3 de Verano del año 724
Caminas con paso firme entre la multitud, intentando mantener la compostura a pesar del calor sofocante. Tu uniforme de marine estaba impecable, aunque el sudor comenzaba a oscurecer las zonas del cuello y la frente. La gorra, que los superiores insistían en que llevaras durante tus patrullas, se sentía como un yunque sobre tu cabeza, atrapando el calor del verano. Te esforzabas por ignorarlo, concentrándote en los detalles de la plaza, una escena que no dejaba de asombrarte a pesar de tu familiaridad con ella. Había algo vivo en el bullicio de los comerciantes, el parloteo de los compradores, el sonido de los carromatos sobre los adoquines y el eco ocasional de risas infantiles. Sin embargo, hoy todo parecía envuelto en una tensión invisible, como si la misma brisa marina trajera consigo un presagio de caos.
Pasaste junto a un grupo de mujeres que discutían animadamente sobre el precio de los pescados frescos. Una de ellas sostenía un atún con ambas manos, gesticulando enérgicamente, mientras la otra trataba de regatear. Más allá, un joven mercader ofrecía sombreros de paja para protegerse del sol, levantándolos en alto como si fueran trofeos de una guerra cotidiana contra el calor. Sin embargo, tu atención estaba fija en los hombres que habías visto en la esquina, aquellos cuyas miradas furtivas y gestos nerviosos despertaron tus sospechas. Caminaste en su dirección, ajustando la gorra para cubrir mejor tus ojos mientras los vigilabas discretamente. No era raro encontrar a contrabandistas y estafadores en esta parte de la plaza, especialmente cerca del mercado negro, pero tu instinto te decía que algo más estaba en juego.
De repente, un grito desgarrador rompió la armonía de los sonidos cotidianos. Provenía de un puesto de frutas cercano. Tus ojos buscaron rápidamente el origen del ruido, y pronto viste a una mujer forcejeando con un hombre robusto. Su aspecto desaliñado y la cicatriz que atravesaba su rostro hasta desaparecer bajo un parche negro en el ojo eran inconfundibles. Parecía ser uno de esos piratas de los que los rumores habían hablado. Te apresuraste hacia el tumulto, abriéndote paso entre la multitud que comenzaba a formar un círculo alrededor de ellos. La mujer, una vendedora de mediana edad con un delantal manchado de jugo de frutas, estaba en el suelo, rodeada de mangos aplastados. Su expresión era una mezcla de ira y humillación mientras el hombre la miraba con desdén, agitando un cuchillo en su mano.
La gente a tu alrededor reaccionaba de manera diversa. Algunos gritaban para que alguien interviniera, mientras otros observaban con mórbida fascinación, como si estuvieran ante un espectáculo gratuito. Había quienes incluso vitoreaban al hombre, más interesados en ver cómo se desarrollaba el conflicto que en detenerlo. Tus pasos se aceleraron, y tu voz resonó por encima del ruido:
—¡Detente ahora mismo!
El hombre giró la cabeza hacia ti con una sonrisa burlona, como si tu presencia no fuera más que una molestia menor. Aun así, el filo de su cuchillo dejó de moverse, y el silencio que siguió fue tan pesado como la atmósfera cargada de la plaza. La mujer aprovechó la pausa para retroceder lentamente, aunque sus ojos seguían llenos de indignación.
—¿Qué vas a hacer, marine? —gruñó el hombre, señalándote con el cuchillo. La multitud contenía el aliento.
Manteniendo la calma, desenvainaste tu sable y lo sujetaste con firmeza. Tu mirada se clavó en la del hombre, calculando cada posible movimiento. A pesar de la adrenalina, tu voz fue tranquila, pero cargada de autoridad.
—Deja el arma y retrocede. No tienes idea de con quién estás jugando.
Por un momento, el pirata pareció sopesar tus palabras. El sudor corría por tu frente, pero no apartaste la mirada. Sabías que cualquier titubeo podría ser interpretado como una señal de debilidad, y no podías darte ese lujo. La plaza entera estaba observando, y el equilibrio de poder en Loguetown dependía de mantener el orden en lugares como este. Finalmente, el hombre bajó el cuchillo, aunque no sin lanzarte una mirada de advertencia.
Antes de que pudieras relajarte, un estruendo proveniente del puerto alcanzó tus oídos, seguido por el sonido de campanas de alarma. El pirata aprovechó tu breve distracción para intentar escabullirse entre la multitud. La tensión en la plaza alcanzó un nuevo pico, y supiste que este solo era el inicio de un día mucho más largo de lo que habías anticipado.