Arthur Soriz
Gramps
25-11-2024, 09:04 PM
"Disculpe señor."
Dos palabras que fueron suficientes para que Arthur bajara la mirada y despertara en él un nuevo interés. El gentil sonido de la tela deslizándose entre sus finos dedos al bajarse la capucha dio vista a una bella y joven mujer. De inmediato una gentil sonrisa se plasmó en el rostro del anciano, asintiendo con la cabeza y cruzándose de brazos esperó a que la muchacha terminase de hablar. Su halago le infló ligeramente el pecho, teniendo que resoplar por la nariz para que su sonrisa no se ampliara más de lo necesario.
Necesitaba su ayuda, sus palabras fueron claras y su mirar distante aún más.
Con un vigor revitalizante y un tono de voz un par de decibeles más alto de lo necesario, Arthur asintió con la cabeza mostrando disposición absoluta sin la necesidad de decir nada en un comienzo.
— ¡Cruel sería de mi parte no ayudar a alguien que lo necesita! Joven, mi nombre es Arthur Soriz y hasta que dejes de precisar mi asistencia... me tienes a total disposición.
Su forma de decirlo no era la de alguien coqueto. Lejos de ser un Casanova, tan solo estaba siendo afable como lo sería con cualquier persona que pidiera su ayuda. No podía hacer la vista gorda; no estaba en su carácter. Primero lo primero, se encontraba varada en Kilombo, lo que le dejaba deducir que no manera de irse o volver a su hogar, algo que jaló fuerte de las cuerdas de su corazón. Un poco de lástima había, pero tenerle lástima a la gente es lo peor que puedes hacer; subestimas su capacidad de supervivencia.
— Primero permíteme preguntarte, ¿tienes hambre? Porque no muy lejos de aquí hay un puesto de fideos Udon que son... ¡MWAH!~ ¡Una delicia!
Propuso el hombre mayor, emitiendo una sonora carcajada. Acto seguido, viró su cuerpo noventa grados hacia la derecha, estirando un brazo al lado como invitando a la joven a que comenzara a caminar, él sería su guía por el día de hoy.
— Dime entonces, joven... ¿Qué en específico quieres saber sobre la isla? Y no escatimes en preguntar, suéltalo todo... ¡sin miedo! — vociferó, adoptando una pose muscular haciendo que los músculos de su pecho parecieran inflarse en tensión, pareciendo una roca impenetrable más que un hombre anciano. Su forma particular de decir que su paciencia era más grande que la montaña más alta del mundo.
— Prefiero que resuelvas todas tus dudas conmigo, a que tengas el infortunio de encontrarte con alguien que quiera sacarte dinero a cambio de 'información'... ¡Que por cierto, mucho muy importante! — se interrumpió a si mismo al decir aquello último. — Si conoces a alguien así, te pediré encarecidamente... que me avises, para llevarlo al cuartel... no sin antes dejarle en claro que la Marina no siente agrado por los estafadores.
Dos palabras que fueron suficientes para que Arthur bajara la mirada y despertara en él un nuevo interés. El gentil sonido de la tela deslizándose entre sus finos dedos al bajarse la capucha dio vista a una bella y joven mujer. De inmediato una gentil sonrisa se plasmó en el rostro del anciano, asintiendo con la cabeza y cruzándose de brazos esperó a que la muchacha terminase de hablar. Su halago le infló ligeramente el pecho, teniendo que resoplar por la nariz para que su sonrisa no se ampliara más de lo necesario.
Necesitaba su ayuda, sus palabras fueron claras y su mirar distante aún más.
Con un vigor revitalizante y un tono de voz un par de decibeles más alto de lo necesario, Arthur asintió con la cabeza mostrando disposición absoluta sin la necesidad de decir nada en un comienzo.
— ¡Cruel sería de mi parte no ayudar a alguien que lo necesita! Joven, mi nombre es Arthur Soriz y hasta que dejes de precisar mi asistencia... me tienes a total disposición.
Su forma de decirlo no era la de alguien coqueto. Lejos de ser un Casanova, tan solo estaba siendo afable como lo sería con cualquier persona que pidiera su ayuda. No podía hacer la vista gorda; no estaba en su carácter. Primero lo primero, se encontraba varada en Kilombo, lo que le dejaba deducir que no manera de irse o volver a su hogar, algo que jaló fuerte de las cuerdas de su corazón. Un poco de lástima había, pero tenerle lástima a la gente es lo peor que puedes hacer; subestimas su capacidad de supervivencia.
— Primero permíteme preguntarte, ¿tienes hambre? Porque no muy lejos de aquí hay un puesto de fideos Udon que son... ¡MWAH!~ ¡Una delicia!
Propuso el hombre mayor, emitiendo una sonora carcajada. Acto seguido, viró su cuerpo noventa grados hacia la derecha, estirando un brazo al lado como invitando a la joven a que comenzara a caminar, él sería su guía por el día de hoy.
— Dime entonces, joven... ¿Qué en específico quieres saber sobre la isla? Y no escatimes en preguntar, suéltalo todo... ¡sin miedo! — vociferó, adoptando una pose muscular haciendo que los músculos de su pecho parecieran inflarse en tensión, pareciendo una roca impenetrable más que un hombre anciano. Su forma particular de decir que su paciencia era más grande que la montaña más alta del mundo.
— Prefiero que resuelvas todas tus dudas conmigo, a que tengas el infortunio de encontrarte con alguien que quiera sacarte dinero a cambio de 'información'... ¡Que por cierto, mucho muy importante! — se interrumpió a si mismo al decir aquello último. — Si conoces a alguien así, te pediré encarecidamente... que me avises, para llevarlo al cuartel... no sin antes dejarle en claro que la Marina no siente agrado por los estafadores.