Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Hace 11 horas
Kovashi era un perro viejo, y eso se notaba en cada aspecto de su ser. Desde las arrugas profundas que surcaban su rostro curtido hasta el brillo astuto de sus ojos oscuros, había algo en él que gritaba experiencia. Su cabello, un revoltijo plateado que parecía llevar semanas sin conocer el toque de un peine, caía en mechones desordenados alrededor de un rostro que parecía haber sido cincelado por una vida de golpes, tanto físicos como emocionales. Sus cicatrices contaban historias de cuchillos, peleas y, posiblemente, de alguna que otra noche demasiado cerca de una fogata. Kovashi apenas parpadeó cuando Daryl le ofreció la hoja. La tomó sin prisa, como si estuviera acostumbrado a lidiar con asuntos crípticos o con gente que no sabía exactamente lo que buscaba. Sus dedos, gruesos y toscos, pero sorprendentemente ágiles, desplegaron el papel arrugado con la precisión de alguien que había manejado documentos mucho más valiosos y peligrosos en el pasado. — Sí, se te ve muy lúcido, no como los demás. — Levantó su ron y brindó con él mismo. — El camarero depositó unos cacahuetes cerca de Daryl, la casa los regalaba. Qué amables.
Mientras leía, su expresión no cambió mucho, pero hubo un leve tic en la comisura de su boca, apenas perceptible, como si hubiera reconocido algo en el contenido del mensaje. Sus ojos se entrecerraron, recorriendo cada palabra con detenimiento. Después, levantó lentamente la mirada hacia Daryl, evaluándolo una vez más, como si quisiera asegurarse de que el demonio frente a él era digno de la información que posiblemente estaba a punto de compartir. — No me enorgullezco de esto. — Sacó también un papel. Donde estaba la información. La información donde vendía a su gente. — Pero tampoco me compadezco. — Le sonrió, de forma sarcástica. Sin decir más, Kovashi buscó en el bolsillo interior de su raída chaqueta de cuero. El sonido del roce de la tela desgastada contra su mano callosa llenó el breve silencio entre ellos. Tras unos segundos, sacó otro trozo de papel amarillento, más pequeño que el que Daryl había entregado, y lo colocó con cuidado sobre la mesa entre ambos. Era evidente que este nuevo papel había pasado por muchas manos antes de llegar hasta allí, sus bordes estaban desgastados y tenía manchas que podrían ser de café, sangre o simplemente suciedad.
La hoja no tenía palabras, solo un dibujo tosco, garabateado con carbón o tinta oscura. Era el rostro de un hombre, o lo que quedaba de él, facciones angulosas y duras, una cicatriz que atravesaba diagonalmente su ceja izquierda hasta la mandíbula, y un ojo que parecía inusualmente grande o deformado. — Es Mambo Di Wambo. Pequeño, cabezón y con el pito pequeño. — Sonrió. — Pero futuro problema del gobierno si no se le frena los pies. — Kovashi tamborileó los dedos sobre la mesa, como si el simple acto de colocar la hoja fuera una invitación implícita a que Daryl entendiera su significado. Sin embargo le era imposible estar callado. Siempre fue así. Había un aire de desafío en el gesto. Kovashi no era el tipo de persona que regalaba respuestas fácilmente. Parecía querer comprobar cuánto podía deducir Daryl por sí mismo antes de decidir si valía la pena profundizar en la conversación. En el fondo, había algo casi paternal en su actitud, como un lobo viejo probando a un cachorro para ver si tenía lo necesario para sobrevivir en el bosque. Pero su rostro permanecía estoico, sin revelar más de lo estrictamente necesario.
Sin apartar la mirada del demonio, Kovashi empujó ligeramente el papel hacia él con dos dedos. No era un gesto agresivo, pero tampoco era un acto de confianza total. Era, más bien, un recordatorio sutil de que cualquier cosa que Daryl hiciera con esa información tendría un precio.
Mientras leía, su expresión no cambió mucho, pero hubo un leve tic en la comisura de su boca, apenas perceptible, como si hubiera reconocido algo en el contenido del mensaje. Sus ojos se entrecerraron, recorriendo cada palabra con detenimiento. Después, levantó lentamente la mirada hacia Daryl, evaluándolo una vez más, como si quisiera asegurarse de que el demonio frente a él era digno de la información que posiblemente estaba a punto de compartir. — No me enorgullezco de esto. — Sacó también un papel. Donde estaba la información. La información donde vendía a su gente. — Pero tampoco me compadezco. — Le sonrió, de forma sarcástica. Sin decir más, Kovashi buscó en el bolsillo interior de su raída chaqueta de cuero. El sonido del roce de la tela desgastada contra su mano callosa llenó el breve silencio entre ellos. Tras unos segundos, sacó otro trozo de papel amarillento, más pequeño que el que Daryl había entregado, y lo colocó con cuidado sobre la mesa entre ambos. Era evidente que este nuevo papel había pasado por muchas manos antes de llegar hasta allí, sus bordes estaban desgastados y tenía manchas que podrían ser de café, sangre o simplemente suciedad.
La hoja no tenía palabras, solo un dibujo tosco, garabateado con carbón o tinta oscura. Era el rostro de un hombre, o lo que quedaba de él, facciones angulosas y duras, una cicatriz que atravesaba diagonalmente su ceja izquierda hasta la mandíbula, y un ojo que parecía inusualmente grande o deformado. — Es Mambo Di Wambo. Pequeño, cabezón y con el pito pequeño. — Sonrió. — Pero futuro problema del gobierno si no se le frena los pies. — Kovashi tamborileó los dedos sobre la mesa, como si el simple acto de colocar la hoja fuera una invitación implícita a que Daryl entendiera su significado. Sin embargo le era imposible estar callado. Siempre fue así. Había un aire de desafío en el gesto. Kovashi no era el tipo de persona que regalaba respuestas fácilmente. Parecía querer comprobar cuánto podía deducir Daryl por sí mismo antes de decidir si valía la pena profundizar en la conversación. En el fondo, había algo casi paternal en su actitud, como un lobo viejo probando a un cachorro para ver si tenía lo necesario para sobrevivir en el bosque. Pero su rostro permanecía estoico, sin revelar más de lo estrictamente necesario.
Sin apartar la mirada del demonio, Kovashi empujó ligeramente el papel hacia él con dos dedos. No era un gesto agresivo, pero tampoco era un acto de confianza total. Era, más bien, un recordatorio sutil de que cualquier cosa que Daryl hiciera con esa información tendría un precio.