Donatella Pavone
La Garra de Pavone
25-11-2024, 07:27 PM
El puerto de Rostock estaba tan vivo como el corazón de un mercado en días de fiesta, aunque para Donatella Pavone, todo aquel ruido no era más que una distracción en su búsqueda. Había llegado a Kilombo hacía apenas un día, pero ya había aprendido que este lugar, aunque apartado y modesto, tenía sus propias reglas y costumbres. Y, como siempre, era su deber aprenderlas rápidamente si quería moverse con eficacia y reanudar su misión.
Vestida con su habitual capa ligera que le permitía pasar desapercibida entre los plebeyos, Donatella caminaba con calma por los muelles, sus ojos ámbar recorriendo cada detalle del bullicioso y desagradable puerto. El mar parecía un espejo interminable bajo el sol de la mañana, y las olas rompían suavemente contra los barcos atracados, algunos de ellos ya siendo descargados por marineros y trabajadores del pueblo. Su mirada se deslizaba de un lado a otro, buscando cualquier señal de algo inusual, cualquier rostro que pudiera ser útil o peligroso.
Había oído hablar del puerto desde que llegó al pueblo, de cómo era el centro de comercio y actividad, y también de cómo algunos visitantes poco confiables podían ocultarse entre las tripulaciones. Era el lugar perfecto para iniciar un levantamiento de la zona. Cada palabra, cada gesto de los trabajadores locales podía darle información valiosa sobre los personajes que frecuentaban este rincón del mundo. Fue entonces cuando lo vio; un hombre que destacaba entre el resto, no solo por su tamaño imponente, sino también por la energía casi contagiosa que emanaba. Era difícil no fijarse en él, con su cuerpo masivo que rondaba los tres metros de altura, moviéndose con una agilidad que no se esperaría de alguien de su edad. Su cabello canoso y el rostro curtido por los años hablaban de una vida de trabajo duro, pero su sonrisa amplia y genuina lo diferenciaba de los rostros cansados y amargados de muchos otros.
Donatella detuvo su paso por un instante, observándolo desde la distancia. Por un momento, pensó en cómo alguien con esa edad podía seguir trabajando con tanta dedicación. Las miradas de algunos trabajadores al pasar junto a él no eran difíciles de leer; una mezcla de respeto y duda se dibujaba en sus expresiones. Probablemente lo consideraban un hombre fuera de lugar en la Marina, alguien que había llegado tarde a cumplir una fantasía infantil, sin duda un sujeto inusual y muy probablemente fuera de lugar.
Con un suspiro, La Garra de Pavone se ajustó la capa y comenzó a caminar hacia él, sus zapatos verdes de combate resonando levemente sobre la madera del muelle. Si había algo que había aprendido en su viaje, era que incluso los aliados más improbables podían ofrecer información valiosa. Y este hombre, con su imponente presencia y conexión con la Marina, podía ser justo lo que necesitaba. Se detuvo a unos pasos de Arthur, lo suficiente como para no invadir su espacio, pero lo bastante cerca como para captar su atención. Levantó ligeramente el rostro mientras desvelaba su rostro retirando la capucha de la capa, mientras su mirada ámbar buscaba encontrarse con los ojos de él.
— Disculpe señor. — Dijo con un tono firme pero educado, asegurándose de que su voz se proyectara lo suficiente para ser escuchada por encima del bullicio del puerto. Su acento refinado, aunque ligeramente disfrazado, era un eco de la educación noble que siempre trataba de ocultar sin éxito en lugares como este. — Pareces ser un hombre que todos aquí respetan. — Una pequeña sonrisa se formó en sus labios, más por cortesía que por calidez. Extendió una mano en un gesto de presentación, observando de cerca cómo reaccionaba el hombre ante su presencia.
— Soy Donatella. He quedado varada en esta isla, necesito aprender como funcionan las cosas para continuar con una misión muy importante. — Su tono era directo, pero no carente de sutileza pues trataba de ocultar la melancolía que se le presentaba con solo pensar en el naufragio y posible muerte de sus guardias reales. Sabía que no debía apresurarse ni mostrar todas sus cartas de inmediato, el señor podía ser un hombre amable y servicial, pero también era un Marine, y su lealtad podía complicar las cosas si no jugaba bien sus palabras. Mientras esperaba su respuesta, sus ojos continuaban escaneando el puerto, siempre alerta a cualquier detalle que pudiera ser útil en su misión.
Vestida con su habitual capa ligera que le permitía pasar desapercibida entre los plebeyos, Donatella caminaba con calma por los muelles, sus ojos ámbar recorriendo cada detalle del bullicioso y desagradable puerto. El mar parecía un espejo interminable bajo el sol de la mañana, y las olas rompían suavemente contra los barcos atracados, algunos de ellos ya siendo descargados por marineros y trabajadores del pueblo. Su mirada se deslizaba de un lado a otro, buscando cualquier señal de algo inusual, cualquier rostro que pudiera ser útil o peligroso.
Había oído hablar del puerto desde que llegó al pueblo, de cómo era el centro de comercio y actividad, y también de cómo algunos visitantes poco confiables podían ocultarse entre las tripulaciones. Era el lugar perfecto para iniciar un levantamiento de la zona. Cada palabra, cada gesto de los trabajadores locales podía darle información valiosa sobre los personajes que frecuentaban este rincón del mundo. Fue entonces cuando lo vio; un hombre que destacaba entre el resto, no solo por su tamaño imponente, sino también por la energía casi contagiosa que emanaba. Era difícil no fijarse en él, con su cuerpo masivo que rondaba los tres metros de altura, moviéndose con una agilidad que no se esperaría de alguien de su edad. Su cabello canoso y el rostro curtido por los años hablaban de una vida de trabajo duro, pero su sonrisa amplia y genuina lo diferenciaba de los rostros cansados y amargados de muchos otros.
Donatella detuvo su paso por un instante, observándolo desde la distancia. Por un momento, pensó en cómo alguien con esa edad podía seguir trabajando con tanta dedicación. Las miradas de algunos trabajadores al pasar junto a él no eran difíciles de leer; una mezcla de respeto y duda se dibujaba en sus expresiones. Probablemente lo consideraban un hombre fuera de lugar en la Marina, alguien que había llegado tarde a cumplir una fantasía infantil, sin duda un sujeto inusual y muy probablemente fuera de lugar.
Con un suspiro, La Garra de Pavone se ajustó la capa y comenzó a caminar hacia él, sus zapatos verdes de combate resonando levemente sobre la madera del muelle. Si había algo que había aprendido en su viaje, era que incluso los aliados más improbables podían ofrecer información valiosa. Y este hombre, con su imponente presencia y conexión con la Marina, podía ser justo lo que necesitaba. Se detuvo a unos pasos de Arthur, lo suficiente como para no invadir su espacio, pero lo bastante cerca como para captar su atención. Levantó ligeramente el rostro mientras desvelaba su rostro retirando la capucha de la capa, mientras su mirada ámbar buscaba encontrarse con los ojos de él.
— Disculpe señor. — Dijo con un tono firme pero educado, asegurándose de que su voz se proyectara lo suficiente para ser escuchada por encima del bullicio del puerto. Su acento refinado, aunque ligeramente disfrazado, era un eco de la educación noble que siempre trataba de ocultar sin éxito en lugares como este. — Pareces ser un hombre que todos aquí respetan. — Una pequeña sonrisa se formó en sus labios, más por cortesía que por calidez. Extendió una mano en un gesto de presentación, observando de cerca cómo reaccionaba el hombre ante su presencia.
— Soy Donatella. He quedado varada en esta isla, necesito aprender como funcionan las cosas para continuar con una misión muy importante. — Su tono era directo, pero no carente de sutileza pues trataba de ocultar la melancolía que se le presentaba con solo pensar en el naufragio y posible muerte de sus guardias reales. Sabía que no debía apresurarse ni mostrar todas sus cartas de inmediato, el señor podía ser un hombre amable y servicial, pero también era un Marine, y su lealtad podía complicar las cosas si no jugaba bien sus palabras. Mientras esperaba su respuesta, sus ojos continuaban escaneando el puerto, siempre alerta a cualquier detalle que pudiera ser útil en su misión.