La botella de vino. La doctora Mink desgarrando carne con la brutalidad de un animal salvaje. El Tontatta haciendo preguntas como si esto fuera una jodida aula de clases y no un gremio en un desierto lleno de gente decadente y criminales desesperados. Lykos, el grandulón, riendo para mantener la calma, como si eso fuera suficiente para que este caos tuviera sentido.
Y luego está Agyo. El idiota de Agyo.
No sé cómo logra que cada palabra que sale de su boca me resulte tan irritante. Bueno, sí lo sé. Lo hace a propósito. Es su forma de probarme, de intentar sacarme la piedra y sacarme de mi “caparazón” como dice siempre, con su humor barato y su sonrisa burlona.Se divierte viéndome hablar el condenado, disfrutando cada sílaba. Como si su única misión en la vida fuera recordarle al mundo que tiene un hermano mayor más serio que una piedra.
Él sabe exactamente qué cuerdas tocar, cómo girar el cuchillo. Hacerme "hablar". Porque para Agyo, esas tres palabras son un tesoro, un trofeo que se lleva con orgullo cada vez que logra que las diga. Como si fueran un premio que demuestra que tiene algún puto poder sobre mí.
Mientras él se pavonea, haciendo bromas y proponiendo juegos estúpidos, yo me pregunto si recuerda cómo llegamos aquí. Si en algún rincón de su mente todavía está la imagen de esas cadenas apretando nuestras muñecas, de los latigazos en nuestras espaldas, de los gritos ahogados por el miedo. Porque yo sí lo recuerdo.
Agyo puede reírse, puede burlarse, puede fingir que todo esto es un chiste. Pero no importa cuánto se esfuerce, no puede borrar el peso que llevamos. Y mientras más habla, más evidente se hace que su risa no es para los demás; es para él. Es su escudo, su forma de evitar que el pasado de mierda lo alcance. Que nos alcance. Pero ese pasado no desaparece, ¿verdad, cretino? Sigue ahí, como una sombra que no puedes sacudirte, y a mi me toca soportar tus mecanismos de defensa baratos hasta que te termines muriendo, porque para esa vas si sigues así.
Los miro a todos mientras Agyo termina su espectáculo. Evelyn, con sangre en las manos y una botella en la otra. Fon Due, con esa inocencia casi dolorosa en sus ojos. Lykos, observando como un capitán que intenta evitar que su barco naufrague.
Agyo habla estúpidamente de aventuras, de dinero, de enfrentarnos juntos a piratas o lo que sea que el gremio nos arroje. Como si todo esto fuera un maldito juego… Yo no vine a divertirme, vine a ganarme la vida, idiota.
Cuando termina, me mira. Lo hace como siempre, con esa expresión que dice: "Vamos, di algo. Dame lo que quiero". Sé que está esperando que reaccione, que responda a su provocación. Es su manera de asegurarse de que todavía estoy aquí, de que todavía somos los mismos.
Me quedo en silencio más tiempo del que debería, dejando que las palabras se formen lentamente en mi mente. Y cuando finalmente hablo, lo hago con esa brevedad que tanto detesta, pero que siempre logra lo que quiero:
"Qué idiota eres-Um."
Tres palabras. Suficientes para hacer que su risa se haga aún más fuerte, para que los demás presten atención y se unan a su burla. Pero también suficientes para recordarle que no importa cuántas pistoladas hable, cuánto bromee, cuánto se esfuerce por hacerme reaccionar... siempre seré yo quien controle lo que digo, y seguramente quien termine controlando las consecuencias de la sarta de pendejadas que propone.
Agyo parece un niño a veces. Todavía no entiende que a la menor cagada y podríamos terminar muertos. Ni siquiera sabemos quiénes son esta gente o si de verdad son de fiar y él ya se está ofreciendo a repartir putazos sin saber si la bota le queda…