Mayura Pavone
El Pavo Real del Oceano
02-12-2024, 08:48 PM
Al girar la esquina, tus ojos se toparon con una escena que, aunque no era lo que temías, tampoco era fácil de ignorar. En el callejón, encontraste a los tres niños que hubieras notado antes si decidías interactuar con ellos al inicio, estos seguían acurrucados contra la pared, aún más asustados que antes, con sus pequeños cuerpos temblando como hojas ante el viento. Frente a ellos, como pequeños traviesos, estaban dos figuras que destacaban por su actitud descarada y su aspecto desaliñado.
Eran Gladiola y Olivo, los más jóvenes de los infames Herdman. Gladiola, de apenas 7 años, se plantaba con las manos en la cintura, una postura que parecía intentar imitar la autoridad de un adulto, aunque sus pequeñas manos todavía mostraban restos de pintura fresca. A su lado, Olivo, de 8 años, sostenía un plátano maduro con un mordisco reciente, mientras se lamía los labios manchados de mango como si no tuviera una preocupación en el mundo. La suciedad en sus ropas y sus caras hablaba por sí sola: eran niños de acción, aunque su idea de "acción" claramente no encajaba con la definición común. Gladiola llevaba un vestido manchado de tierra y pintura, con un zapato desatado que parecía haberse olvidado de ajustarse, mientras Olivo lucía una camisa que claramente había visto mejores días, con un agujero en el codo y manchas por doquier. ¿Algunas vez habían utilizado o lavado esas ropas? Dudo mucho que su madre se preocupara por ellos, pues esta dormía todo el día y salía toda la noche, nadie la veía, de hecho hasta se rumoraba que cuando el padre de los chicos murió, ella escapó de sus hijos por el desastre en el que se habian convertido.
Las carcajadas de Olivo resonaron en el callejón mientras señalaba a los niños acurrucados. — ¡Les dije que era verdad! ¡Si no nos dan lo que queremos, el monstruo del callejón los va a atrapar! — exclamó, sus palabras apenas contenían una carcajada. — ¡Sí! ¡Y luego va a venir por sus familias también! — añadió Gladiola, agitando las manos como si intentara dramatizar su relato. Pero su teatralidad quedó un poco opacada por el pedazo de mango que colgaba de su mentón.
Cuando se dieron cuenta de tu presencia, sus risas se apagaron de inmediato. Los ojos de Gladiola se abrieron como platos y Olivo tragó saliva de golpe, aún con el plátano en la mano. La tensión era palpable, aunque sus manos temblorosas traicionaban cualquier intento de mostrarse valientes. En cambio, uno de los niños acurrucados comenzó a sollozar suavemente, pero al notar tu imponente figura y cómo Gladiola y Olivo parecían paralizados ante tu presencia, sus lágrimas comenzaron a secarse. Los otros dos intercambiaron miradas de alivio, como si finalmente sintieran que estaban a salvo. Gladiola y Olivo, por su parte, parecían estar debatiendo internamente si quedarse a intentar defenderse o echar a correr como lo habían hecho tras todas sus travesuras, podrías notar el nerviosismo en su lenguaje corporal y tanto la incertidumbre como sorpresa en sus rostros. Era evidente que estos pequeños traviesos no habían calculado las consecuencias de sus actos, pero ahora estaban frente a alguien que no iba a dejar que se salieran con la suya tan fácilmente.
Habías encontrado a los responsables de las últimas travesuras. Las pruebas estaban allí: las manos sucias de pintura, los restos de mango en sus caras, y los plátanos robados que aún sostenían. Ahora la pregunta era: ¿cómo procederías con los más jóvenes de los Herdman? ¿Les darías una lección en el acto? ¿Intentarías calmarlos y hablar con ellos? ¿O quizás encontrarías una forma más creativa de manejar la situación? Esto no era solo un caso de travesuras infantiles; era una oportunidad para romper un ciclo antes de que fuera demasiado tarde, probablemente el destino de estos niños dependía de este encuentro, así que Arthur Soriz... ¿Qué harás? Estoy ansioso por ver cómo resuelves esta situación, noble protector de Rostock.
Eran Gladiola y Olivo, los más jóvenes de los infames Herdman. Gladiola, de apenas 7 años, se plantaba con las manos en la cintura, una postura que parecía intentar imitar la autoridad de un adulto, aunque sus pequeñas manos todavía mostraban restos de pintura fresca. A su lado, Olivo, de 8 años, sostenía un plátano maduro con un mordisco reciente, mientras se lamía los labios manchados de mango como si no tuviera una preocupación en el mundo. La suciedad en sus ropas y sus caras hablaba por sí sola: eran niños de acción, aunque su idea de "acción" claramente no encajaba con la definición común. Gladiola llevaba un vestido manchado de tierra y pintura, con un zapato desatado que parecía haberse olvidado de ajustarse, mientras Olivo lucía una camisa que claramente había visto mejores días, con un agujero en el codo y manchas por doquier. ¿Algunas vez habían utilizado o lavado esas ropas? Dudo mucho que su madre se preocupara por ellos, pues esta dormía todo el día y salía toda la noche, nadie la veía, de hecho hasta se rumoraba que cuando el padre de los chicos murió, ella escapó de sus hijos por el desastre en el que se habian convertido.
Las carcajadas de Olivo resonaron en el callejón mientras señalaba a los niños acurrucados. — ¡Les dije que era verdad! ¡Si no nos dan lo que queremos, el monstruo del callejón los va a atrapar! — exclamó, sus palabras apenas contenían una carcajada. — ¡Sí! ¡Y luego va a venir por sus familias también! — añadió Gladiola, agitando las manos como si intentara dramatizar su relato. Pero su teatralidad quedó un poco opacada por el pedazo de mango que colgaba de su mentón.
Cuando se dieron cuenta de tu presencia, sus risas se apagaron de inmediato. Los ojos de Gladiola se abrieron como platos y Olivo tragó saliva de golpe, aún con el plátano en la mano. La tensión era palpable, aunque sus manos temblorosas traicionaban cualquier intento de mostrarse valientes. En cambio, uno de los niños acurrucados comenzó a sollozar suavemente, pero al notar tu imponente figura y cómo Gladiola y Olivo parecían paralizados ante tu presencia, sus lágrimas comenzaron a secarse. Los otros dos intercambiaron miradas de alivio, como si finalmente sintieran que estaban a salvo. Gladiola y Olivo, por su parte, parecían estar debatiendo internamente si quedarse a intentar defenderse o echar a correr como lo habían hecho tras todas sus travesuras, podrías notar el nerviosismo en su lenguaje corporal y tanto la incertidumbre como sorpresa en sus rostros. Era evidente que estos pequeños traviesos no habían calculado las consecuencias de sus actos, pero ahora estaban frente a alguien que no iba a dejar que se salieran con la suya tan fácilmente.
Habías encontrado a los responsables de las últimas travesuras. Las pruebas estaban allí: las manos sucias de pintura, los restos de mango en sus caras, y los plátanos robados que aún sostenían. Ahora la pregunta era: ¿cómo procederías con los más jóvenes de los Herdman? ¿Les darías una lección en el acto? ¿Intentarías calmarlos y hablar con ellos? ¿O quizás encontrarías una forma más creativa de manejar la situación? Esto no era solo un caso de travesuras infantiles; era una oportunidad para romper un ciclo antes de que fuera demasiado tarde, probablemente el destino de estos niños dependía de este encuentro, así que Arthur Soriz... ¿Qué harás? Estoy ansioso por ver cómo resuelves esta situación, noble protector de Rostock.