Drake Longspan
[...]
Ayer, 09:49 PM
Drake Longspan se pasea por la tienda como si fuera el mismísimo dueño del lugar. Su enorme figura llena el espacio, y su voz grave, cargada de confianza y algo de descaro, retumba en las paredes. Entre sus pasos relajados y su sonrisa segura, deja claro que no está allí para recibir un "no" como respuesta. Con un movimiento calculado, golpea suavemente el mostrador con la palma abierta, llamando la atención de quien esté al frente. Su presencia es inconfundible.
— ¡Buenas! Espero que tengas tiempo, porque estás a punto de escuchar la mejor oferta que se ha presentado en esta maldita isla. Ven, acércate, y escucha con atención.
El chico de los brazos largos se inclina un poco hacia adelante, mostrando en su sonrisa ese aire de vendedor que sabe que está ganando la partida antes de empezar, o de autónomo desesperado. Dejando caer un boceto que se estira conforme cae sobre la remesa.
— Te traigo un submarino. Sí, sí, un maldito submarino. Pero no cualquiera, no. Es la joya del océano, la máquina más avanzada que vas a ver en toda tu vida. Y lo mejor de todo… — hace una pausa teatral, levantando un dedo como si estuviera a punto de revelar un gran secreto — ...lo vendo por solo sesenta millones de berries.
Drake Longspan guiñó uno de sus ojos rojos como rubíes.
— Ahora, sé lo que estás pensando. "¿Por qué tan barato? ¿Qué tiene de malo?" Pues nada, colega, absolutamente nada. Ese submarino está en mejor estado que tu salud después de una buena noche de sake. Capaz de sumergirse a profundidades que ningún otro puede igualar, con espacio suficiente para que tú, tus colegas, y hasta una banda de músicos en vivo lo disfruten. Y la cara del submarino… — señala hacia un lado, como si el navío estuviera ahí mismo — ...¿Has visto algo más simpático? Se te olvidan hasta los problemas cuando te montas en él. Lo llamo el Smiling Seal.
El carpintero del Pais de Kano forzó una sonrisa de oreja a oreja intentando imitar sin éxito a su propia creación.
— Mira, no te voy a vender cuentos. ¿Podría quedármelo yo? Claro que sí, y estaría por ahí pescando reyes marinos y explorando ruinas en el fondo del mar. Pero no vine aquí a pasearme por Loguetown para volverme egoísta. Vine a darte la oportunidad de tu vida. — Le da un golpe suave al mostrador, como si con eso sellara la oferta. — Sesenta millones, ni un berry más ni uno menos. Es un regalo, de verdad. Si no lo compras tú, allá tú, pero cuando lo veas surcar los mares con otro tipo al mando, vas a recordar este día con lágrimas en los ojos.
Drake se cruza de brazos casi abrazándose a si mismo como un pulpo, esperando la respuesta, mientras su postura erguida y su sonrisa confiada dejan claro que, al menos en su mente, el trato ya está cerrado.