Terence Blackmore
Enigma del East Blue
06-08-2024, 01:30 AM
La situación era más que curiosa, pues ante mí se erigía un cónclave de individuos de lo más interesante. Casi se podía ver la misma variedad de personajes que en la Hacienda, concretamente en la mina adjunta de esclavos.
Hice memoria durante unos fugaces, pero intensos momentos en lo que en aquella área se movía. Carretas llenas de piedras y minerales preciosos, imbuidos en la sangre de los desafortunados que han hecho un mal pacto con nosotros al no poder pagarnos, o de aquellos otros que han sido vendidos como parte de un trato o simplemente recogidos del camino.
La Hacienda era un lugar ciertamente oscuro, pero al fin y al cabo, mi hogar.
El muchacho más joven, guardaba con celo gran curiosidad y exaltación por lo que le rodeaba, pero no desde un punto de vista que extenuara, sino desde una perspectiva que me recordaba mucho a mi yo de juventud, así que darle la mano me recordó a una época un poco más amable, pero no necesariamente menos aciaga.
Esta era una de las características que yo más admiraba, el afán por el aprendizaje desmedido. No pude evitar sonreír, pues algo me decía que ese chaval era más adulto de lo que podía llegar a parecer. ¿Quizá una tinta negra emborronaba su pasado? Al fin y al cabo, dicen que las personas que más felices parecen son las que más han conocido el dolor.
Un hombre de increíble porte, rasgos norteños, rubio y voz ruda e intimidante que no había visto en mis anteriores y numerosas visitas, hacía las veces de vendedor ambulante de la pesca que, sin duda, había recogido con el sudor de su frente. Parecía bastante trabajador y claramente tenía algo en su psique que denotaba algún tipo de frustración, pero a pesar de los modales ausentes, parecía renunciar a bienes como el dinero en virtud de ver caras felices. Reconozco que siento algo de lástima por este tipo de personas, aunque también es cierto que las veces que había visto uno de estos masivos hombres, había sido precisamente en la Hacienda.
¿Quizá podríamos decir que es una especie de caja de juguetes rotos que reparamos y a los que dotamos de una nueva funcionalidad?
-Un placer Juuken, mi nombre es Terence, y este bello paraje se llama Rostock- continué con una sonrisa al tomar su mano y apretarla con firmeza. Aquel joven era definitivamente más un hombre que muchos que había conocido. Una persona interesante.
De pronto, el nórdico de armadura argéntea blandió su arma y dio un rápido giro que pocos podrían evitar, pero alejada de intencionalidad asesina, sino más bien una precaución. La presteza del movimiento me dijo que, efectivamente, era alguien versado en combate y quizá uno de los que preferían, primero partirte por la mitad y luego preguntarte acerca de tu procedencia.
Hablaba en un lenguaje extraño, que no me era conocido, pero que me recordó a las leyendas que había leído de joven, las historias de un antiguo aventurero del pasado que había viajado por el mundo.
No pude evitar echar mano instintiva del mango del arma que portaba, una hoja mediana no muy lujosa que había tenido a bien quitarle a un maleante que había intentado asaltarme en uno de los viajes y que ahora yacía como alimento de los peces de este Mar del Este.
El hombre maldijo nuevamente en su arcaico y extraño idioma, lo que me llamó a la atención, pero mis pesquisas se aliviaron cuando de manera temprana, mencionó a Elbaf, una isla que se consideraba un sueño, misteriosa y fuente de grandes epopeyas. Lugar de donde los singulares pero útiles gigantes debían su origen. Lástima que fueran tan parcos en palabras como para poder interrogarles acerca de dicha maravilla.
El simple pensamiento de conocer dicho lugar legendario y probarlo, hizo que por instantes una chispa de vida plena recorriera mi mirada ámbar.
De pronto, el bárbaro del norte bajó su arma y comenzó a gritar algo acerca de invitar a los transeúntes a pescado.
Un hombre ciertamente afable. Otra alma perdida digna de inspección.
Relajé el gesto, en cuanto entendí que la situación había sido un malentendido y solté mi mano de la guardia de la espada, provocando un choque liviano pero algo sonoro contra el arma del tercer hombre, que acababa de cruzar palabras con nuestro mastodóntico conocido.
El tercer hombre... ¿Qué decir de él? Un tono parecido de pelo al mío, algo menos pálido, gesto desgarbado y aparente sencillez. Aún teniendo rasgos ciertamente comunes, no podíamos diferenciarnos más. Su piel estaba curtida por un pasado, donde sus ojos de tonalidad rubí bailaban ante el son de la aventura. Pasión es lo que me decía su porte, y un increíble deseo por probarse a sí mismo. Por lo demás, éramos día y noche, pues él ardía con la chispa de un relámpago, y yo refulgía con el frío con el que la nieve baña una montaña. Fuerzas primigenias que se habían encontrado y habían chocado espadas.
-Disculpa, en muchos países dicen que chocar espadas es símbolo de desafío, pero no estoy muy versado en las tradiciones de los espadachines- dije ofreciendo una sonrisa plácida, un poco mordaz y atendiendo a cada gesto de aquel intrigante hombre. Es cierto que no mentía, pero era mi cultura la que me había dado la respuesta, no un conocimiento marcial. Acompañé la situación cargando mi mano sobre el mango del arma, curioso por ver su reacción. -Soy Terence, un placer Lance- sentencié, dado que había escuchado su nombre, al tiempo que ofrecía mi mano con un gesto apacible y confiado, pero al mismo tiempo, lleno de autoridad.
Hice memoria durante unos fugaces, pero intensos momentos en lo que en aquella área se movía. Carretas llenas de piedras y minerales preciosos, imbuidos en la sangre de los desafortunados que han hecho un mal pacto con nosotros al no poder pagarnos, o de aquellos otros que han sido vendidos como parte de un trato o simplemente recogidos del camino.
La Hacienda era un lugar ciertamente oscuro, pero al fin y al cabo, mi hogar.
El muchacho más joven, guardaba con celo gran curiosidad y exaltación por lo que le rodeaba, pero no desde un punto de vista que extenuara, sino desde una perspectiva que me recordaba mucho a mi yo de juventud, así que darle la mano me recordó a una época un poco más amable, pero no necesariamente menos aciaga.
Esta era una de las características que yo más admiraba, el afán por el aprendizaje desmedido. No pude evitar sonreír, pues algo me decía que ese chaval era más adulto de lo que podía llegar a parecer. ¿Quizá una tinta negra emborronaba su pasado? Al fin y al cabo, dicen que las personas que más felices parecen son las que más han conocido el dolor.
Un hombre de increíble porte, rasgos norteños, rubio y voz ruda e intimidante que no había visto en mis anteriores y numerosas visitas, hacía las veces de vendedor ambulante de la pesca que, sin duda, había recogido con el sudor de su frente. Parecía bastante trabajador y claramente tenía algo en su psique que denotaba algún tipo de frustración, pero a pesar de los modales ausentes, parecía renunciar a bienes como el dinero en virtud de ver caras felices. Reconozco que siento algo de lástima por este tipo de personas, aunque también es cierto que las veces que había visto uno de estos masivos hombres, había sido precisamente en la Hacienda.
¿Quizá podríamos decir que es una especie de caja de juguetes rotos que reparamos y a los que dotamos de una nueva funcionalidad?
-Un placer Juuken, mi nombre es Terence, y este bello paraje se llama Rostock- continué con una sonrisa al tomar su mano y apretarla con firmeza. Aquel joven era definitivamente más un hombre que muchos que había conocido. Una persona interesante.
De pronto, el nórdico de armadura argéntea blandió su arma y dio un rápido giro que pocos podrían evitar, pero alejada de intencionalidad asesina, sino más bien una precaución. La presteza del movimiento me dijo que, efectivamente, era alguien versado en combate y quizá uno de los que preferían, primero partirte por la mitad y luego preguntarte acerca de tu procedencia.
Hablaba en un lenguaje extraño, que no me era conocido, pero que me recordó a las leyendas que había leído de joven, las historias de un antiguo aventurero del pasado que había viajado por el mundo.
No pude evitar echar mano instintiva del mango del arma que portaba, una hoja mediana no muy lujosa que había tenido a bien quitarle a un maleante que había intentado asaltarme en uno de los viajes y que ahora yacía como alimento de los peces de este Mar del Este.
El hombre maldijo nuevamente en su arcaico y extraño idioma, lo que me llamó a la atención, pero mis pesquisas se aliviaron cuando de manera temprana, mencionó a Elbaf, una isla que se consideraba un sueño, misteriosa y fuente de grandes epopeyas. Lugar de donde los singulares pero útiles gigantes debían su origen. Lástima que fueran tan parcos en palabras como para poder interrogarles acerca de dicha maravilla.
El simple pensamiento de conocer dicho lugar legendario y probarlo, hizo que por instantes una chispa de vida plena recorriera mi mirada ámbar.
De pronto, el bárbaro del norte bajó su arma y comenzó a gritar algo acerca de invitar a los transeúntes a pescado.
Un hombre ciertamente afable. Otra alma perdida digna de inspección.
Relajé el gesto, en cuanto entendí que la situación había sido un malentendido y solté mi mano de la guardia de la espada, provocando un choque liviano pero algo sonoro contra el arma del tercer hombre, que acababa de cruzar palabras con nuestro mastodóntico conocido.
El tercer hombre... ¿Qué decir de él? Un tono parecido de pelo al mío, algo menos pálido, gesto desgarbado y aparente sencillez. Aún teniendo rasgos ciertamente comunes, no podíamos diferenciarnos más. Su piel estaba curtida por un pasado, donde sus ojos de tonalidad rubí bailaban ante el son de la aventura. Pasión es lo que me decía su porte, y un increíble deseo por probarse a sí mismo. Por lo demás, éramos día y noche, pues él ardía con la chispa de un relámpago, y yo refulgía con el frío con el que la nieve baña una montaña. Fuerzas primigenias que se habían encontrado y habían chocado espadas.
-Disculpa, en muchos países dicen que chocar espadas es símbolo de desafío, pero no estoy muy versado en las tradiciones de los espadachines- dije ofreciendo una sonrisa plácida, un poco mordaz y atendiendo a cada gesto de aquel intrigante hombre. Es cierto que no mentía, pero era mi cultura la que me había dado la respuesta, no un conocimiento marcial. Acompañé la situación cargando mi mano sobre el mango del arma, curioso por ver su reacción. -Soy Terence, un placer Lance- sentencié, dado que había escuchado su nombre, al tiempo que ofrecía mi mano con un gesto apacible y confiado, pero al mismo tiempo, lleno de autoridad.