Airgid Vanaidiam
Metalhead
02-12-2024, 11:35 PM
(Última modificación: 08-12-2024, 01:41 AM por Airgid Vanaidiam.)
La respuesta de Ragnheidr le resultó curiosa, desde luego, y descarada sobre todo, aunque con una naturalidad que hizo sonreír a la gyojin a pesar de encontrarse en pleno conflicto. ¿Puede que hubiera resultado ser demasiado agresiva, preguntándole de aquella forma tan inquisitiva qué es lo que hacía en la selva? Quizás, quizás era producto de llevar en la jungla varios meses sin apenas relacionarse con nadie más que los animales. El caso es que el vikingo no se quedó atrás al ver cómo ella le atacaba, reaccionando a la ofensiva con otro rápido y poderoso puñetazo que chocó de frente con el de Derya.
El despliegue de poder fue increíble. Ambos ataques lanzaron una onda en forma de cono hacia el contrario, arrasando con prácticamente todo lo que se encontraba a veinte metros alrededor de ellos. Levantando hojas, ramas, lianas, incluso algunos troncos más finos y débiles salieron volando en el cruce de ondas, como un repentino huracán que había azotado la zona sin piedad. Los pocos animales que quedaron cerca salieron corriendo, los pájaros que descansaban en las copas de los árboles alzaron el vuelo al notar cómo se revolvían o se arrancaban de raíz con violencia. Aún así, el ataque de Ragnheidr se sintió más agresivo y peligroso que el de Derya, la gyojin no necesitó mirar a su alrededor para notar que, de no haber sido ella tan fuerte y resistente como era, aquella onda vibratoria la habría atravesado sin ningún tipo de piedad. Y es que a sus espaldas, en el cono que Ragnheidr había formado con su puñetazo, apenas quedaba tierra, solo tierra y polvo.
Sin embargo, eso no fue lo que más llamó su atención, sino que rápidamente notó, con el tacto del vikingo, un dolor repentino en la mano que incluso le hizo dar un pequeño espasmo. Seguro que debía de tratarse de aquel gas azulado que le rodeaba, probablemente fruto de alguna fruta del diablo, ¿pero cuál? ¿De qué tipo? Por suerte, no sintió dolor por el golpe, lo que dejaba su mente despejada y atenta para no perderle la pista a su oponente ni un solo segundo. Lo cierto es que no deseaba alargar la pelea demasiado tiempo, pensó que quizás con un ligero intercambio de golpes, podría "domar" su bestial carácter, y quizás así descubrir si sus intenciones en Momobami eran buenas o todo lo contrario. Pero se negaba a hablar con ella, a responderle, y aún así... no detectaba maldad en él, quizás solo pura desconfianza ante una desconocida en una jungla. Totalmente lógico, la verdad. — ¡No deberíamos pelear aquí! — Gritó, tratando de convencerle de parar aquella estupidez. No estaba dentro de las intenciones de Derya herir a nadie, menos aún matar a nadie. Y aún así, ya bastante se había extralimitado, afectando a la flora y fauna de la zona, a su delicado ecosistema. — Las bestias son sensibles, podemos llamar atención no deseada. Dime lo que quiero saber y paremos de una vez. — No sabía si iba a ser capaz de convencerle, pero lo cierto es que había comprobado de primera mano lo letales que podían llegar a ser los animales de aquella jungla. Y no quería tener que herir a ninguna más.
Derya finalmente aterrizó en el suelo, manteniendo activo su haki de observación, pendiente ya no solo a las posibles acciones del rubio, sino también a los animales de su alrededor, pues es que se le podía notar que se encontraba preocupada por lo que pudiera llegar a perturbarles o no. La mano afectada por la fruta del vikingo le escocía, incluso le quemaba, pero se mantuvo estoica, con aquella figura atigrada y robusta, y es que a pesar de su delgadez, se mostraba como una persona poderosa.
El despliegue de poder fue increíble. Ambos ataques lanzaron una onda en forma de cono hacia el contrario, arrasando con prácticamente todo lo que se encontraba a veinte metros alrededor de ellos. Levantando hojas, ramas, lianas, incluso algunos troncos más finos y débiles salieron volando en el cruce de ondas, como un repentino huracán que había azotado la zona sin piedad. Los pocos animales que quedaron cerca salieron corriendo, los pájaros que descansaban en las copas de los árboles alzaron el vuelo al notar cómo se revolvían o se arrancaban de raíz con violencia. Aún así, el ataque de Ragnheidr se sintió más agresivo y peligroso que el de Derya, la gyojin no necesitó mirar a su alrededor para notar que, de no haber sido ella tan fuerte y resistente como era, aquella onda vibratoria la habría atravesado sin ningún tipo de piedad. Y es que a sus espaldas, en el cono que Ragnheidr había formado con su puñetazo, apenas quedaba tierra, solo tierra y polvo.
Sin embargo, eso no fue lo que más llamó su atención, sino que rápidamente notó, con el tacto del vikingo, un dolor repentino en la mano que incluso le hizo dar un pequeño espasmo. Seguro que debía de tratarse de aquel gas azulado que le rodeaba, probablemente fruto de alguna fruta del diablo, ¿pero cuál? ¿De qué tipo? Por suerte, no sintió dolor por el golpe, lo que dejaba su mente despejada y atenta para no perderle la pista a su oponente ni un solo segundo. Lo cierto es que no deseaba alargar la pelea demasiado tiempo, pensó que quizás con un ligero intercambio de golpes, podría "domar" su bestial carácter, y quizás así descubrir si sus intenciones en Momobami eran buenas o todo lo contrario. Pero se negaba a hablar con ella, a responderle, y aún así... no detectaba maldad en él, quizás solo pura desconfianza ante una desconocida en una jungla. Totalmente lógico, la verdad. — ¡No deberíamos pelear aquí! — Gritó, tratando de convencerle de parar aquella estupidez. No estaba dentro de las intenciones de Derya herir a nadie, menos aún matar a nadie. Y aún así, ya bastante se había extralimitado, afectando a la flora y fauna de la zona, a su delicado ecosistema. — Las bestias son sensibles, podemos llamar atención no deseada. Dime lo que quiero saber y paremos de una vez. — No sabía si iba a ser capaz de convencerle, pero lo cierto es que había comprobado de primera mano lo letales que podían llegar a ser los animales de aquella jungla. Y no quería tener que herir a ninguna más.
Derya finalmente aterrizó en el suelo, manteniendo activo su haki de observación, pendiente ya no solo a las posibles acciones del rubio, sino también a los animales de su alrededor, pues es que se le podía notar que se encontraba preocupada por lo que pudiera llegar a perturbarles o no. La mano afectada por la fruta del vikingo le escocía, incluso le quemaba, pero se mantuvo estoica, con aquella figura atigrada y robusta, y es que a pesar de su delgadez, se mostraba como una persona poderosa.