rugido que reverberó en la selva, descargó el primer golpe. La madera crujió, pero no se partió. Ragn retrocedió, ajustó su postura y golpeó de nuevo, esta vez con más fuerza y precisión. El tronco finalmente cedió, partiéndose en dos. Cada tronco requería un esfuerzo monumental. A medida que avanzaba, su cuerpo respondía con mayor lentitud, los músculos adoloridos acumulando ácido láctico. Pero su mente permanecía enfocada, impulsada por una determinación férrea. Golpe tras golpe, tronco tras tronco, su respiración se volvía más pesada y su maza más difícil de manejar. Al llegar al último tronco, sintió que su cuerpo estaba al límite. Sin embargo, con un grito final, descargó un golpe devastador que partió el tronco en dos mitades limpias.
Ragn dejó caer la maza, sus manos temblando por el esfuerzo. Su pecho subía y bajaba rápidamente mientras intentaba recuperar el aliento. Se permitió un breve momento para observar su obra: una pila de madera partida que simbolizaba no solo su fuerza física, sino también su capacidad para perseverar ante el agotamiento. La siguiente prueba era un circuito que había diseñado durante los primeros días de su entrenamiento. Era una carrera a través de un terreno accidentado, lleno de obstáculos naturales como raíces, ramas bajas, y troncos caídos. La ruta también incluía un tramo donde debía trepar por una pared rocosa y otro donde debía cruzar un río angosto pero caudaloso. Ragn comenzó la carrera con un sprint, sus pies golpeando el suelo con fuerza mientras esquivaba raíces y ramas. Cada paso era una prueba de su equilibrio y coordinación, habilidades que había mejorado enormemente durante su tiempo en la selva. Al llegar al tramo de la pared rocosa, se lanzó hacia arriba con una explosión de fuerza, sus manos encontrando agarres pequeños pero seguros en la superficie. Sus brazos y piernas trabajaron al unísono, impulsándolo hacia la cima con movimientos rápidos y fluidos. El tramo más desafiante fue el río. La corriente era más fuerte de lo que recordaba, y las piedras resbaladizas bajo sus pies complicaban el cruce. Utilizó un palo largo como apoyo, clavándolo en el lecho del río para estabilizarse. Cada paso era una lucha contra la corriente, pero finalmente llegó al otro lado, empapado pero ileso. Cuando cruzó la línea imaginaria que marcaba el final del circuito, Ragn se desplomó contra un árbol cercano, jadeando. Había completado la prueba, pero cada fibra de su ser estaba agotada. Después de las pruebas físicas, Ragn sabía que debía fortalecer también su mente. Encontró un lugar tranquilo junto a un estanque, donde se sentó con las piernas cruzadas y cerró los ojos. La meditación no era algo que viniera naturalmente a él, pero había aprendido a apreciarla como una herramienta para calmar su mente y recuperar el enfoque. Con cada respiración, visualizó los desafíos que había enfrentado ese día y los transformó en lecciones. Recordó el peso de la roca, el impacto de la maza, y el frío del río, permitiendo que cada experiencia se integrara en su ser. Las palabras de Nosha volvieron a su mente, recordándole que no estaba solo en su viaje. Esta conexión con algo más grande que él le dio una sensación de paz que rara vez experimentaba.
Cuando el sol comenzó a ponerse, tiñendo la selva de un dorado cálido, Ragn supo que había completado su entrenamiento. Su cuerpo estaba agotado, cubierto de sudor, sangre y tierra, pero su espíritu era inquebrantable. Había enfrentado y superado las pruebas más duras que podía imaginar, forjándose en el crisol de la selva.
Se dirigió a su campamento una última vez, donde encendió una fogata y se preparó para descansar. Mientras observaba las llamas danzar, permitió que una sonrisa ligera cruzara su rostro. Había llegado al límite y había salido victorioso. Mañana comenzaría un nuevo capítulo, pero hoy celebraría el guerrero en el que se había convertido.
El sudor comenzó a empapar su cuerpo en cuestión de minutos, mezclándose con la suciedad que cubría su piel. La pendiente se hacía más pronunciada con cada metro, obligándolo a detenerse brevemente para recuperar el aliento. Su respiración era pesada, y cada exhalación formaba pequeñas nubes de vapor en el aire fresco de la mañana. Su mente, sin embargo, permanecía enfocada. — Un paso más.— Se repetía una y otra vez, como un mantra que lo mantenía en movimiento. A medida que ascendía, las raíces de los árboles se convertían en obstáculos, pero también en herramientas. Utilizó una raíz gruesa para impulsarse hacia adelante, sus piernas temblando bajo el peso de la roca. La cima parecía inalcanzable al principio, pero con cada metro recorrido, la distancia se acortaba. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegó a la cima. Con un último grito de esfuerzo, arrojó la roca al suelo, donde se estrelló con un estruendo sordo. Ragn cayó de rodillas, jadeando, pero con una chispa de satisfacción en sus ojos. Había superado la primera prueba. Sin darle mucho tiempo a su cuerpo para recuperarse, Ragn se dirigió a un área cercana donde los árboles jóvenes crecían en abundancia. Había identificado un grupo de troncos del grosor de su muslo, lo suficientemente resistentes para representar un desafío, pero no imposibles de partir. Esta prueba era simple en su concepto pero brutal en su ejecución: debía partir al menos diez troncos con sus propias manos, utilizando únicamente su fuerza bruta y su maza improvisada. Tomó su maza, cuyos bordes estaban desgastados por el uso constante, y se posicionó frente al primer tronco. Sus manos, ya endurecidas por semanas de trabajo, se cerraron firmemente alrededor del mango. Con un rugido que reverberó en la selva, descargó el primer golpe. La madera crujió, pero no se partió. Ragn retrocedió, ajustó su postura y golpeó de nuevo, esta vez con más fuerza y precisión. El tronco finalmente cedió, partiéndose en dos. Cada tronco requería un esfuerzo monumental. A medida que avanzaba, su cuerpo respondía con mayor lentitud, los músculos adoloridos acumulando ácido láctico. Pero su mente permanecía enfocada, impulsada por una determinación férrea. Golpe tras golpe, tronco tras tronco, su respiración se volvía más pesada y su maza más difícil de manejar. Al llegar al último tronco, sintió que su cuerpo estaba al límite. Sin embargo, con un grito final, descargó un golpe devastador que partió el tronco en dos mitades limpias.
Ragn dejó caer la maza, sus manos temblando por el esfuerzo. Su pecho subía y bajaba rápidamente mientras intentaba recuperar el aliento. Se permitió un breve momento para observar su obra: una pila de madera partida que simbolizaba no solo su fuerza física, sino también su capacidad para perseverar ante el agotamiento. La siguiente prueba era un circuito que había diseñado durante los primeros días de su entrenamiento. Era una carrera a través de un terreno accidentado, lleno de obstáculos naturales como raíces, ramas bajas, y troncos caídos. La ruta también incluía un tramo donde debía trepar por una pared rocosa y otro donde debía cruzar un río angosto pero caudaloso. Ragn comenzó la carrera con un sprint, sus pies golpeando el suelo con fuerza mientras esquivaba raíces y ramas. Cada paso era una prueba de su equilibrio y coordinación, habilidades que había mejorado enormemente durante su tiempo en la selva. Al llegar al tramo de la pared rocosa, se lanzó hacia arriba con una explosión de fuerza, sus manos encontrando agarres pequeños pero seguros en la superficie. Sus brazos y piernas trabajaron al unísono, impulsándolo hacia la cima con movimientos rápidos y fluidos. El tramo más desafiante fue el río. La corriente era más fuerte de lo que recordaba, y las piedras resbaladizas bajo sus pies complicaban el cruce. Utilizó un palo largo como apoyo, clavándolo en el lecho del río para estabilizarse. Cada paso era una lucha contra la corriente, pero finalmente llegó al otro lado, empapado pero ileso. Cuando cruzó la línea imaginaria que marcaba el final del circuito, Ragn se desplomó contra un árbol cercano, jadeando. Había completado la prueba, pero cada fibra de su ser estaba agotada. Después de las pruebas físicas, Ragn sabía que debía fortalecer también su mente. Encontró un lugar tranquilo junto a un estanque, donde se sentó con las piernas cruzadas y cerró los ojos. La meditación no era algo que viniera naturalmente a él, pero había aprendido a apreciarla como una herramienta para calmar su mente y recuperar el enfoque. Con cada respiración, visualizó los desafíos que había enfrentado ese día y los transformó en lecciones. Recordó el peso de la roca, el impacto de la maza, y el frío del río, permitiendo que cada experiencia se integrara en su ser. Las palabras de Nosha volvieron a su mente, recordándole que no estaba solo en su viaje. Esta conexión con algo más grande que él le dio una sensación de paz que rara vez experimentaba.
Cuando el sol comenzó a ponerse, tiñendo la selva de un dorado cálido, Ragn supo que había completado su entrenamiento. Su cuerpo estaba agotado, cubierto de sudor, sangre y tierra, pero su espíritu era inquebrantable. Había enfrentado y superado las pruebas más duras que podía imaginar, forjándose en el crisol de la selva.
Se dirigió a su campamento una última vez, donde encendió una fogata y se preparó para descansar. Mientras observaba las llamas danzar, permitió que una sonrisa ligera cruzara su rostro. Había llegado al límite y había salido victorioso. Mañana comenzaría un nuevo capítulo, pero hoy celebraría el guerrero en el que se había convertido.