Octojin
El terror blanco
28-11-2024, 01:21 AM
La grúa chirrió al activarse, el sonido reverberando por los astilleros mientras el sol del mediodía bañaba el imponente Indiaman que comenzaba su lento descenso hacia el muelle. Octojin, de pie junto a un grupo de trabajadores del astillero, observaba atentamente cada movimiento de la maquinaria. Sus ojos, afilados como el filo de un arpón, recorrían la estructura del barco con precisión milimétrica, buscando cualquier posible imperfección para subsanarla antes de entregarlo.
El casco del Indiaman, pulido y barnizado, reflejaba la luz con un brillo que hablaba de horas de trabajo dedicado. Los mástiles, aún desnudos de velas, apuntaban al cielo como lanzas listas para la batalla. Los refuerzos metálicos en las juntas brillaban impecables, y los detalles de los acabados demostraban la experiencia de los carpinteros que habían trabajado en el proyecto.
—Perfecto. Nada de chapuzas hoy —murmuró Octojin para sí mismo, mientras cruzaba los brazos y se aseguraba de que cada cadena estuviera bien ajustada, cada nudo en su sitio.
La grúa avanzaba lentamente, asegurándose de que el barco no sufriera daño alguno durante el proceso. Los trabajadores se comunicaban con gestos y gritos, dirigiendo el mecanismo mientras Octojin supervisaba cada detalle. A medida que el Indiaman descendía hacia el agua, el tiburón no podía evitar sentir una mezcla de orgullo y responsabilidad. Este no era un barco cualquiera, era una de las piezas encargadas por su viejo amigo Silver. Y el escualo se aseguraría de que fuera perfecto para él.
Cuando el barco tocó el agua, un leve chapoteo confirmó que todo iba según lo planeado. El Indiaman se meció suavemente, quedándose a flote con una elegancia imponente. Octojin subió a bordo con un salto ágil, mientras las cadenas de la grúa aún se mantenían sujetas al casco.
—¡Despejen los mecanismos y preparen la grúa para regresar a posición! —gritó a los trabajadores, mientras se agachaba para soltar los pesados ganchos de las cadenas.
Cada eslabón metálico resonó al liberarse. Con manos firmes, Octojin aseguró que las cadenas estuvieran correctamente enrolladas antes de dar la señal a uno de los operadores de la grúa. Este, con un gesto de asentimiento, accionó los controles para retirar la maquinaria. La grúa comenzó a retroceder, dejando al barco completamente libre en el agua.
Antes de bajar, Octojin inspeccionó la cubierta, pisando cada tabla con cuidado, probando la resistencia del suelo. En el centro del barco se encontraba un cofre bien asegurado, que había cargado personalmente antes de la entrega. Contenía una selección de armas: dos a distancia, tres nudilleras y un escudo. Habían sido parte de su arsenal durante los entrenamientos en la marina, pero ahora merecían un nuevo propósito.
Al tomar el cofre, sintió un leve dejo de nostalgia. Especialmente por unas nudilleras en particular, que habían sido sus aliadas en incontables combates. Aunque estaban algo desgastadas, cada marca y pequeña mancha de sangre contaban una historia, una que Octojin esperaba que alguien más pudiera continuar.
Bajó del barco con el cofre en brazos, marcando bien sus firmes pasos que resonaban contra el muelle. Allí estaba Silver, esperándole. Octojin esbozó una amplia sonrisa al verlo, mostrando sus dientes afilados.
—Aquí tienes, Silver. Otro Indiaman más para tu colección. Seguro que este te hará volar sobre el mar —dijo, con tono orgulloso, mientras dejaba el cofre a un lado para señalar el barco—. Mira esta joya. No hay lugar al que no puedas llegar con esto. Estoy seguro de que cada tabla y cada clavo están listos para enfrentarse a lo que sea.
Agachándose, abrió el cofre con cuidado y mostró su contenido.
—Y esto... Esto es un extra —añadió, mientras señalaba las armas con su enorme mano—. Algunas son piezas que ya no uso, pero pensé que podrían ser útiles. Especialmente las nudilleras más desgastadas —dijo, levantándolas para mostrarlas más de cerca—. Han estado conmigo en combates contra piratas, en escaramuzas contra revolucionarios e incluso en entrenamientos con otros marines. Puede que tengan alguna mancha de sangre, pero quizá eso les dé más valor. Son historia pura.
Tomó el escudo con ambas manos y lo levantó, girándolo para mostrar las marcas de impacto y raspones.
—Este escudo también ha visto mejor días, pero sigue siendo sólido. Aguantó golpes que habrían tumbado a más de uno. Estoy seguro de que alguien podrá darle un buen uso.
Dejó las armas en su lugar y cerró el cofre con suavidad.
—No tienes que pagármelas ni nada. Considera esto una forma de devolverle algo a la vida. Si alguien en tu tripulación puede usarlas, genial. Si no, pues que las recicle algún herrero. Prefiero eso a que terminen acumulando polvo en algún almacén.
Octojin se irguió, cruzando los brazos mientras miraba nuevamente el barco. Había algo profundamente satisfactorio en ver una obra terminada, especialmente cuando sabía que era más que un simple encargo. Este barco era una herramienta para la aventura, para la libertad. Y aunque Silver no hubiera compartido con él todos sus planes, Octojin confiaba en que lo usaría bien.
—Bueno, Silver, aquí está la nave, lista para zarpar cuando lo desees. Espero que tengas buenos vientos y mejores mares. ¿Quién sabe? Quizá en algún momento me invites a subir a bordo y me muestres de qué es capaz esta belleza.
Con una sonrisa final, el tiburón dio un paso atrás, dejando que su viejo amigo admirara el barco y el cofre a su ritmo. Para Octojin, había sido un día productivo. Había cumplido con su parte, y ahora el Indiaman estaba en manos de alguien que sabría aprovecharlo al máximo.
El casco del Indiaman, pulido y barnizado, reflejaba la luz con un brillo que hablaba de horas de trabajo dedicado. Los mástiles, aún desnudos de velas, apuntaban al cielo como lanzas listas para la batalla. Los refuerzos metálicos en las juntas brillaban impecables, y los detalles de los acabados demostraban la experiencia de los carpinteros que habían trabajado en el proyecto.
—Perfecto. Nada de chapuzas hoy —murmuró Octojin para sí mismo, mientras cruzaba los brazos y se aseguraba de que cada cadena estuviera bien ajustada, cada nudo en su sitio.
La grúa avanzaba lentamente, asegurándose de que el barco no sufriera daño alguno durante el proceso. Los trabajadores se comunicaban con gestos y gritos, dirigiendo el mecanismo mientras Octojin supervisaba cada detalle. A medida que el Indiaman descendía hacia el agua, el tiburón no podía evitar sentir una mezcla de orgullo y responsabilidad. Este no era un barco cualquiera, era una de las piezas encargadas por su viejo amigo Silver. Y el escualo se aseguraría de que fuera perfecto para él.
Cuando el barco tocó el agua, un leve chapoteo confirmó que todo iba según lo planeado. El Indiaman se meció suavemente, quedándose a flote con una elegancia imponente. Octojin subió a bordo con un salto ágil, mientras las cadenas de la grúa aún se mantenían sujetas al casco.
—¡Despejen los mecanismos y preparen la grúa para regresar a posición! —gritó a los trabajadores, mientras se agachaba para soltar los pesados ganchos de las cadenas.
Cada eslabón metálico resonó al liberarse. Con manos firmes, Octojin aseguró que las cadenas estuvieran correctamente enrolladas antes de dar la señal a uno de los operadores de la grúa. Este, con un gesto de asentimiento, accionó los controles para retirar la maquinaria. La grúa comenzó a retroceder, dejando al barco completamente libre en el agua.
Antes de bajar, Octojin inspeccionó la cubierta, pisando cada tabla con cuidado, probando la resistencia del suelo. En el centro del barco se encontraba un cofre bien asegurado, que había cargado personalmente antes de la entrega. Contenía una selección de armas: dos a distancia, tres nudilleras y un escudo. Habían sido parte de su arsenal durante los entrenamientos en la marina, pero ahora merecían un nuevo propósito.
Al tomar el cofre, sintió un leve dejo de nostalgia. Especialmente por unas nudilleras en particular, que habían sido sus aliadas en incontables combates. Aunque estaban algo desgastadas, cada marca y pequeña mancha de sangre contaban una historia, una que Octojin esperaba que alguien más pudiera continuar.
Bajó del barco con el cofre en brazos, marcando bien sus firmes pasos que resonaban contra el muelle. Allí estaba Silver, esperándole. Octojin esbozó una amplia sonrisa al verlo, mostrando sus dientes afilados.
—Aquí tienes, Silver. Otro Indiaman más para tu colección. Seguro que este te hará volar sobre el mar —dijo, con tono orgulloso, mientras dejaba el cofre a un lado para señalar el barco—. Mira esta joya. No hay lugar al que no puedas llegar con esto. Estoy seguro de que cada tabla y cada clavo están listos para enfrentarse a lo que sea.
Agachándose, abrió el cofre con cuidado y mostró su contenido.
—Y esto... Esto es un extra —añadió, mientras señalaba las armas con su enorme mano—. Algunas son piezas que ya no uso, pero pensé que podrían ser útiles. Especialmente las nudilleras más desgastadas —dijo, levantándolas para mostrarlas más de cerca—. Han estado conmigo en combates contra piratas, en escaramuzas contra revolucionarios e incluso en entrenamientos con otros marines. Puede que tengan alguna mancha de sangre, pero quizá eso les dé más valor. Son historia pura.
Tomó el escudo con ambas manos y lo levantó, girándolo para mostrar las marcas de impacto y raspones.
—Este escudo también ha visto mejor días, pero sigue siendo sólido. Aguantó golpes que habrían tumbado a más de uno. Estoy seguro de que alguien podrá darle un buen uso.
Dejó las armas en su lugar y cerró el cofre con suavidad.
—No tienes que pagármelas ni nada. Considera esto una forma de devolverle algo a la vida. Si alguien en tu tripulación puede usarlas, genial. Si no, pues que las recicle algún herrero. Prefiero eso a que terminen acumulando polvo en algún almacén.
Octojin se irguió, cruzando los brazos mientras miraba nuevamente el barco. Había algo profundamente satisfactorio en ver una obra terminada, especialmente cuando sabía que era más que un simple encargo. Este barco era una herramienta para la aventura, para la libertad. Y aunque Silver no hubiera compartido con él todos sus planes, Octojin confiaba en que lo usaría bien.
—Bueno, Silver, aquí está la nave, lista para zarpar cuando lo desees. Espero que tengas buenos vientos y mejores mares. ¿Quién sabe? Quizá en algún momento me invites a subir a bordo y me muestres de qué es capaz esta belleza.
Con una sonrisa final, el tiburón dio un paso atrás, dejando que su viejo amigo admirara el barco y el cofre a su ritmo. Para Octojin, había sido un día productivo. Había cumplido con su parte, y ahora el Indiaman estaba en manos de alguien que sabría aprovecharlo al máximo.