Irina Volkov
Witch Eye
02-12-2024, 06:27 PM
Te colocas frente al hombre, Ares. La multitud que sigue ahí, pese a tu orden de dispersarse, no se mueve. Es como si el aire pesado del verano los hubiera clavado al suelo, ansiosos por presenciar lo que parece inevitable. No es que esperen justicia, no realmente. Lo que quieren es espectáculo, un desahogo para su propia rutina. Lo sabes. Lo has visto antes. Sus ojos se mueven nerviosos entre tú y el hombre del parche, como si se estuvieran apostando mentalmente a quién se impondrá. El hombre no dice nada de inmediato, pero su mano, que se mueve cerca del cinturón, delata sus intenciones. Lo reconoces al instante. No necesitas ser un experto en psicología para leerlo. Esa manera en la que mantiene la sonrisa torcida, fingiendo una calma que no siente, la forma en que su pecho se hincha y deshincha demasiado rápido, traicionando su nerviosismo. Está pensando si vale la pena arriesgarse contigo. Sabes que no es la primera vez que alguien como él se encuentra con alguien como tú. Probablemente ha tenido altercados antes, puede que incluso haya ganado algunos. Pero tú no eres cualquiera. Tú no eres uno de esos marines jóvenes que patrullan Loguetown con más miedo que experiencia. No necesitas suponer nada sobre quién tiene la ventaja aquí. Lo sabes.
Das un paso hacia adelante, invadiendo su espacio. La multitud emite un murmullo apenas perceptible, como una ola que sube y baja, pero lo ignoras. Tu sombra lo cubre por completo, y tus ojos lo perforan. El calor del día parece intensificarse alrededor del hombre, que ahora te mira con algo más que desafío. Hay un atisbo de duda ahí, en lo más profundo de su mirada, aunque intenta ocultarlo. Tus palabras caen como un martillo, pero no necesitas alzar la voz. El tono, la forma en que cada palabra está medida, es suficiente. Lo dices como si ya supieras la respuesta, como si lo estuvieras retando a contradecirte. Tu mirada, mientras tanto, desciende un instante hacia su mano. No haces nada más que mirar, pero el mensaje está ahí: "Sé lo que planeas. No lo intentes". El hombre vacila. Por un segundo, su mano parece moverse más cerca del cinturón, como si estuviera evaluando la posibilidad de jugársela contigo. Es un movimiento mínimo, casi imperceptible, pero suficiente para que tus músculos se tensen. La multitud contiene el aliento. Incluso los vendedores cercanos, que hasta hace poco continuaban pregonando sus productos, han bajado la voz. El calor del día se siente aún más opresivo en ese momento de silencio.
Entonces, el tipo del parche rompe el contacto visual y da un paso atrás. Es pequeño, casi insignificante, pero lo suficiente para que todos lo noten. Un murmullo comienza a recorrer la plaza, como si la multitud hubiera interpretado ese paso como una rendición. Pero si yo fuera tu no bajaba la guardia. Sabes que los cobardes son impredecibles, y este parece estar buscando una manera de salir del atolladero sin perder lo poco que le queda de dignidad. Su sonrisa reaparece, más débil esta vez, y su mano finalmente se aparta del cinturón. Sabes que no le crees ni una palabra, y tampoco esperas que la multitud lo haga. Miras a la mujer en el suelo, que ahora está levantándose lentamente, con la ayuda de un par de personas cercanas. Su mirada se cruza con la tuya, y en sus ojos ves una mezcla de agradecimiento y miedo. Agradecimiento por haber intervenido. Miedo, quizás, de lo que podría haber pasado si no lo hubieras hecho o por lo que eres. Alguien como tú no se ve todos los días.
La multitud comienza a dispersarse, pero aún puedes sentir los ojos de algunos sobre ti. ¿Esperan que lo arrestes? ¿Que lo golpees? Tal vez solo esperan verte hacer algo que ellos mismos no se atreverían a hacer. La plaza comienza a recuperar su ritmo. Los comerciantes vuelven a pregonar sus productos, y los curiosos, decepcionados por la falta de un desenlace violento, se dispersan poco a poco. Pero tú no te mueves de inmediato. Sientes el peso del día sobre tus hombros, el calor de la tarde mezclado con la pesadez de saber que esto no es un triunfo real. Solo es una batalla más en una guerra que nunca termina. Pero así es Loguetown, ¿no? Una ciudad llena de vida y caos, donde cada esquina es un recordatorio de que la justicia es un concepto frágil, constantemente desafiado. Y tú, Ares, eres el que debe mantenerlo de pie. Por ahora, al menos, has hecho lo que tenías que hacer. Y mañana, sabes que volverás a estar aquí, enfrentándote a lo que sea que la ciudad decida lanzarte.
Das un paso hacia adelante, invadiendo su espacio. La multitud emite un murmullo apenas perceptible, como una ola que sube y baja, pero lo ignoras. Tu sombra lo cubre por completo, y tus ojos lo perforan. El calor del día parece intensificarse alrededor del hombre, que ahora te mira con algo más que desafío. Hay un atisbo de duda ahí, en lo más profundo de su mirada, aunque intenta ocultarlo. Tus palabras caen como un martillo, pero no necesitas alzar la voz. El tono, la forma en que cada palabra está medida, es suficiente. Lo dices como si ya supieras la respuesta, como si lo estuvieras retando a contradecirte. Tu mirada, mientras tanto, desciende un instante hacia su mano. No haces nada más que mirar, pero el mensaje está ahí: "Sé lo que planeas. No lo intentes". El hombre vacila. Por un segundo, su mano parece moverse más cerca del cinturón, como si estuviera evaluando la posibilidad de jugársela contigo. Es un movimiento mínimo, casi imperceptible, pero suficiente para que tus músculos se tensen. La multitud contiene el aliento. Incluso los vendedores cercanos, que hasta hace poco continuaban pregonando sus productos, han bajado la voz. El calor del día se siente aún más opresivo en ese momento de silencio.
Entonces, el tipo del parche rompe el contacto visual y da un paso atrás. Es pequeño, casi insignificante, pero lo suficiente para que todos lo noten. Un murmullo comienza a recorrer la plaza, como si la multitud hubiera interpretado ese paso como una rendición. Pero si yo fuera tu no bajaba la guardia. Sabes que los cobardes son impredecibles, y este parece estar buscando una manera de salir del atolladero sin perder lo poco que le queda de dignidad. Su sonrisa reaparece, más débil esta vez, y su mano finalmente se aparta del cinturón. Sabes que no le crees ni una palabra, y tampoco esperas que la multitud lo haga. Miras a la mujer en el suelo, que ahora está levantándose lentamente, con la ayuda de un par de personas cercanas. Su mirada se cruza con la tuya, y en sus ojos ves una mezcla de agradecimiento y miedo. Agradecimiento por haber intervenido. Miedo, quizás, de lo que podría haber pasado si no lo hubieras hecho o por lo que eres. Alguien como tú no se ve todos los días.
La multitud comienza a dispersarse, pero aún puedes sentir los ojos de algunos sobre ti. ¿Esperan que lo arrestes? ¿Que lo golpees? Tal vez solo esperan verte hacer algo que ellos mismos no se atreverían a hacer. La plaza comienza a recuperar su ritmo. Los comerciantes vuelven a pregonar sus productos, y los curiosos, decepcionados por la falta de un desenlace violento, se dispersan poco a poco. Pero tú no te mueves de inmediato. Sientes el peso del día sobre tus hombros, el calor de la tarde mezclado con la pesadez de saber que esto no es un triunfo real. Solo es una batalla más en una guerra que nunca termina. Pero así es Loguetown, ¿no? Una ciudad llena de vida y caos, donde cada esquina es un recordatorio de que la justicia es un concepto frágil, constantemente desafiado. Y tú, Ares, eres el que debe mantenerlo de pie. Por ahora, al menos, has hecho lo que tenías que hacer. Y mañana, sabes que volverás a estar aquí, enfrentándote a lo que sea que la ciudad decida lanzarte.