Anmitsu Uguisu
Mitsu- Silencio Nocturno
06-08-2024, 07:40 AM
Mitsu observó el ambiente de la taberna, una combinación de risas, murmullos y música que creaban una atmósfera vivaz, casi mágica, a pesar de la sencillez del lugar. La luz cálida que emanaba de las lámparas parpadeantes iluminaba los rostros de los presentes, que reflejaban un aire de alegría y camaradería. Sin embargo, su atención se centró en Anko, quien parecía irradiante de entusiasmo al compartir su fascinación por las armas de filo. Era evidente que la Marine disfrutaba de su conversación, un contraste refrescante ante la tormenta de pensamientos que a menudo la sobrecogían.
—La felicidad de los niños… sí, es algo hermoso de ver... Nyan —susurró Mitsu, aunque sus palabras parecían llevar un peso extra en su corazón. Los recuerdos de su niñez, llenos de risas y dulces, se entrelazaban con la tristeza por la ausencia de su madre. La sonrisa de Anko la iluminaba, pero en su interior había un eco de melancolía. Cuando Anko le propuso ignorar las órdenes de Koshiro, una chispa de duda cruzó por su mente. Sabía que admirar a Koshiro era nocivo para su paz interior, pero la lealtad y el respeto que sentía por él eran difíciles de dejar de lado. Metió los dedos en su cabello oscuro, sintiéndose conflictuada.
La música que comenzó a sonar era como un bálsamo para su alma, llevando consigo aromas de libertad y aventura. Miró a su alrededor y vio cómo los demás se dejaban llevar por los acordes; sus sonrisas eran contagiosas. En ese momento, Anko le dirigió la palabra nuevamente, y la curiosidad brilló en sus ojos. La pregunta sobre su afición por cocinar la hizo sonreír de manera inocente, un destello de alegría en medio de su introspección.
—Bueno, me gusta hacer dulces... —comenzó, su voz suave casi se perdió entre la música. —En realidad, soy cocinera oficial, y disfruto hacerlo... Nyan. Los caramelos son algo que siempre he querido compartir, especialmente con los niños.. Nyan. Para mí, es como ver el mundo a través de su felicidad, de esa pureza que todos perdemos al crecer... Nyan —dijo, recordando cada instante en que había compartido uno de esos momentos, observando a los niños sonreír tras recibir un dulce. Era un recordatorio de que todo podría ser más simple y hermoso.
Un suspiro involuntario escape de sus labios. Se encontraba atrapada en el ciclo de recuerdos sobre su madre, quien siempre le enseñó a cocinar con amor. Las recetas llenas de amor y dulzura que se desarrollaban en su cocina habitaban su corazón y su mente. El remordimiento comenzó a abarcarla al recordar su comportamiento hacia ella, la falta de tiempo y las palabras hirientes que había dicho en su juventud inocente. Ser fuerte, como era Koshiro, le había hecho perder de vista esa dulzura que había una vez prevalecido en su vida.
Entonces, un leve tintineo hizo que Mitsu levantara la mirada. Un mesero se aproximaba, sonriendo, y Mitsu se sintió casi como una niña asombrada. La familiaridad del mesonero captó su atención, recordándole de sus visitas anteriores. Se sobresaltó en su asiento, sintiéndose un poco nerviosa a pesar de la sonrisa en su rostro.
—Señorita Mitsu, tiempo que no la veía por aquí —dijo el mesero, mirándola con calidez. Sus palabras rompieron la burbuja de nostalgia que la rodeaba, y, por un momento, se sintió como si nada hubiera cambiado: era la misma niña de antes, disfrutando de la compañía y de los dulces. Sintió un ligero rubor en sus mejillas.
—Hola… Nyan —contestó, con una mezcla de alegría y timidez. —He estado un poco ocupada, pero siempre es un placer volver. Gracias por preguntar... Nyan —su sonrisa se amplió mientras intentaba reponerse de aquella situación emocional. La conexión con el mesero fue un recordatorio de que, aunque su vida estaba llena de responsabilidades, aún había espacio para lo simple y lo bonito. El mesero, ajeno a su tormenta interna, comenzó a tomar las órdenes.
Mitsu volvió a mirar a Anko, algo más tranquila. Aunque el peso del pasado seguía presente, había algo revitalizante en esa conversación. Las dos compartían sus gustos, sus pasiones, a menudo colisionando de maneras inesperadas. Su interés por la cocina no solo era un pasatiempo, sino un vínculo con su madre y, de alguna manera, con su propia identidad. Esa mezcla de dulzura y melancolía seguía coexistiendo en su interior, y en medio del ruido y la música de la taberna, sentía que era un poco más fuerte, lista para afrontar lo que vendría.
—La felicidad de los niños… sí, es algo hermoso de ver... Nyan —susurró Mitsu, aunque sus palabras parecían llevar un peso extra en su corazón. Los recuerdos de su niñez, llenos de risas y dulces, se entrelazaban con la tristeza por la ausencia de su madre. La sonrisa de Anko la iluminaba, pero en su interior había un eco de melancolía. Cuando Anko le propuso ignorar las órdenes de Koshiro, una chispa de duda cruzó por su mente. Sabía que admirar a Koshiro era nocivo para su paz interior, pero la lealtad y el respeto que sentía por él eran difíciles de dejar de lado. Metió los dedos en su cabello oscuro, sintiéndose conflictuada.
La música que comenzó a sonar era como un bálsamo para su alma, llevando consigo aromas de libertad y aventura. Miró a su alrededor y vio cómo los demás se dejaban llevar por los acordes; sus sonrisas eran contagiosas. En ese momento, Anko le dirigió la palabra nuevamente, y la curiosidad brilló en sus ojos. La pregunta sobre su afición por cocinar la hizo sonreír de manera inocente, un destello de alegría en medio de su introspección.
—Bueno, me gusta hacer dulces... —comenzó, su voz suave casi se perdió entre la música. —En realidad, soy cocinera oficial, y disfruto hacerlo... Nyan. Los caramelos son algo que siempre he querido compartir, especialmente con los niños.. Nyan. Para mí, es como ver el mundo a través de su felicidad, de esa pureza que todos perdemos al crecer... Nyan —dijo, recordando cada instante en que había compartido uno de esos momentos, observando a los niños sonreír tras recibir un dulce. Era un recordatorio de que todo podría ser más simple y hermoso.
Un suspiro involuntario escape de sus labios. Se encontraba atrapada en el ciclo de recuerdos sobre su madre, quien siempre le enseñó a cocinar con amor. Las recetas llenas de amor y dulzura que se desarrollaban en su cocina habitaban su corazón y su mente. El remordimiento comenzó a abarcarla al recordar su comportamiento hacia ella, la falta de tiempo y las palabras hirientes que había dicho en su juventud inocente. Ser fuerte, como era Koshiro, le había hecho perder de vista esa dulzura que había una vez prevalecido en su vida.
Entonces, un leve tintineo hizo que Mitsu levantara la mirada. Un mesero se aproximaba, sonriendo, y Mitsu se sintió casi como una niña asombrada. La familiaridad del mesonero captó su atención, recordándole de sus visitas anteriores. Se sobresaltó en su asiento, sintiéndose un poco nerviosa a pesar de la sonrisa en su rostro.
—Señorita Mitsu, tiempo que no la veía por aquí —dijo el mesero, mirándola con calidez. Sus palabras rompieron la burbuja de nostalgia que la rodeaba, y, por un momento, se sintió como si nada hubiera cambiado: era la misma niña de antes, disfrutando de la compañía y de los dulces. Sintió un ligero rubor en sus mejillas.
—Hola… Nyan —contestó, con una mezcla de alegría y timidez. —He estado un poco ocupada, pero siempre es un placer volver. Gracias por preguntar... Nyan —su sonrisa se amplió mientras intentaba reponerse de aquella situación emocional. La conexión con el mesero fue un recordatorio de que, aunque su vida estaba llena de responsabilidades, aún había espacio para lo simple y lo bonito. El mesero, ajeno a su tormenta interna, comenzó a tomar las órdenes.
Mitsu volvió a mirar a Anko, algo más tranquila. Aunque el peso del pasado seguía presente, había algo revitalizante en esa conversación. Las dos compartían sus gustos, sus pasiones, a menudo colisionando de maneras inesperadas. Su interés por la cocina no solo era un pasatiempo, sino un vínculo con su madre y, de alguna manera, con su propia identidad. Esa mezcla de dulzura y melancolía seguía coexistiendo en su interior, y en medio del ruido y la música de la taberna, sentía que era un poco más fuerte, lista para afrontar lo que vendría.