Raiga Gin Ebra
-
Ayer, 02:25 PM
Joder Ragn, que buena gente eres coño. Ese peluche ha hecho muy feliz a un niño. Que mira, hablando de niños… No, no, espera, que eso no lo tengo que decir yo, perdona. Pero joder, que ilusión, grandullón.
Airgid, espero que me invites al bautizo. Bueno espera, que eres Revo, no creo que haya bautizo. Yo es que si se pierden las tradiciones... En fin, es un honor ser el narrador de la aventura en la cual el mundo se entera de que traerás a un revo más al mundo. Lo que nos faltaba, otro multiplicador más.
Umi, lo único que llegas a ver en la gruta es un montón de vallas y una lona que han puesto para que no se vea el agujero. No te queda muy claro si está o no completamente reparada, pero está claro que han empezado con las obras. Qué eficiencia.
Ragn, con tu característico andar imponente y despreocupado, has sido el primero en llegar, llevando a Pepe, el perro más peculiar del lugar, sobre tu hombro. Flow over 9000, di que sí. Asradi, hola. Tú te mueves con elegancia, qué te voy a decir. Aunque el calor te está dejando incómoda y visiblemente cansada. Por ahora lo puedes soportar, pero ojo como siga este calor... Airgid, tía, vaya movida llevas encima. Llegas unos minutos más tarde, pero me imagino que has estado muy ocupada fabricando cositas en tu interior, así que yo lo considero una excusa válida. Esa sonrisa nerviosa que intentas ocultar no se yo hasta qué punto va a aguantar sin que te pillen. Por tu parte, Umibozu, has llegado con movimientos pesados y calculados y explorando la zona. Esa sombra colosal que proyectas sobre tu alrededor, y tu presencia en general, es imposible de ignorar. Muchos se te han quedado mirando, pero bueno es algo normal para ti, me imagino. Y Ubben… bueno, Ubben hace su aparición desde los tejados, con un aterrizaje menos heroico de lo que probablemente planeó. Pero así me gusta, sin miedo al éxito.
Un hombre con pinta de haber disfrutado ya varias rondas de más sale de la taberna y os intercepta justo cuando Ubben sigue en el suelo. Su entusiasmo es palpable, aunque el aliento cargado a alcohol y la efusividad con la que os abraza —o al menos lo intenta— os hace dudar de sus verdaderas intenciones.
—¡Libertadores de Oykot! —exclama, rodeando a cada uno de vosotros con una familiaridad que resulta un poco incómoda. —¡Hoy os invito yo! ¡Ronda para todos, que no se diga que esta isla no sabe agradecer!
Aunque sus intenciones no están del todo claras, sus palabras arrastran una energía contagiosa. Entráis en El Largo casi por imposición suya, agradeciendo por un momento el alivio que ofrece la sombra fresca del interior. Allí la temperatura es bastante más soportable. La taberna está inusualmente vacía, más de lo que recordáis. Solo un par de tipos beben en silencio, con los rostros hundidos en las jarras de madera, como si el ambiente no les invitara a otra cosa. La verdad es que es un poco lúgubre. Yo creo que en peores plazas habréis toreado vosotros, pero bueno, tampoco os voy a juzgar mucho. Bueno sí, pero ahora da igual.
Las mesas, de madera gruesa y marcadas por años de golpes y derrames, están desocupadas. El crujido del serrín bajo vuestros pies se mezcla con el murmullo lejano del exterior. La barra, atendida por un tabernero que no necesita preguntas para serviros una ronda, tiene un aire más solemne de lo habitual. Los vasos golpean la madera cuando son colocados frente a vosotros, y el camarero os dedica una mirada que parece decir que aprovechéis la tranquilidad mientras podáis.
Airgid, tía, llévate a Ragn a una mesa a parte o algo y le dices lo que tú y yo sabemos. O no, se libre, pero no sé... Me tienes como en una telenovela, te lo juro ¿Cómo se lo vas a decir? Si quieres os bloqueo la puerta para que Ragn no se vaya a por tabaco. Aunque... Ragn no se iría a por tabaco nunca, ¿no?
En una esquina, un tablón de anuncios viejo y desgastado recoge papeles amarillentos que os resultan familiares: algunos panfletos un tanto raros, un par de notas de recompensas y un anuncio casi irreconocible sobre una actuación. Y algunos papeles más por debajo que no alcanzáis a ver. El escenario, pequeño y elevado, luce improvisado, con una mancha oscura que destaca en el centro de las tablas. Parece marrón o negra, depende de la luz que le de. Quizá sea una marca de humedad, quizá no. Pero quitando todo eso, parece que no hay mucho más que hacer, a parte de lo obvio, claro.
La pregunta sobre si realmente hay un concierto o no, seguro que queda flotando en el aire mientras os acomodáis en la mesa que más os guste. Fuera, el bullicio del puerto sigue siendo solo un eco lejano. Tenéis unos minutos para relajaros, compartir impresiones y disfrutar de la bebida antes de que algo interrumpa esta extraña calma.
Y lo hace. Serán unos quince minutos desde que os sirven la bebida cuando el ruido empieza a sonar cerca.
Primero, los ecos de voces más animadas comienzan a filtrarse desde fuera. Después, un grupo de jóvenes entra en la taberna, vistiendo chaquetas de cuero, camisetas negras y adornos metálicos. Metal, mucho metal. La mayoría lleva cabelleras largas o peinados excéntricos, y algunos cargan con instrumentos musicales.
—¡Vamos, que hoy toca 'Hijos del Leviatán'! —exclama uno de ellos, un tipo espigado con gafas de sol y una chaqueta que parece haber pasado por más peleas que la mayoría de vosotros. Y ya es decir.
El ambiente cambia rápidamente. Las mesas se empiezan a llenar, los murmullos se transforman en risas y conversaciones animadas. De pronto, la taberna parece un lugar completamente diferente, lleno de vida. Los nuevos ocupantes os echan vistazos curiosos, reconociéndoos algunos de ellos. Uno incluso se acerca a Ragn con una sonrisa amplia:
— Coño, ¿tú eres el grandullón que ayudó con las cuerdas en el puerto? Mi viejo no para de hablar de ti. Te debo una cerveza, colega.
Asradi, observas que quizá hay más miradas puestas en ti que en el resto. Quizá no todos en la isla han superado sus prejuicios. Umi, no sé si querrás entrar. Si no, te sacarán una silla fuera con una bebida. Aerolíneas Ubben, vaya pintas me llevas. Creo que en tu espectacular aterrizaje te has rasgado el pantalón. Aunque bueno, viendo que la mitad de los presentes los llevan así, no desentonas mucho.
El camarero, ahora mucho más ocupado, os lanza una mirada de advertencia desde detrás de la barra.
— ¡Oye! Si venís por el espectáculo, coged sitio ya. Esto se va a llenar rápido. —Su tono es seco, pero no hostil. Parece más un consejo que una orden.
Y entonces, llegan los músicos. Un par de guitarristas, un tipo al bajo, otro a la batería y el cantante. Suben al escenario entre vítores y empiezan a probar los instrumentos, comprobando que el sonido está bien y todo tiene buena pinta.
Pues parece que esto está a punto de empezar.
Airgid, espero que me invites al bautizo. Bueno espera, que eres Revo, no creo que haya bautizo. Yo es que si se pierden las tradiciones... En fin, es un honor ser el narrador de la aventura en la cual el mundo se entera de que traerás a un revo más al mundo. Lo que nos faltaba, otro multiplicador más.
Umi, lo único que llegas a ver en la gruta es un montón de vallas y una lona que han puesto para que no se vea el agujero. No te queda muy claro si está o no completamente reparada, pero está claro que han empezado con las obras. Qué eficiencia.
Ragn, con tu característico andar imponente y despreocupado, has sido el primero en llegar, llevando a Pepe, el perro más peculiar del lugar, sobre tu hombro. Flow over 9000, di que sí. Asradi, hola. Tú te mueves con elegancia, qué te voy a decir. Aunque el calor te está dejando incómoda y visiblemente cansada. Por ahora lo puedes soportar, pero ojo como siga este calor... Airgid, tía, vaya movida llevas encima. Llegas unos minutos más tarde, pero me imagino que has estado muy ocupada fabricando cositas en tu interior, así que yo lo considero una excusa válida. Esa sonrisa nerviosa que intentas ocultar no se yo hasta qué punto va a aguantar sin que te pillen. Por tu parte, Umibozu, has llegado con movimientos pesados y calculados y explorando la zona. Esa sombra colosal que proyectas sobre tu alrededor, y tu presencia en general, es imposible de ignorar. Muchos se te han quedado mirando, pero bueno es algo normal para ti, me imagino. Y Ubben… bueno, Ubben hace su aparición desde los tejados, con un aterrizaje menos heroico de lo que probablemente planeó. Pero así me gusta, sin miedo al éxito.
Un hombre con pinta de haber disfrutado ya varias rondas de más sale de la taberna y os intercepta justo cuando Ubben sigue en el suelo. Su entusiasmo es palpable, aunque el aliento cargado a alcohol y la efusividad con la que os abraza —o al menos lo intenta— os hace dudar de sus verdaderas intenciones.
—¡Libertadores de Oykot! —exclama, rodeando a cada uno de vosotros con una familiaridad que resulta un poco incómoda. —¡Hoy os invito yo! ¡Ronda para todos, que no se diga que esta isla no sabe agradecer!
Aunque sus intenciones no están del todo claras, sus palabras arrastran una energía contagiosa. Entráis en El Largo casi por imposición suya, agradeciendo por un momento el alivio que ofrece la sombra fresca del interior. Allí la temperatura es bastante más soportable. La taberna está inusualmente vacía, más de lo que recordáis. Solo un par de tipos beben en silencio, con los rostros hundidos en las jarras de madera, como si el ambiente no les invitara a otra cosa. La verdad es que es un poco lúgubre. Yo creo que en peores plazas habréis toreado vosotros, pero bueno, tampoco os voy a juzgar mucho. Bueno sí, pero ahora da igual.
Las mesas, de madera gruesa y marcadas por años de golpes y derrames, están desocupadas. El crujido del serrín bajo vuestros pies se mezcla con el murmullo lejano del exterior. La barra, atendida por un tabernero que no necesita preguntas para serviros una ronda, tiene un aire más solemne de lo habitual. Los vasos golpean la madera cuando son colocados frente a vosotros, y el camarero os dedica una mirada que parece decir que aprovechéis la tranquilidad mientras podáis.
Airgid, tía, llévate a Ragn a una mesa a parte o algo y le dices lo que tú y yo sabemos. O no, se libre, pero no sé... Me tienes como en una telenovela, te lo juro ¿Cómo se lo vas a decir? Si quieres os bloqueo la puerta para que Ragn no se vaya a por tabaco. Aunque... Ragn no se iría a por tabaco nunca, ¿no?
En una esquina, un tablón de anuncios viejo y desgastado recoge papeles amarillentos que os resultan familiares: algunos panfletos un tanto raros, un par de notas de recompensas y un anuncio casi irreconocible sobre una actuación. Y algunos papeles más por debajo que no alcanzáis a ver. El escenario, pequeño y elevado, luce improvisado, con una mancha oscura que destaca en el centro de las tablas. Parece marrón o negra, depende de la luz que le de. Quizá sea una marca de humedad, quizá no. Pero quitando todo eso, parece que no hay mucho más que hacer, a parte de lo obvio, claro.
La pregunta sobre si realmente hay un concierto o no, seguro que queda flotando en el aire mientras os acomodáis en la mesa que más os guste. Fuera, el bullicio del puerto sigue siendo solo un eco lejano. Tenéis unos minutos para relajaros, compartir impresiones y disfrutar de la bebida antes de que algo interrumpa esta extraña calma.
Y lo hace. Serán unos quince minutos desde que os sirven la bebida cuando el ruido empieza a sonar cerca.
Primero, los ecos de voces más animadas comienzan a filtrarse desde fuera. Después, un grupo de jóvenes entra en la taberna, vistiendo chaquetas de cuero, camisetas negras y adornos metálicos. Metal, mucho metal. La mayoría lleva cabelleras largas o peinados excéntricos, y algunos cargan con instrumentos musicales.
—¡Vamos, que hoy toca 'Hijos del Leviatán'! —exclama uno de ellos, un tipo espigado con gafas de sol y una chaqueta que parece haber pasado por más peleas que la mayoría de vosotros. Y ya es decir.
El ambiente cambia rápidamente. Las mesas se empiezan a llenar, los murmullos se transforman en risas y conversaciones animadas. De pronto, la taberna parece un lugar completamente diferente, lleno de vida. Los nuevos ocupantes os echan vistazos curiosos, reconociéndoos algunos de ellos. Uno incluso se acerca a Ragn con una sonrisa amplia:
— Coño, ¿tú eres el grandullón que ayudó con las cuerdas en el puerto? Mi viejo no para de hablar de ti. Te debo una cerveza, colega.
Asradi, observas que quizá hay más miradas puestas en ti que en el resto. Quizá no todos en la isla han superado sus prejuicios. Umi, no sé si querrás entrar. Si no, te sacarán una silla fuera con una bebida. Aerolíneas Ubben, vaya pintas me llevas. Creo que en tu espectacular aterrizaje te has rasgado el pantalón. Aunque bueno, viendo que la mitad de los presentes los llevan así, no desentonas mucho.
El camarero, ahora mucho más ocupado, os lanza una mirada de advertencia desde detrás de la barra.
— ¡Oye! Si venís por el espectáculo, coged sitio ya. Esto se va a llenar rápido. —Su tono es seco, pero no hostil. Parece más un consejo que una orden.
Y entonces, llegan los músicos. Un par de guitarristas, un tipo al bajo, otro a la batería y el cantante. Suben al escenario entre vítores y empiezan a probar los instrumentos, comprobando que el sonido está bien y todo tiene buena pinta.
Pues parece que esto está a punto de empezar.