Asradi
Völva
21-11-2024, 06:26 PM
A juzgar por las expresiones en su rostro, les había pillado desprevenidos. Había acertado a uno sin ningún tipo de dificultad, provocando que el cuchillo saliese volando hacia el suelo mientras escuchaba los gritos y los improperios de sorpresa. Sí, era una sirena, pero podía ser un demonio si le tocaban más las narices. O, peor aún, si ponían a esa niña y a su madre en peligro. Vió como el otro tipo agarraba el cuchillo y la pelinegra entornó la mirada hacia él, como un depredador que había avistado a una nueva presa. La expresión de la sirena era no solo seria, sino que había una gelidez innata en su mirada. No solía ser impulsiva, pero no soportaba a esa clase de personas que abusaban de otros solo por ser más fuertes, o tener malas intenciones.
— ¡No, no vayas! — Lo que no se esperó fue el movimiento repentino de la niña, que se habia soltado del abrazo y protección de su madre para ir a ayudarla. Los ojos de la sirena se abrieron de par en par, en una mezcla de gélida indignación y preocupación cuando la infante fue atrapada por los brazos de aquel desgraciado.
Asradi apretó tanto los dientes que casi chirriaron de pura rabia contenida al ver como el cuchillo amenazaba la tierna piel y carne infantil. ¿Quién podía ser tan desalmado para amenazar a una niña? A una criatura que nada había hecho. La mirada de la sirena pasó de uno a otro. Del tipo a la niña y viceversa.
— Suéltala. O te juro que te vas a arrepentir. — Estaba que se la llevaban los malditos demonios de Hel. No podía soportar esas cosas.
Y, al mismo tiempo, no podía hacer algún movimiento brusco o pondría en serio peligro a la niña. Si algo le pasaba, no se lo perdonaría nunca.
— Ya has visto lo que le hice a tu compañero. Puedo perforarte el cráneo antes de que logres, tan siquiera, rozarla. — Era una amenaza en toda regla. Podía hacerlo sí, aunque quizás se estaba marcando un farol solo para que el otro titubease y, quizás, tuviese algo de suerte si lograba bajar la guardia.
Asradi sentía que el corazón le iba a mil por hora a causa de la adrenalina. O, más bien, de los nervios por el bienestar de la niña.
— Suéltala y te prometo que no te pasará nada. — Y, para demostrarlo, hizo lo que el otro le dijo. Puso las manos tras la espalda y, aunque no se tiró de inmediato al suelo, sí que se encogió un poco como si fuese hacerlo.
De todas maneras, no apartaba la vista ni el resto de sus sentidos de aquella situación.