Hay rumores sobre…
... que una banda pirata vegana, y otra de maestros pizzeros están enfrentados en el East Blue.
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[Aventura Autonarrada - Tier 1] Una extraña mañana
Ray
Kuroi Ya
Ray despertó un día más en el Cuartel General del G-31 de la Marina. Era una mañana de verano, cálida y soleada como cualquier otra, pero algo parecía diferente. O al menos esa impresión le dio al joven marine una vez estuvo lo suficientemente despierto para que su cerebro funcionara como debía. Cosa que, siendo honestos, no fue especialmente sencilla. Había dormido mal debido al pegajoso calor del estío, mayor aún de lo normal en esta estación en los últimos días, y eso hizo que las sábanas se le pegaran ligeramente. Para cuando llegó al comedor no había ya rastro de sus compañeros. Ni siquiera Taka y Atlas, quienes habitualmente llegaban tarde a todas partes, se encontraban allí. El silencio resultaba particularmente inquietante en aquel lugar, siempre lleno de gritos, risas y ruidos de gente comiendo.

El peliblanco apuró su té verde y una pequeña tostada de pan con aceite de oliva y tomate, y se dirigió al campo de entrenamiento dispuesto a sumarse a sus compañeros, que con toda probabilidad ya estarían ejercitándose en él. Sin embargo para su sorpresa a su llegada el campo de entrenamiento estaba completamente desierto. No había ni un alma.

Desconcertado, el joven marine recorrió la base de cabo a rabo, tratando de encontrar la razón de que ninguno de sus compañeros se encontraran allí. Pero no solo era eso. Tampoco había rastro de los oficiales. El cuartel entero estaba vacío. Aquello no podía ser normal. Era la única persona en todo el Cuartel General. Las enormes instalaciones, vacías como estaban, ofrecían un aspecto tétrico y desolador, a lo que contribuía notablemente el hecho de que, mientras Ray se encontraba buscando por todas partes alguna otra persona, el cielo se había oscurecido. El viento había cambiado bruscamente de dirección y la temperatura había disminuido ligeramente.

En escasos minutos la brisa se tornó en prácticamente un vendaval. El joven se preguntaba qué estaría sucediendo, y por qué era él la única persona allí presente. Normalmente un cambio como aquel en el clima no era algo que sucediera de repente. Había señales en los días previos que las personas que entendían de esa materia podían interpretar para predecir el clima y anticiparse en lo posible a sus efectos. O eso le habían explicado en el orfanato cuando era apenas un niño curioso que buscaba saber el por qué de todo cuanto acontecía en el mundo.

La situación continuó empeorando, con unos vientos que eran cada vez más intensos a los que se sumó la lluvia que empezó a caer con gran fuerza. En apenas treinta segundos el marine estaba empapado de pies a cabeza. Las gotas eran gordas y caían a gran velocidad y con muy escasa separación, por no decir casi inexistente, entre unas y otras. Además, debido al fuerte viento, no caían en vertical sino que su trayectoria se veía alterada hasta el punto de ser prácticamente horizontales.

Ray intentaba con todas sus fuerzas correr contra el viento y la lluvia, habiendo olvidado ya la necesidad de encontrar a sus compañeros y preocupado ya tan solo de buscar refugio. No obstante las fuerzas de la naturaleza eran tan poderosas que apenas conseguía avanzar algo. Se encontraba junto al edificio de mando, el más grande e importante de entre los que conformaban el Cuartel General. Con gran dificultad logró llegar hasta la puerta, tan solo para comprobar que estaba cerrada a cal y canto. El joven no entendía nada, pero en aquel momento las condiciones atmosféricas no le permitían dedicar tiempo a tratar de entender la situación. Los barracones, donde dormían tanto él como el resto de soldados, se encontraban en el otro extremo del recinto, lo suficientemente alejados como para que el vendaval pudiera lanzarle por los aires antes de alcanzar su destino.

Consiguió resguardarse bajo techo en el costado del edificio principal, en una zona en la que cuatro columnas situadas en línea ascendían hasta un saliente en el edificio. No obstante tan solo le servía para tener un lugar al que anclarse, ya que la dirección de la lluvia hacía absolutamente ineficaz la cobertura y seguía mojándose al mismo ritmo que antes.

Tenía que moverse de allí. Encontrar un verdadero resguardo, un lugar donde esperar a salvo a que la tempestad pasase. Así que se puso de nuevo en marcha en busca de algún edificio que estuviera abierto. El almacén de armas y municiones, que algunos superiores llamaban Santa Bárbara, estaba también cerrado. Resultaba imposible entrar.

En ese momento un ruido le hizo volverse. La bandera del Gobierno Mundial, que coronaba el edificio de mando, acababa de salir volando al romperse el asta cerca de su base. El viento la empujaba con fuerza hacia donde se encontraba Ray, que en aquel momento no fue capaz de pensar y trató de interceptarla en su vuelo. Al fin y al cabo era el símbolo del Cuartel General, aunque a decir verdad eso ni siquiera pasó por su cabeza. Tan solo lo hizo el hecho de que estaba a punto de ser golpeado por la gran asta a una velocidad a tener muy en cuenta, lo que podía tener unas consecuencias nada agradables sobre su anatomía.

Así que el marine se agachó en el momento adecuado, dejando que pasara por encima suyo, y cuando estaba justo sobre él lanzó ambos brazos hacia arriba y agarró firmemente el asta con las dos manos. De repente se vio propulsado por el viento, incapaz de controlar su rumbo. La bandera, ejerciendo como una suerte de vela de barco, estaba provocando que sus pies se elevaran del suelo. Por acto reflejo, llevado por su propio instinto de supervivencia, liberó la presa de sus dedos sobre el palo de madera tan rápido como se dio cuenta de lo que sucedía. Por suerte apenas había transcurrido una fracción de segundo, y simplemente rodó unos metros sobre el mojado suelo, manchando su uniforme de barro pero sin sufrir ningún daño. Su rapidez de reflejos le había salvado una vez más.

Unos doscientos metros más lejos la bandera chocó contra la puerta del granero con una fuerza que habría envidiado cualquier ariete. Esta, hecha de madera, no pudo resistir el envite y se abrió de par en par con un estruendo.

- ¡Las provisiones! – Pensó Ray. Si aquella puerta se mantenía abierta toda la comida que tenían almacenada se empaparía y se echaría a perder.

Preocupado por la potencial pérdida de todas las provisiones del Cuartel General, Ray se lanzó a la carrera tan rápido como fue capaz. El viento en esta ocasión soplaba a favor de su trayectoria, por lo que avanzaba velozmente pero debía andar con sumo cuidado en cada zancada para no perder el equilibrio y caer de cabeza contra el suelo.

No sin dificultad consiguió llegar hasta el granero y meterse dentro. La lluvia penetraba desde la puerta, y ya estaba empezando a afectar a los alimentos más cercanos a esta. El fuerte viento amenazaba también con lanzar por los aires botes de conservas y otros recipientes no demasiado pesados.

Mirando a su alrededor en busca de algo que pudiera ayudarle a cerrar la puerta, el marine se fijó en el asta de la bandera. Ya en el suelo, unos metros más allá. Aquello podía servirle. Agarró el gran palo de madera y lo arrastró hacia la puerta. Desde detrás de ella empujó y empujó con todas sus fuerzas, tratando de cerrarla. El sudor se mezclaba con el agua que bajaba por su piel desde la cabeza hasta el suelo. Poco a poco fue venciendo al poder del inclemente viento, cerrando progresivamente la puerta hasta que consiguió que se juntara con la mitad que permanecía en su lugar original. Tan veloz como fue capaz de ser dado su agotamiento, cogió el asta de la bandera y lo colocó atravesado en las agarraderas de ambas láminas de la puerta, bloqueándola.

El alivio que sintió en ese momento fue inmenso. Estaba a cubierto y había conseguido salvar las provisiones del Cuartel General. Exhausto y sin nada que hacer salvo esperar a que la tormenta amainase, se tumbó en un rincón y cerró los ojos, cayendo con rapidez presa del sueño.

Una voz familiar le sacó de sus ensoñaciones. Sobresaltado y ligeramente desorientado, pues no tenía la menor idea de cuánto tiempo había pasado, Ray abrió los ojos para encontrarse ante sí a la Capitana Montpellier. Su superiora le miraba con una expresión mezcla de incredulidad y preocupación.

- ¿Dónde te habías metido? Cuando hicimos el recuento y no estabas la tormenta ya había empezado y no pudimos mandar a nadie a buscarte. – Le dijo.

El joven no entendía nada. ¿Cómo que recuento? ¿Acaso los demás sabían que se avecinaba la tormenta?

La Capitana pareció darse cuenta de la expresión facial de su subordinado, porque acto seguido le preguntó si había oído el aviso por megafonía la noche anterior, antes de que todos se acostaran. Ray titubeó, pero no conseguía recordar ningún aviso. Puso cara de dolor y vergüenza, interiorizando que le había vuelto a suceder. Se había quedado perdido en sus pensamientos e ignorando el mundo exterior, y no se había enterado del aviso. Al parecer habían recibido instrucciones de guarecerse en el búnker subterráneo desde primera hora por la amenaza de una tormenta particularmente que podía poner en serio peligro las vidas de los incautos a quienes pillara desprevenidos.

Preocupada, la oficial le interrogó sobre lo acontecido el día anterior, lo que el peliblanco le contó con pelos y señales.

- Qué voy a hacer contigo… - Dijo, visiblemente exasperada. No obstante, poco después le dio las gracias por haber salvado las provisiones de todo el Cuartel, no sin antes hacerle prometer que de aquel momento en adelante prestaría atención a los avisos que se dieran por megafonía. Ray tan solo esperaba ser capaz de cumplir con aquella promesa, aunque dudaba seriamente de su capacidad para ello.
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[Aventura Autonarrada - Tier 1] Una extraña mañana - por Ray - 05-08-2024, 09:14 PM

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