Ubben Sangrenegra
Loki
21-11-2024, 06:46 PM
Los caminos de la vida resultaron dificiles de andar, de caminarlos y no encontraba la salida... con elogios, sonrisas y agradecimientos que, lejos de reconfortarlo, le erizaban la piel como si se tratase de un gato asustado. Ubben no estaba hecho para este tipo de atención, no después de años perfeccionando el arte de ser un fantasma entre las sombras y tratar de llamar la atención lo menos posible. Caminaba por las calles iluminadas de Okyot, con el rostro descubierto y su blanca cabellera reflejando los rayos del sol, pero no se sentía él mismo. Las risas y saludos de los aldeanos, aunque bien intencionados, lo hacían sentir como un lobo disfrazado de cordero, fuera de su elemento.
Mientras continuaba, su mandíbula bruxando y su mirada dorada fija al frente intentaban disuadir a los más entusiastas, aunque sin mucho éxito. Por cada tres pasos, alguien más se le acercaba para agradecerle o simplemente estrechar su mano. —Rubio de mierda... y la maldita madre que te re mil parió... "Ubben, el héroe"... Pelotudo cabeza de músculos… si no cocinases tan bien ya te habría…— murmuraba entre dientes, a un ritmo de sus palabras tan rápido como el de su irritación. Finalmente, soltó un suspiro frustrado y alzó la vista, observando la felicidad en los rostros de las personas que le saludaban. —A quién engaño... no se siente tan mal poder caminar sin esconderse— admitió con un deje de nostalgia en su tono, en un susurro para sí mismo.
No podía evitar reconocer que había algo liberador en no tener que preocuparse constantemente de que lo reconocieran. Era extraño caminar con el rostro al descubierto, sus cabellos blancos ondeando al viento, y no sentir ese cuchicheo a sus espaldas o la mirada de sospecha de algún pueblerino, o peor aún, que la marina le reconociese y la cacería comience otra vez. La victoria sobre la monarquía de la isla había cambiado su percepción pública, y Rag se había encargado de propagar la imagen de "Ubben, el héroe", algo que todavía le costaba asimilar.
Sin embargo, aunque el panorama había cambiado, su naturaleza seguía siendo la misma. Las miradas constantes, los gritos, los chiflidos, y especialmente los niños revoloteando a su alrededor, terminaron por hacer mella en sus nervios. Su mente le gritaba a pleno pulmón ¡ESCAPA!, mientras su instinto lo empujaba a quedarse. Era un conflicto interno que pocas veces experimentaba, una lucha entre el hombre que había aprendido a sobrevivir entre las sombras y aquel que, por un breve momento, había saboreado la luz. Finalmente, la presión fue demasiada. Ubben giró bruscamente hacia un callejón y se internó en él, dejando atrás la algarabía. Apoyó la espalda contra la pared, cerró los ojos y tomó una profunda bocanada de aire. El silencio momentáneo era una paz indescriptible para él. —No puedo seguir así...— murmuró para sí mismo. Siempre que tenía que estar al ojo publico, se preparaba mentalmente antes, y la fachada que mostraba le servía como muralla ante el la exposición con la gente, sin embargo en éste caso no tuvo tiempo, ni vió venir el cálido recibimiento que le dieron.
Entonces, un recuerdo fugaz cruzó su mente: la noche en la que había escalado al techo de la taberna para disfrutar del cielo estrellado en compañía del Solarian rubio. Ese pensamiento le arrancó una sonrisa ladina y, con ella, llegó la solución a su problema. —Por los tejados... Claro, es obvio. ¿Por qué no lo pensé antes?— Pensó, mientras alzaba la mirada buscando los tejados. Sin más preámbulos, Ubben ajustó su cinturón y, tras calcular la altura de los muros que lo rodeaban y tomó impulso. Sus movimientos, como si de un un gato acostumbrado a este tipo de maniobras, en un par de ágiles saltos impulsandose de pared en pared, le llevaron a alcanzar el tejado, que no estaba a más de siete u ocho metros de altura. Desde allí, el mundo adquirió una perspectiva diferente. La brisa fresca acariciaba su rostro, y la libertad que sentía le devolvió el control que tanto anhelaba.
Sonriendo para sí mismo, comenzó a correr por los tejados, disfrutando del ritmo de sus pasos y la sensación de volar por encima de la ciudad. Algunas personas desde la calle lo señalaban, pero él apenas les prestaba atención. En esos momentos, lo único que importaba era el placer de moverse con libertad, de sentir el aire llenando sus pulmones y de saberse fuera del alcance de las multitudes. A lo lejos, divisó a Umi, el enorme pescado en esteroides que destacaba como un faro entre la multitud. Ubben aceleró el paso, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. Decidido a hacer una entrada dramática y sin carcular demasiado su salto, se impulsó desde el último tejado a unos 12 metros de altura, con la intención de aterrizar sobre el hombro de su compañero.
—¡No, no, no, no!— gritó mientras todo salía terriblemente mal. Justo en el momento de su salto, Umi comenzó a sentarse, dejando a Ubben sin un punto de aterrizaje claro. El bribón de ojos dorados pasó de largo, su grito resonando en el aire, y terminó estrellándose contra el suelo con un sonido que, para su ego, fue más doloroso que el impacto en sí. Cayó como un saco de papas, rodando un par de veces antes de quedar tendido de espaldas, mirando el cielo. —Llegué...— Fueron las únicas palabras que salieron de su boca, mientras luchaba por mantenerse digno... sin lograrlo.