Octojin
El terror blanco
Ayer, 01:11 PM
Bueno, parece que ya has tomado una decisión. La verdad es que te ha costado, eh. Menos mal que solo te he puesto dos caminos, en el momento que te meta en un scape room te peta la cabeza.
Ahora en serio, has tomado la decisión más sensata. Te adentras en el sendero que bordea el río, confiando en que su murmullo constante y la frescura del agua te mantendrán en un entorno relativamente seguro. Es más largo, sí, pero no se puede tener todo en la vida. Tus zarpas pisan el suelo cubierto de hojas secas con una delicadeza que parece innata, mientras el río serpentea a tu lado, reflejando los destellos plateados de la luna. La corriente es suave, casi melódica, y crea una armonía con los grillos que llenan el aire con su canto nocturno. Desde luego, es un sonido ideal para dormir, en mitad de la naturaleza y formando parte de ella. Pero no hemos venido a eso, desgraciadamente.
A medida que avanzas, el paisaje cambia ligeramente. La vegetación se hace más densa en algunos tramos, con raíces que sobresalen como trampas naturales que acechan a los más despistados. Por fortuna, tu agilidad felina y tu estado alerta es suficiente como para evadirlas y pasar como si nada. Qué envidia de esa agilidad felina, la verdad, conozco a algún tiburón al que le vendría bastante bien. Las sombras de los árboles producto de la luz de la luna se extienden sobre el agua, proyectando formas que se deforman y retuercen con el movimiento del río. Un par de luciérnagas se cruzan en tu camino, con sus diminutas luces parpadeando como si fueran estrellas fugaces a nivel del suelo. Joder, qué bonito está siendo todo, yo me quedaría embobado y me distraería con cada cosa que ocurre.
Tu paso es sigiloso, casi imperceptible, mientras mantienes las orejas en constante movimiento. Estás alerta, pero no hay señales de peligro inminente, pero claro, no sabes si será un espejismo de lo que realmente vaya a ocurrir. De hecho, a lo lejos, junto a la orilla, divisas una figura pequeña y redondeada. Al acercarte con cautela, distingues a un pequeño tejón dormido, acurrucado entre unas raíces que parecen abrazarlo. Su respiración es tranquila, y sus movimientos apenas perceptibles cuando el aire frío de la noche lo obliga a acomodarse mejor. Debe estar en el séptimo sueño, y tan cómodo que ni se da cuenta de tu presencia. Es bastante adorable, para qué mentirnos.
Pero un simple tejón no puede hacer que desistas de tu avance, ¿verdad? Así que sigues avanzando con el sigilo que te caracteriza, moviéndote con gracia entre las ramas bajas y los arbustos que en ocasiones parecen querer entorpecer tu paso. Cada tanto, el sonido de un pez saltando rompe el silencio del río, y seguramente la inercia del sonido haga que observes el agua como si una parte de ti quisiera zambullirse en ella, pero el tiempo apremia.
El camino se alarga más de lo que esperabas, pero es algo que sabías al tomar esta decisión. A veces, en la vida, conviene tomar el camino largo pero seguro. Aunque nunca se sabe si es cien por cien seguro... El cielo, aún oscuro, parece teñido por un leve resplandor que anuncia el amanecer en unas pocas horas. Tienes la suerte de que tus ojos se ajustan con facilidad a la penumbra, y aunque seguramente no sientas miedo, hay algo en el silencio que te mantiene en guardia en todo momento. Un crujido a tu izquierda te pone tenso, pero solo es una rama que se ha partido bajo el peso de alguna criatura pequeña. Quizá un zorro nocturno, que desaparece entre los matorrales antes de que puedas distinguirlo bien. De cualquier manera, no parece que sea una amenaza y, desde tu posición, ya le has perdido el rastro. Sin duda es interesante la cantidad de animalejos que aparecen por la noche.
Tras lo que parecen treinta minutos de marcha constante, comienzas a notar un cambio en el terreno. El sendero se eleva gradualmente, llevándote hacia una colina que domina el área y desde la que crees que tendrás una vista mejor de todo lo que te rodea. A medida que asciendes, el río se convierte en un murmullo distante, y el aire fresco de la noche se vuelve más frío y seco. Ya nada lo cubre, así que empezarás a sentir algo de frío, sin duda. Tus patas se afirman en el suelo, ahora más firme, mientras alcanzas la cima y el dojo aparece ante tus ojos.
Por fin. Lo que cuesta llegar al maldito dojo. Pero ahí está, luciendo majestuoso ante ti. El Diente Oeste es imponente incluso bajo la tenue luz de las estrellas. Desde lo alto de la colina, puedes apreciar la construcción que, aunque sencilla, tiene un aura de disciplina y tradición. El dojo está rodeado por una hilera de troncos perfectamente alineados, iluminados apenas por la suave luz de unas lámparas de aceite, probablemente puestas ahí para ahuyentar a las bestias que decidiesen romper los propios troncos o acercarse al dojo. Los troncos parecen dispuestos para ejercicios de entrenamiento; cada uno tiene marcas de golpes y cortes que atestiguan los años de uso constante. Vaya, no parece una mala manera de entrenar, ¿verdad?
El edificio principal está hecho de madera oscura y tiene un tejado que se curva hacia arriba en los extremos, dándole un aire tradicional que combina perfectamente con el entorno montañoso. La verdad es que es bastante sorprendente cómo el dojo puede parecer una fuente de disciplina con tan solo mirarlo. Una brisa fresca recorre el área, haciendo crujir levemente las ramas de los árboles que rodean la estructura. Todo está sumido en una quietud casi abrumadora, el tipo de silencio que solo se encuentra en la noche profunda.
A ojo, calculas que faltan dos o tres horas para el amanecer. Hace algo de frío, y tienes muchas opciones para invertir ese par de horas hasta que la gente salga del dojo. Podrías aprovechar ese tiempo para descansar, pero algo en tu interior te dice que no sería mala idea explorar un poco también. Tal vez inspeccionar el dojo desde fuera, buscar señales de actividad reciente o incluso probar esos troncos de entrenamiento para calentar antes de tu encuentro con alguno de los aprendices. Tienes muchas opciones, así que elige sabiamente la que más te apetezca.
Por otro lado, podrías simplemente quedarte allí, en silencio, disfrutando de la vista. Desde la cima de la colina, el paisaje se extiende como un lienzo oscuro salpicado de luces distantes, y el sonido del río, aunque lejano, sigue siendo un recordatorio de tu recorrido hasta aquí.
La noche te pertenece por ahora. ¿Cómo prefieres aprovecharla?
Ahora en serio, has tomado la decisión más sensata. Te adentras en el sendero que bordea el río, confiando en que su murmullo constante y la frescura del agua te mantendrán en un entorno relativamente seguro. Es más largo, sí, pero no se puede tener todo en la vida. Tus zarpas pisan el suelo cubierto de hojas secas con una delicadeza que parece innata, mientras el río serpentea a tu lado, reflejando los destellos plateados de la luna. La corriente es suave, casi melódica, y crea una armonía con los grillos que llenan el aire con su canto nocturno. Desde luego, es un sonido ideal para dormir, en mitad de la naturaleza y formando parte de ella. Pero no hemos venido a eso, desgraciadamente.
A medida que avanzas, el paisaje cambia ligeramente. La vegetación se hace más densa en algunos tramos, con raíces que sobresalen como trampas naturales que acechan a los más despistados. Por fortuna, tu agilidad felina y tu estado alerta es suficiente como para evadirlas y pasar como si nada. Qué envidia de esa agilidad felina, la verdad, conozco a algún tiburón al que le vendría bastante bien. Las sombras de los árboles producto de la luz de la luna se extienden sobre el agua, proyectando formas que se deforman y retuercen con el movimiento del río. Un par de luciérnagas se cruzan en tu camino, con sus diminutas luces parpadeando como si fueran estrellas fugaces a nivel del suelo. Joder, qué bonito está siendo todo, yo me quedaría embobado y me distraería con cada cosa que ocurre.
Tu paso es sigiloso, casi imperceptible, mientras mantienes las orejas en constante movimiento. Estás alerta, pero no hay señales de peligro inminente, pero claro, no sabes si será un espejismo de lo que realmente vaya a ocurrir. De hecho, a lo lejos, junto a la orilla, divisas una figura pequeña y redondeada. Al acercarte con cautela, distingues a un pequeño tejón dormido, acurrucado entre unas raíces que parecen abrazarlo. Su respiración es tranquila, y sus movimientos apenas perceptibles cuando el aire frío de la noche lo obliga a acomodarse mejor. Debe estar en el séptimo sueño, y tan cómodo que ni se da cuenta de tu presencia. Es bastante adorable, para qué mentirnos.
Pero un simple tejón no puede hacer que desistas de tu avance, ¿verdad? Así que sigues avanzando con el sigilo que te caracteriza, moviéndote con gracia entre las ramas bajas y los arbustos que en ocasiones parecen querer entorpecer tu paso. Cada tanto, el sonido de un pez saltando rompe el silencio del río, y seguramente la inercia del sonido haga que observes el agua como si una parte de ti quisiera zambullirse en ella, pero el tiempo apremia.
El camino se alarga más de lo que esperabas, pero es algo que sabías al tomar esta decisión. A veces, en la vida, conviene tomar el camino largo pero seguro. Aunque nunca se sabe si es cien por cien seguro... El cielo, aún oscuro, parece teñido por un leve resplandor que anuncia el amanecer en unas pocas horas. Tienes la suerte de que tus ojos se ajustan con facilidad a la penumbra, y aunque seguramente no sientas miedo, hay algo en el silencio que te mantiene en guardia en todo momento. Un crujido a tu izquierda te pone tenso, pero solo es una rama que se ha partido bajo el peso de alguna criatura pequeña. Quizá un zorro nocturno, que desaparece entre los matorrales antes de que puedas distinguirlo bien. De cualquier manera, no parece que sea una amenaza y, desde tu posición, ya le has perdido el rastro. Sin duda es interesante la cantidad de animalejos que aparecen por la noche.
Tras lo que parecen treinta minutos de marcha constante, comienzas a notar un cambio en el terreno. El sendero se eleva gradualmente, llevándote hacia una colina que domina el área y desde la que crees que tendrás una vista mejor de todo lo que te rodea. A medida que asciendes, el río se convierte en un murmullo distante, y el aire fresco de la noche se vuelve más frío y seco. Ya nada lo cubre, así que empezarás a sentir algo de frío, sin duda. Tus patas se afirman en el suelo, ahora más firme, mientras alcanzas la cima y el dojo aparece ante tus ojos.
Por fin. Lo que cuesta llegar al maldito dojo. Pero ahí está, luciendo majestuoso ante ti. El Diente Oeste es imponente incluso bajo la tenue luz de las estrellas. Desde lo alto de la colina, puedes apreciar la construcción que, aunque sencilla, tiene un aura de disciplina y tradición. El dojo está rodeado por una hilera de troncos perfectamente alineados, iluminados apenas por la suave luz de unas lámparas de aceite, probablemente puestas ahí para ahuyentar a las bestias que decidiesen romper los propios troncos o acercarse al dojo. Los troncos parecen dispuestos para ejercicios de entrenamiento; cada uno tiene marcas de golpes y cortes que atestiguan los años de uso constante. Vaya, no parece una mala manera de entrenar, ¿verdad?
El edificio principal está hecho de madera oscura y tiene un tejado que se curva hacia arriba en los extremos, dándole un aire tradicional que combina perfectamente con el entorno montañoso. La verdad es que es bastante sorprendente cómo el dojo puede parecer una fuente de disciplina con tan solo mirarlo. Una brisa fresca recorre el área, haciendo crujir levemente las ramas de los árboles que rodean la estructura. Todo está sumido en una quietud casi abrumadora, el tipo de silencio que solo se encuentra en la noche profunda.
A ojo, calculas que faltan dos o tres horas para el amanecer. Hace algo de frío, y tienes muchas opciones para invertir ese par de horas hasta que la gente salga del dojo. Podrías aprovechar ese tiempo para descansar, pero algo en tu interior te dice que no sería mala idea explorar un poco también. Tal vez inspeccionar el dojo desde fuera, buscar señales de actividad reciente o incluso probar esos troncos de entrenamiento para calentar antes de tu encuentro con alguno de los aprendices. Tienes muchas opciones, así que elige sabiamente la que más te apetezca.
Por otro lado, podrías simplemente quedarte allí, en silencio, disfrutando de la vista. Desde la cima de la colina, el paisaje se extiende como un lienzo oscuro salpicado de luces distantes, y el sonido del río, aunque lejano, sigue siendo un recordatorio de tu recorrido hasta aquí.
La noche te pertenece por ahora. ¿Cómo prefieres aprovecharla?