[Diario] Lo que la vida nos depara

¿Vino? ¿Había pedido vino? Bueno, lo sorprendente no era eso, sino que hubiera omitido el habitual refresco con el que acompañaba aquella exquisitez. Los calimochos que Iris se preparaba cuando aún estaban en Jaya eran conocidos por todos. Llevaba tanto tiempo haciéndolos que medía con ojo de cirujano las cantidades justas para conseguir lo que se proponía: un pelotazo de cuidado. Claro que, como cualquiera se podría imaginar, el vino que se usaba en la isla que los vio crecer no tendría nada que ver con el que servían en un sitio tan sibarita como ese. Lo cierto es que no había hecho caso a las señales —que fueron muchas— antes de sentarse, pero estaba claro que desentonaban en aquel garito tanto como un reloj de oro en un bareto de la Isla sin Ley.

La mirada de Angelo alternó entre la atacada camarera y su sister, a quien miró con el ceño fruncido. Se mantuvo en silencio lo justo y necesario para que la muchacha se encontrase lo suficientemente lejos como para no escucharle.

—Pero serás guarra —le dijo, indignado—. ¿Cómo que el especialito de la familia? Te llevo a un sitio con clase y así me lo pagas.

La indignación le duró apenas unos segundos, claro. Casi en el momento en que estaba terminando la frase ya estaba sonriendo de nuevo, con aquella complicidad que solo ellos dos tenían el uno con el otro. Además, que le había llevado a un muermo de sitio era un hecho que no podía negar, algo que había quedado reflejado en la cara de la peliblanca mientras ojeaba la carta. La verdad es que no había estado muy acertado pero, tras tantos años atrapados en una isla de mierda, donde la persona con más clase era el típico pirata maloliente que llevaba sin pegarse una ducha lo menos cinco meses, lo cierto es que se había venido arriba y sintió la necesidad de aprovechar la ocasión y disfrutar de un ambiente diferente. En fin, que habían tardado menos de cinco minutos en darse cuenta de que era mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Absorto en estas ideas, Angelo reparó en el tacto de la mano de su compañera en cuanto esta la posó sobre la suya. Toda esa energía y chulería que desbordaba siempre pareció serenarse por completo. Sus ojos ascendieron hasta el rostro de Iris, vislumbrando a través del hueco que dejaban sus gafas de sol, tan solo por el rabillo de su ojo, cómo se le humedecían por apenas un instante. El peliverde sonrió y, en vez de hacer una de las suyas, por primera vez en las últimas semanas decidió comportarse un poco. Giró la mano, tan solo para sostener entre sus dedos la de Iris con cariño. Una muestra del único cariño real que había sentido alguna vez por alguien.

—¿Mejor? —Le preguntó cuando terminó de hablar, ensanchando la sonrisa en una radiante, de esas que se contagian en aquellos que las observan—. Mejor no, sister. Va a ir como nunca. Somos dueños de nuestro destino ahora... y no dejaremos que nadie nos lo robe nunca más. No mientras sigamos juntos.

Él no lagrimeó, porque los hombretones como él no lloran, pero una pestaña debió metérsele justo en ese momento en el ojo derecho y tuvo que meter un dedo por debajo de las gafas para apartárselo. Puñeta, qué oportuno, ¿eh? Menos mal que la camarera había llegado al fin con sus cosas. Qué bien que le iba a venir esa botella de ron.

—¡Coño! Ya iba siendo hora. Gracias guapa —Le dijo a la pobre muchacha que, tan rápido como pudo, salió pitando a atender otra mesa para mantenerse tan alejada de Angelo como fuera posible. El peliverde, por su parte, le quitó el tapón a la botella de añejo y la alzó hacia Iris, correspondiendo su brindis—. Por lo que la vida nos depare —repitió.

Los cristales tintinearon con el choque. El lunarian no duró en darle un generoso trago a su botella. Joder, eso sí que era ron y no la mierda que bebían en Jaya. ¿De qué marca sería? La verdad es que habría sido muy conveniente que pudiera leerla, pero bueno, tampoco importaba. Algún día tendría que convences a Iris de destilar su propio ron. Tras apretarse lo que debía ser un tercio de la botella, Angelo imitó a su amiga y echó mano a los canapés o lo que cojones fueran las cosas que habían puesto en esos platillos tan diminutos. ¿Es que querían matarles de hambre? Bueno, de hambre no sé, pero en cuanto saboreó una de esas abominaciones culinarias pensó que lo que querían eran matarles a secas. Escupió sobre la mesa el trozo a medio masticar.

—Pero qué putísimo asco —se quejó, dándole otro buen sorbo al ron y enjuagándose la boca con él antes de tragar—. Mira, pasando de este sitio, sister. Vámonos a ese otro que tiene mucha mejor pinta, que le den por culo.

El muchacho se levantó acto seguido, justo tras recibir un asentamiento de la solarian, y tiró hacia allí ágilmente. Era como si le corriera prisa por pedir algo decente. No sé, unas bravitas, un poco de pescado frito, lo que fuera que le quitase ese asqueroso sabor que ni el ron era capaz de quitarle de la boca. Hasta empujó a uno de los clientes que había por allí sentado, ocupando una mesa para cuatro él solito.

—Oye, vaya jeta, ¿no? Búscate un taburete o algo, cabrón —le fue diciendo mientras el tío se quejaba a medida que le obligaba a irse. Como se pusiera muy pesado le iba a soltar una buena hostia, pero por suerte no le hizo falta—. ¡Jefa! —Gritó a viva voz, alzando la mano para llamar la atención de una señora que había al otro lado de la barra de aquel sitio de bien—. Dos buenas pintas por aquí y un buen papeo, si me haces el favor.

La mujer, mucho más campechana que el personal del otro garito, sonrió y asintió.

—¡Pues claro guapo! Ahora nos pasamos por ahí.

¿Ves? Así sí. Eso sí que eran calidades.