Lemon Stone
MVP
Ayer, 12:58 AM
Se había marchado al barrio rojo de Loguetown porque estaba convencido de que su plan daría frutos; podridos o sanos, lo diría el futuro, pero de que los daría, los daría. En todas las ciudades, incluso en las más bonitas y ostentosas, había manchones oscuros imposibles de borrar. Puede que las luces de neón intentasen opacar esa sucia oscuridad que cualquiera podría olfatear, puede que las risas estridentes fueran una manera de distraer lo que de verdad sucedía allí, pero ¿cuánto importaba, si los que deseaban la libertad no luchaban por ella?
Más tarde preguntaría sobre el puticlub ese tan refinado al que debía colarse, pero no lo haría en frente de ojos sospechosos y oídos curiosos. Si había aprendido algo de las películas que tanto le gustaban, era cuándo llamar la atención y cuándo no… Bueno, siempre quería llamar la atención, pero hoy estaba enfadado.
Le dio una calada al cigarrillo justo frente a un edificio de varias plantas, pintado de rojo y dorado para llamar la atención, un lugar que recibía el nombre de “La Rosa de Hierro”. Esperaba encontrar más rosas que hierro allí dentro, la verdad. Había una portera de tremendo porte delante de la puerta, fumando como si le permitiera pasar más rápido el tiempo; seguro que la corpulenta guardia quería marcharse a casa. Enfrentó la mirada analítica de la mujer, devolviéndole una mirada rebosante de determinación y furia, pues seguía enfadado por las palabras de Pelucas. Qué tipo más idiota. Ya vería lo que haría él con su ejército personal de prostitutas…
-Las quiero a todas -respondió Lemon, su voz grave y rasposa sonando por encima de las risitas molestas-. Quiero llevarme conmigo a todas las putas que tengas esta noche, estén disponibles o no. A las altas y a las bajas, a las rubias y a las morenas, a las jóvenes y a las viejas, pero a las gordas no -remarcó esto último, fijándose en el aspecto de la guardia-. No es que quiera discriminar a las gordas, pero es difícil hacerlas entrar, ¿entiendes lo que te digo? Como sea, voy a entrar.
El plan iba a la perfección: había conseguido entrar. Dentro, se dejó encandilar por las luces y entorpecer por la música. Inhaló profundamente, siendo invadido por el humo del cigarrillo y el resto de sustancias que la gente quemaba allí dentro. Se fijó en los hombres que discutían acaloradamente con una de las trabajadoras. “¿Os parece graciosa la esclavitud?”, recordó con disgusto las palabras de Pelucas. El fuego interno de la pasión, las llamas de la Causa y el ímpetu del caos, le impulsaron a caminar directo hacia los hombres con pasos imprudentes, sin saber lo que estaba haciendo. Bueno, sí que lo sabía. Y como no obtuviese lo que deseaba montaría un espectáculo que recordarían por el resto de sus días.
-Creo que tenemos un problema aquí -intervino en la discusión-, y pasa que justo quiero a esta chica. También quiero a la de allí -apuntó a una morena con el índice-, a la de allá y también a la que está medio escondida por ahí. Las quiero a todas para mí, ¿saben lo que quiero decir? -les preguntó, posando sus ojos cargados de agresividad sobre los hombres que, si se atrevían a responderle de mala manera, acabarían convertidos en un sabroso puré de vísceras y huesos astillados-. Les aconsejo irse a otro local a remojar el ganso, pues hoy tengo negocios pendientes aquí. Tú, chica, ¿cómo te llamas y quién es la persona que está a cargo? Quisiera saber con quién tengo que hablar.