
Asradi
Völva
27-11-2024, 05:03 PM
Asradi sonrió ampliamente cuando Alistair, literalmente, le regaló el libro que ella le había pedido prestado. Era verdad que estaba ya muy desgastado y usado, pero todavía era una buena guía para principiantes como ella. No estrujó al emplumado porque estaban en un lugar un tanto delicado, y no quería tirar o romper nada. Pero sí que le regaló una esplendorosa sonrisa al lunarian por ello.
— ¡Muchas gracias, eres el mejor! — La sirena estrujó un poco el libro contra sí misma, contra su pecho, aunque con cuidado, en un gesto de agradecimiento. Luego miró un poco dicho objeto y lo dejó muy cuidadosamente en su propio regazo. Luego, escuchó un tanto más embelesada la explicación de Alistair y asintió a sus palabras. Estaba de acuerdo con él. — No sé si una voz, pero sí creo que todo conlleva un sentimiento. Yo creo que este libro, si pudiese hablar, estaría contento de haber sido cuidado y encontrado por ti.
Y es que, al menos para ella, toparse con Alistair era como abrazar un cálido pedacito de sol. Era una persona que siempre estaba de buen humor y, no solo eso, sino que también se desvivía por ayudar a los demás sin importar lo que sucediese. Precisamente por ese tipo de cosas, era consciente que muchas personas que hacían eso, también eran de los que más se callaban la boca cuando tenían un problema o se encontraban mal anímicamente, solo para no amargar al resto. En silencio, la sirena contempló como el lunarian preparaba todo, de manera improvisada, para hacer el té que ella misma le había entregado. El uso de los diales para el agua y para hervir esta última en un recipiente improvisado, le hicieron sonreir de manera mucho más suave.
— Ese es un buen invento, todo sea dicho. Jamás se me hubiese ocurrido usarlos de esa manera. — La única vez que había usado un dial, uno de agua precisamente, había sido con Octojin en Loguetown, cuando se habían encontrado en medio de aquella pelea callejera. Y, por otro lado, el dial pertenecía al gyojin en cuestión, por lo que había sido un uso muy breve el que le habían dado.
Recordó eses momentos con una pequeña sonrisa.
— Espera, creo que yo tengo algo... — Rebuscó entre sus cosas y sacó un par de tazas de hojalata. Le tendió una a Alistair. — Es nueva y está sin usar. La suelo tener de repuesto por si se me rompe la mía o la pierdo.
Podrían usar esas tazas para tomar tranquilamente el té sin quemarse y disfrutar de ese momento de asueto. Y hablando de asueto, miró en silencio al lunarian cuando éste comenzó a titubear, así como la risa suave, pero forzada. La sirena no era, quizás, una experta, pero era empática con la gente que quería o con los más vulnerables también. Y notaba algo raro en su amigo. Asradi no dijo nada al principio, no quería agobiarle. Si Alistair necesitaba hablar, tendría que salir de él. Sentir que lo necesitaba. Pero también hacerle saber que ella estaría ahí para escucharle y para aconsejarle lo mejor que pudiese.
Ahora bien, sí se fijó en los pequeños gestos del rubio. En los pequeños tics nerviosos, el que no le mirase a los ojos. Asradi esperó pacientemente, hasta que el emplumado se decidió. La sirena le escuchó en silencio, y terminó asintiendo con un suspiro. Ella no usaba armas de filo, pero había visto lo que podían hacer.
— Creo que entiendo lo que me quieres decir... — Asradi entrelazó sus propias manos en su regazo, con una expresión más serena, quizás hasta apesadumbrada. — Lo he sentido también cuando nos enfrentamos los demás al general. Es verdad que yo no le puse una mano encima, pero... Colaboré a su caída. — A su muerte. La sirena tragó saliva un segundo, antes de elevar la mirada y centrar sus ojos en los de Alistair.
Había sido duro ver caer a una persona, aunque perteneciese a otro bando. El único consuelo que a ella le había quedado, después de eso, es que lo hacían por algo mejor, por ayudar a la gente. Y, aún así, nadie debería tener la potestad de quitarle la vida a otro.
— Tienes que ser muy fuerte mentalmente para que no se te vaya la mano. Además, piensa que no siempre es necesario llegar a ese extremo. A veces hay que intentar dialogar antes, y a ti se te da muy bien. — Le sonrió con un deje de dulzura. — De todas maneras, aunque a veces sea inevitable, creo que tarde o temprano nos va a tocar. Yo espero que no, pero... Si necesitas desahogarte y no estamos en el mismo barco o lugar, siempre puedes llamarme para lo que necesites.
Asradi se silenció un momento.
— Está bien ser vulnerable, Alistair. Si no lo fuésemos, entonces no seríamos personas sintientes ni empáticas. Eso es lo que nos diferencia de esa gente. — Refiriéndose, claramente, a los que les dejaron las marcas en su espalda.
— ¡Muchas gracias, eres el mejor! — La sirena estrujó un poco el libro contra sí misma, contra su pecho, aunque con cuidado, en un gesto de agradecimiento. Luego miró un poco dicho objeto y lo dejó muy cuidadosamente en su propio regazo. Luego, escuchó un tanto más embelesada la explicación de Alistair y asintió a sus palabras. Estaba de acuerdo con él. — No sé si una voz, pero sí creo que todo conlleva un sentimiento. Yo creo que este libro, si pudiese hablar, estaría contento de haber sido cuidado y encontrado por ti.
Y es que, al menos para ella, toparse con Alistair era como abrazar un cálido pedacito de sol. Era una persona que siempre estaba de buen humor y, no solo eso, sino que también se desvivía por ayudar a los demás sin importar lo que sucediese. Precisamente por ese tipo de cosas, era consciente que muchas personas que hacían eso, también eran de los que más se callaban la boca cuando tenían un problema o se encontraban mal anímicamente, solo para no amargar al resto. En silencio, la sirena contempló como el lunarian preparaba todo, de manera improvisada, para hacer el té que ella misma le había entregado. El uso de los diales para el agua y para hervir esta última en un recipiente improvisado, le hicieron sonreir de manera mucho más suave.
— Ese es un buen invento, todo sea dicho. Jamás se me hubiese ocurrido usarlos de esa manera. — La única vez que había usado un dial, uno de agua precisamente, había sido con Octojin en Loguetown, cuando se habían encontrado en medio de aquella pelea callejera. Y, por otro lado, el dial pertenecía al gyojin en cuestión, por lo que había sido un uso muy breve el que le habían dado.
Recordó eses momentos con una pequeña sonrisa.
— Espera, creo que yo tengo algo... — Rebuscó entre sus cosas y sacó un par de tazas de hojalata. Le tendió una a Alistair. — Es nueva y está sin usar. La suelo tener de repuesto por si se me rompe la mía o la pierdo.
Podrían usar esas tazas para tomar tranquilamente el té sin quemarse y disfrutar de ese momento de asueto. Y hablando de asueto, miró en silencio al lunarian cuando éste comenzó a titubear, así como la risa suave, pero forzada. La sirena no era, quizás, una experta, pero era empática con la gente que quería o con los más vulnerables también. Y notaba algo raro en su amigo. Asradi no dijo nada al principio, no quería agobiarle. Si Alistair necesitaba hablar, tendría que salir de él. Sentir que lo necesitaba. Pero también hacerle saber que ella estaría ahí para escucharle y para aconsejarle lo mejor que pudiese.
Ahora bien, sí se fijó en los pequeños gestos del rubio. En los pequeños tics nerviosos, el que no le mirase a los ojos. Asradi esperó pacientemente, hasta que el emplumado se decidió. La sirena le escuchó en silencio, y terminó asintiendo con un suspiro. Ella no usaba armas de filo, pero había visto lo que podían hacer.
— Creo que entiendo lo que me quieres decir... — Asradi entrelazó sus propias manos en su regazo, con una expresión más serena, quizás hasta apesadumbrada. — Lo he sentido también cuando nos enfrentamos los demás al general. Es verdad que yo no le puse una mano encima, pero... Colaboré a su caída. — A su muerte. La sirena tragó saliva un segundo, antes de elevar la mirada y centrar sus ojos en los de Alistair.
Había sido duro ver caer a una persona, aunque perteneciese a otro bando. El único consuelo que a ella le había quedado, después de eso, es que lo hacían por algo mejor, por ayudar a la gente. Y, aún así, nadie debería tener la potestad de quitarle la vida a otro.
— Tienes que ser muy fuerte mentalmente para que no se te vaya la mano. Además, piensa que no siempre es necesario llegar a ese extremo. A veces hay que intentar dialogar antes, y a ti se te da muy bien. — Le sonrió con un deje de dulzura. — De todas maneras, aunque a veces sea inevitable, creo que tarde o temprano nos va a tocar. Yo espero que no, pero... Si necesitas desahogarte y no estamos en el mismo barco o lugar, siempre puedes llamarme para lo que necesites.
Asradi se silenció un momento.
— Está bien ser vulnerable, Alistair. Si no lo fuésemos, entonces no seríamos personas sintientes ni empáticas. Eso es lo que nos diferencia de esa gente. — Refiriéndose, claramente, a los que les dejaron las marcas en su espalda.