Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
02-12-2024, 10:38 PM
De alguna forma, aunque posiblemente hubiera sido bochornosa para la recluta, aquella situación se había terminado resolviendo cómicamente. Se quedó mirando a la hafugyo mientras Roran volvía al vestuario y, al final, cuando la vio y escuchó reírse a pleno pulmón, su risa se le contagió. Tal vez no estuviera siendo el primer día idea para una marine novata, pero desde luego que no podía considerarse que estuviera yendo mal. Al menos, eso es lo que esperaba Camille que sintiera su nueva compañera —porque referirse a ella como subordinada resultaba inconcebible en la mente de la oni—.
Cuando terminaron de reírse, la morena se encogió de hombros despreocupadamente.
—Supongo que podríamos seguir por enseñarte tu cuarto. Normalmente los reclutas y soldados comparten catre en los barracones, pero al pasar a formar parte de la L-42 también te corresponde un cuarto privado. Tómatelo como un pequeño privilegio —le explicó antes de hacer un gesto con la mano para que le siguiera, echándose hacia un lado.
Después de todo, tendría que enseñarle dónde podía dejar sus cosas antes de seguir con el tour. Aquello le traía recuerdos de la vez que le hizo de guía a Ray, Atlas, Masao y Taka. Aunque aquel paseo fue mucho más movido que el que estaban teniendo las dos marines, de una forma no muy positiva. Aún recordaba el incidente del mercado con amargura, aunque por suerte todo salió bien.
Algo abstraída de la realidad, tardó un poco en caer en la cuenta de que Alexandra ya llevaba puesto su uniforme de recluta. Como imaginaba, a Franz le había bastado con un pequeño vistazo para intuir la talla de la nueva. Le había dado un tamaño de uniforme que se ajustaba perfectamente a su menudo tamaño, lo cual hacía que Camille se preguntase cuántos tipos de uniforme se almacenaban en el arsenal. Recordaba que a Octo habían tenido que prepararle uno a medida, dados sus más de cuatro metros de altura, y que Ares contaba con uno de tonalidades oscuras en lugar de los colores claros. Salvo pequeñas excepciones, parecía que por lo demás el G-31 contaba con recursos para suplir las necesidades individuales de cualquier nuevo cadete.
—Te sienta bien el uniforme —le dijo entonces de la nada, sonriendo con amabilidad—. Espero que te sea cómodo, a veces es un poco raro habituarse a otro tipo de indumentaria, pero te aseguro que es práctico como nada que te hayas probado jamás.
Finalmente, los pasos de ambas les llevaron hasta los cuartos de la L-42. Allí se encontraban, además de las correspondientes habitaciones individuales, una sala común y algunas dependencias habituales. Aquí y allá había algún que otro soldado asignado a la brigada, formando el grueso de sus filas con infantería de línea. Después de todo, una brigada no podía estar formada únicamente por oficiales, aunque ninguno de los presentes había recibido una invitación parecida a la de Alexandra. Su caso era tan especial como ella, o eso había deducido Camille.
Se plantó frente a la puerta de una de las habitaciones que sabía que estaban vacías y se hizo a un lado para que la hafugyo fuera la primera en entrar. Ella se quedaría en la entrada mientras dejaba que se instalase.
—Toda tuya. Pediremos que añadan una pequeña placa con tu nombre y graduación estos días, pero por ahora tendrás que acordarte de cuál de todas es. Te dejo un rato para que te instales y cotillees. No hay mucho, pero puedes acomodarla a tu gusto.
La oni se apoyó en la pared junto a la puerta, observando la zona común en silencio mientras esperaba por Alex. Tan solo se asomó una vez escuchó a la hafugyo hablar en el interior, inclinándose para asomar la cabeza y los cuernos por debajo del marco de la puerta. La pregunta le pilló con la guardia baja, desarmándola. ¿Le había llamado «Cami»? Sintió que se ablandaba de formas que no le correspondían a un oficial, lo que le hizo tardar unos segundos en responder su pregunta.
—Claro que sí —igual había respondido con una voz demasiado suave, o tal vez había sido su imaginación. Fuera como fuese, asintió después—. Era algo que tenía pensado de todos modos, si no era hoy habría sido mañana. Si te ves con ánimos y energías tras el viaje, podemos dar un paseo por la ciudad cuando finalicen nuestros turnos —le ofreció, terminando de entrar en la habitación. Era algo más pequeña que la suya y mucho más baja que la de Octo, a quien tuvieron que reformarle una por completo para que pudiera entrar—. Así te puedo enseñar las zonas de Loguetown más relevantes para nosotros... y donde más jaleos suele haber.
Sus ojos se quedaron prendados entonces del peluche de orca, pasando rápidamente a la foto después. Supuso que ese debía ser su abuelo, del que le había estado contando historias en su trayecto a la armería.
—Haremos que esté orgullos, ¿eh? —dijo, guiñándole un ojo a la recluta—. Te espero fuera. Cuando termines de instalarte terminaré de enseñarte el resto de salas comunes y el patio de armas. Por lo demás, ya tendrás tiempo de conocerlo todo. No hace falta que te sature el primer día.
Y, de nuevo fuera, esperaría a que Alexandra terminase antes de hacerle una visita rápida por el resto de zonas: la armería ya la conocía, así que se la saltó para pasar a los barracones y el comedor principal de la base, donde casi siempre había otros marines. El patio de armas —o campo de entrenamiento, según quisieran llamarlo— fue el siguiente destino. Después subirían hacia los muros, desde donde le iría señalando las torres de vigía, los puestos de cañones y otros puntos importantes de la fortificación que era el G-31.
Cuando terminaron de reírse, la morena se encogió de hombros despreocupadamente.
—Supongo que podríamos seguir por enseñarte tu cuarto. Normalmente los reclutas y soldados comparten catre en los barracones, pero al pasar a formar parte de la L-42 también te corresponde un cuarto privado. Tómatelo como un pequeño privilegio —le explicó antes de hacer un gesto con la mano para que le siguiera, echándose hacia un lado.
Después de todo, tendría que enseñarle dónde podía dejar sus cosas antes de seguir con el tour. Aquello le traía recuerdos de la vez que le hizo de guía a Ray, Atlas, Masao y Taka. Aunque aquel paseo fue mucho más movido que el que estaban teniendo las dos marines, de una forma no muy positiva. Aún recordaba el incidente del mercado con amargura, aunque por suerte todo salió bien.
Algo abstraída de la realidad, tardó un poco en caer en la cuenta de que Alexandra ya llevaba puesto su uniforme de recluta. Como imaginaba, a Franz le había bastado con un pequeño vistazo para intuir la talla de la nueva. Le había dado un tamaño de uniforme que se ajustaba perfectamente a su menudo tamaño, lo cual hacía que Camille se preguntase cuántos tipos de uniforme se almacenaban en el arsenal. Recordaba que a Octo habían tenido que prepararle uno a medida, dados sus más de cuatro metros de altura, y que Ares contaba con uno de tonalidades oscuras en lugar de los colores claros. Salvo pequeñas excepciones, parecía que por lo demás el G-31 contaba con recursos para suplir las necesidades individuales de cualquier nuevo cadete.
—Te sienta bien el uniforme —le dijo entonces de la nada, sonriendo con amabilidad—. Espero que te sea cómodo, a veces es un poco raro habituarse a otro tipo de indumentaria, pero te aseguro que es práctico como nada que te hayas probado jamás.
Finalmente, los pasos de ambas les llevaron hasta los cuartos de la L-42. Allí se encontraban, además de las correspondientes habitaciones individuales, una sala común y algunas dependencias habituales. Aquí y allá había algún que otro soldado asignado a la brigada, formando el grueso de sus filas con infantería de línea. Después de todo, una brigada no podía estar formada únicamente por oficiales, aunque ninguno de los presentes había recibido una invitación parecida a la de Alexandra. Su caso era tan especial como ella, o eso había deducido Camille.
Se plantó frente a la puerta de una de las habitaciones que sabía que estaban vacías y se hizo a un lado para que la hafugyo fuera la primera en entrar. Ella se quedaría en la entrada mientras dejaba que se instalase.
—Toda tuya. Pediremos que añadan una pequeña placa con tu nombre y graduación estos días, pero por ahora tendrás que acordarte de cuál de todas es. Te dejo un rato para que te instales y cotillees. No hay mucho, pero puedes acomodarla a tu gusto.
La oni se apoyó en la pared junto a la puerta, observando la zona común en silencio mientras esperaba por Alex. Tan solo se asomó una vez escuchó a la hafugyo hablar en el interior, inclinándose para asomar la cabeza y los cuernos por debajo del marco de la puerta. La pregunta le pilló con la guardia baja, desarmándola. ¿Le había llamado «Cami»? Sintió que se ablandaba de formas que no le correspondían a un oficial, lo que le hizo tardar unos segundos en responder su pregunta.
—Claro que sí —igual había respondido con una voz demasiado suave, o tal vez había sido su imaginación. Fuera como fuese, asintió después—. Era algo que tenía pensado de todos modos, si no era hoy habría sido mañana. Si te ves con ánimos y energías tras el viaje, podemos dar un paseo por la ciudad cuando finalicen nuestros turnos —le ofreció, terminando de entrar en la habitación. Era algo más pequeña que la suya y mucho más baja que la de Octo, a quien tuvieron que reformarle una por completo para que pudiera entrar—. Así te puedo enseñar las zonas de Loguetown más relevantes para nosotros... y donde más jaleos suele haber.
Sus ojos se quedaron prendados entonces del peluche de orca, pasando rápidamente a la foto después. Supuso que ese debía ser su abuelo, del que le había estado contando historias en su trayecto a la armería.
—Haremos que esté orgullos, ¿eh? —dijo, guiñándole un ojo a la recluta—. Te espero fuera. Cuando termines de instalarte terminaré de enseñarte el resto de salas comunes y el patio de armas. Por lo demás, ya tendrás tiempo de conocerlo todo. No hace falta que te sature el primer día.
Y, de nuevo fuera, esperaría a que Alexandra terminase antes de hacerle una visita rápida por el resto de zonas: la armería ya la conocía, así que se la saltó para pasar a los barracones y el comedor principal de la base, donde casi siempre había otros marines. El patio de armas —o campo de entrenamiento, según quisieran llamarlo— fue el siguiente destino. Después subirían hacia los muros, desde donde le iría señalando las torres de vigía, los puestos de cañones y otros puntos importantes de la fortificación que era el G-31.