Octojin
El terror blanco
29-11-2024, 10:51 AM
Día 55 de Verano, Isla DemonTooth
La travesía hacia la isla de Cozia estaba siendo un camino larguísimo. La tripulación había decidido parar en DemonTooth para descansar unas horas del continuo vaivén del barco, reponer víveres y ver qué se cocía en aquella isla.
El sol abrasador del mediodía castigaba la isla, aunque el pantano que se extendía al interior ofrecía un respiro del calor gracias a su humedad y sombra. Octojin, con un paso decidido, avanzaba por un camino improvisado señalado por toscos carteles clavados en los árboles. Había escuchado hablar de una tal "Berta la boticaria de la pachamama" en el muelle, y un rumor sobre su reciente establecimiento en el corazón del pantano despertó su curiosidad. Necesitaba reabastecer su botiquín, y el mensaje sugería que ella tenía todo tipo de remedios.
El tiburón, vestido con una camiseta sin mangas y unos pantalones cortos, cargaba su enorme mochila a la espalda mientras contemplaba los alrededores. El paisaje era denso, repleto de árboles nudosos y agua estancada. La senda, marcada por flechas pintadas con un tono amarillo intenso, parecía segura. Aún así, Octojin no bajaba la guardia, atento a cualquier sonido extraño.
Se despidió de los suyos, escaqueándose un poco de las tareas de cargar pesados barriles de víveres y productos necesarios para la navegación, y se adentró en su propia aventura, la de encontrar a esa tal Berta y poder así tener un botiquín nuevo.
—No sé por qué, pero esto parece una trampa —murmuró para sí mismo mientras seguía avanzando.
Finalmente, tras casi media hora de caminata, llegó a un claro en el pantano. En el centro, un gigantesco tocón transformado en una improvisada choza se erguía como un refugio en medio del caos. La construcción parecía rudimentaria pero funcional, y sin duda tenía toda la pinta de ser el lugar que buscaba. Lo cierto es que llegar hasta él no era nada complicado, únicamente requería entrenar un poco la paciencia y seguir las indicaciones. Dos cosas que no se le daban especialmente bien al tiburón.
Desde dentro de la choza se escuchaba una risa grave y ronca que resonaba en el pantano, y un olor a hierbas mezclado con algo quemado impregnaba el aire. ¿Serían todos remedios naturales? Ojalá, al escualo le gustaba tratar su cuerpo con cosas propias de la naturaleza.
—Vaya sitio... esto sí que tiene personalidad —comentó Octojin al acercarse a la entrada.
La puerta se movió ligeramente al ser empujada por el gyojin. Al entrar, sus ojos tardaron unos segundos en adaptarse a la penumbra del interior. Las paredes del enorme tocón estaban cubiertas de estanterías repletas de frascos, botes y extrañas hierbas colgando. Una robusta figura, de más de cinco metros, ocupaba el centro del lugar. Su pelaje cobrizo y colmillos sobresalientes la hacían imposible de confundir. Vestía ropas holgadas y se movía con una soltura que no coincidía con su tamaño. Sin duda, esa tal Berta era bastante más distinta a lo que se mejoraba el gyojin. ¿Mejor? ¿Peor? Ni idea. Pero distinta.
—Buenos días. Me imagino que eres Berta. He leído tus carteles en el muelle y después he seguido las indicaciones, la verdad es que te lo has montado bastante bien. Necesito renovar mi botiquín al completo. Soy de los que prefieren prevenir antes que lamentar. ¿Puedes ayudarme?
El tiburón dejó la mochila sobre el suelo y sacó un monedero bastante cutre, del cual empezó a sacar dinero hasta llegar a la cifra que Berta le dijese. Para él no había precio en la prevención, y mucho menos en una que te podía ayudar en una batalla. Sonrió mientras miraba su dinero. ¿Desde cuándo tenía tanto?
Mientras esperaba, miró los detalles del lugar. Había amuletos colgando de las vigas improvisadas, o quizá eran estacas o ramas del propio árbol. Y en una esquina una cama simple parecía ser el único mobiliario para descansar. Era evidente que Berta no estaba allí solo por negocios. Parecía un refugio tanto como una tienda. ¿Sería una prófuga? Igual debería indagar un poco más de esa tal Berta cuando llegase al barco de nuevo.
Una vez Berta le diese su botiquín y pagase, el escualo saldría de la choza, riendo entre dientes. Con el botiquín en la mochila, ya no tenía nada más que hacer en aquella isla que ni conocía. Solo tenía que seguir las señales para regresar al puerto. Pero claramente se iría con una pregunta. Esa tal Berta... ¿Qué diablos hacía allí en mitad de la nada dentro de un árbol? Aunque aquella pregunta aún no tenía respuesta, el tiburón estaba satisfecho. Tenía lo que necesitaba, y eso era lo que importaba en ese momento. Ya habría tiempo para averiguar quién era Berta. Quizá, después de todo, solo fuese alguien que se intentaba ganar la vida.