La taberna estaba cargada de humo y tensión. Deschamps, con su aire despreocupado, había dejado una carta sobre la mesa, y todos los ojos estaban puestos en ella. La atmósfera era densa, como si en cualquier momento algo fuera a explotar. Me mantuve en mi sitio, observando los rostros de los presentes, midiendo sus movimientos. Estaban ansiosos, pero ninguno tan audaz como para hacer el primer movimiento.
Y entonces lo vi por primera vez, aquel hombre que con recato y decoro hacía ver al resto pequeño con su donaire de lujo empobrecido.
Entró en la conversación con una facilidad que solo los nobles suelen permitirse, hablando como si ya tuviera la partida ganada. Un hombre alto, con una capa que evidentemente pensaba que lo hacía destacar, pero que en realidad solo lo hundía más en la caricatura que ya era. Algo en su porte, su manera de caminar, gritaba que estaba acostumbrado a ser escuchado sin necesidad de decir algo importante. Solo las palabras de un noble que nunca había enfrentado las verdaderas miserias del mundo.
Sus ojos se dirigieron al contratista como si quisiera ganarse su favor, y con un gesto de suficiencia, lanzó una oferta vaga, acompañada de una sonrisa que creía intimidante. Me quedé quieto, escuchando con fingida atención, mientras su tono engolado llenaba la sala como una molesta vibración en el aire.
Esperé hasta que terminó de hablar, hasta que su voz se apagó, y la sala quedó en ese silencio incómodo que sigue a los discursos vacíos. Observé a los demás; la mayoría de los presentes no parecía en actitud impresionada. Vi a un trío de tipos intercambiar miradas mientras acudían. Era evidente que el pequeño círculo que se había formado en torno a Deschamps no estaba convencido.
—Impresionante —dije finalmente, rompiendo el silencio, mi voz cargada de sarcasmo tan sutil que podía pasar desapercibido si no se prestaba atención—. No es fácil decir tanto y, a la vez, tan poco... —entonces me acerqué con calma y dediqué una sonrisa burlona dedicada hacia el noble.
—Supongo que, en algunos círculos ulteriores, eso cuenta como una habilidad, ¿no es así? —añadí, mi tono afilado como el filo de una daga.
Crucé miradas con el contratista. Claramente, él disfrutaba el espectáculo tanto como yo.
— ¿Transportar la carga, dices? —musité, con una sonrisa leve, como si estuviera considerando algo—. ¿Es eso lo que estamos haciendo? Pensé que estábamos aquí para lamer el culo del señor Deschamps… ¿O no es lo que parece? — comenté finalmente, acercándome pausadamente y acudiendo al oído del noble, con una sonrisa de media luna, pero de tono audible para toda la mesa.
— Sí... supongo que soy bueno en ello… — dije mientras, de un rápido movimiento, sacaba del interior de la pechera de mi chaqueta una flecha, algo claramente imposible y que parecía el espectáculo de un mago, y la dejaba clavada en la mesa, atravesando la esquina de la tarjeta, cerca de la mano del noble y al mismo tiempo de la del extraño que alargó su mano para obtenerla, en señal de clara mofa a su persona.
— Gracias por la tarjeta — comenté ocioso, mientras deslizaba la mano por la superficie de la flecha y apuñalaba con mi dedo la superficie de la tarjeta y la tomaba, rajando levemente su esquina y procedía a su lectura.
Y entonces lo vi por primera vez, aquel hombre que con recato y decoro hacía ver al resto pequeño con su donaire de lujo empobrecido.
Entró en la conversación con una facilidad que solo los nobles suelen permitirse, hablando como si ya tuviera la partida ganada. Un hombre alto, con una capa que evidentemente pensaba que lo hacía destacar, pero que en realidad solo lo hundía más en la caricatura que ya era. Algo en su porte, su manera de caminar, gritaba que estaba acostumbrado a ser escuchado sin necesidad de decir algo importante. Solo las palabras de un noble que nunca había enfrentado las verdaderas miserias del mundo.
Sus ojos se dirigieron al contratista como si quisiera ganarse su favor, y con un gesto de suficiencia, lanzó una oferta vaga, acompañada de una sonrisa que creía intimidante. Me quedé quieto, escuchando con fingida atención, mientras su tono engolado llenaba la sala como una molesta vibración en el aire.
Esperé hasta que terminó de hablar, hasta que su voz se apagó, y la sala quedó en ese silencio incómodo que sigue a los discursos vacíos. Observé a los demás; la mayoría de los presentes no parecía en actitud impresionada. Vi a un trío de tipos intercambiar miradas mientras acudían. Era evidente que el pequeño círculo que se había formado en torno a Deschamps no estaba convencido.
—Impresionante —dije finalmente, rompiendo el silencio, mi voz cargada de sarcasmo tan sutil que podía pasar desapercibido si no se prestaba atención—. No es fácil decir tanto y, a la vez, tan poco... —entonces me acerqué con calma y dediqué una sonrisa burlona dedicada hacia el noble.
—Supongo que, en algunos círculos ulteriores, eso cuenta como una habilidad, ¿no es así? —añadí, mi tono afilado como el filo de una daga.
Crucé miradas con el contratista. Claramente, él disfrutaba el espectáculo tanto como yo.
— ¿Transportar la carga, dices? —musité, con una sonrisa leve, como si estuviera considerando algo—. ¿Es eso lo que estamos haciendo? Pensé que estábamos aquí para lamer el culo del señor Deschamps… ¿O no es lo que parece? — comenté finalmente, acercándome pausadamente y acudiendo al oído del noble, con una sonrisa de media luna, pero de tono audible para toda la mesa.
— Sí... supongo que soy bueno en ello… — dije mientras, de un rápido movimiento, sacaba del interior de la pechera de mi chaqueta una flecha, algo claramente imposible y que parecía el espectáculo de un mago, y la dejaba clavada en la mesa, atravesando la esquina de la tarjeta, cerca de la mano del noble y al mismo tiempo de la del extraño que alargó su mano para obtenerla, en señal de clara mofa a su persona.
— Gracias por la tarjeta — comenté ocioso, mientras deslizaba la mano por la superficie de la flecha y apuñalaba con mi dedo la superficie de la tarjeta y la tomaba, rajando levemente su esquina y procedía a su lectura.