Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ayer, 09:02 AM
cuando los rayos del sol apenas lograban atravesar las densas copas de los árboles. El aire estaba cargado de humedad, y el canto de los pájaros resonaba como una sinfonía que anunciaba el inicio de un nuevo desafío. Ragn despertó lentamente, sintiendo cada músculo de su cuerpo como si estuviera hecho de piedra. Sin embargo, sus ojos brillaban con determinación; sabía que su entrenamiento en la selva estaba llegando a su fin, y este día sería crucial para consolidar su transformación. Después de lavar el sudor y la suciedad acumulada en un arroyo cercano, se preparó mentalmente para una serie de pruebas diseñadas para superar no solo sus límites físicos, sino también sus barreras mentales. El guerrero ajustó los vendajes en sus heridas, reforzó las suelas de sus botas improvisadas con tiras de corteza, y tomó un desayuno sencillo de frutas y raíces que había recolectado la tarde anterior. Con una última mirada a su campamento, se adentró en la espesura de la selva. El primer desafío del día consistía en perfeccionar su sigilo y capacidad de caza. La selva estaba llena de vida, pero también de criaturas altamente alertas y difíciles de capturar. Su objetivo era atrapar un pequeño cervatillo que había observado en días previos. Era rápido, escurridizo y extremadamente atento a cualquier señal de peligro. Ragn sabía que no podía confiar únicamente en su fuerza; necesitaba ser paciente y preciso. Avanzó lentamente, pisando con cuidado para evitar crujir ramas bajo sus pies. Cada movimiento era deliberado, sus sentidos afinados al máximo. Escuchaba el murmullo del viento, los crujidos lejanos de la fauna y el movimiento casi imperceptible de su presa. Cuando finalmente localizó al cervatillo, comenzó su acecho. Se movió de arbusto en arbusto, utilizando el terreno como su aliado. Cada paso lo acercaba más, hasta que estuvo a una distancia suficiente para lanzar una lanza improvisada que había fabricado con madera endurecida al fuego. El lanzamiento fue rápido y certero. La lanza alcanzó al cervatillo en el flanco, derribándolo sin causar un sufrimiento innecesario. Ragn se acercó con respeto, agradeciendo en silencio a la selva por su sacrificio. Aunque este ejercicio era un entrenamiento, también era un recordatorio de la delicada relación entre el hombre y la naturaleza. La carne del animal serviría para reponer sus fuerzas, y su piel sería utilizada para mejorar su equipo. Así, todo tenía un propósito.
Con el éxito de la caza, Ragn se dirigió hacia una formación rocosa que había identificado anteriormente. Entre dos acantilados había una grieta profunda que descendía hacia una garganta donde corría un río turbulento. El desafío consistía en cruzar esa grieta utilizando solo un puente de cuerdas improvisado que él mismo había construido días atrás. Las lianas y ramas que formaban el puente eran resistentes pero rudimentarias, y cualquier error podría ser fatal. Ragn inspeccionó el puente antes de cruzarlo, asegurándose de que las lianas estuvieran tensas y los nudos firmes. Con un profundo suspiro, se aferró a las cuerdas y comenzó a avanzar. El puente oscilaba con cada paso, y el viento que soplaba desde la garganta hacía que la estructura crujiera. Sus manos, endurecidas por semanas de trabajo, se cerraban firmemente alrededor de las cuerdas, mientras que sus pies buscaban apoyo en los listones improvisados. A mitad del cruce, una de las cuerdas laterales comenzó a ceder, debilitada por el desgaste. Ragn reaccionó rápidamente, ajustando su peso y utilizando toda su fuerza para estabilizarse. Cada movimiento era calculado, su mente despejada de cualquier distracción. Finalmente, tras lo que parecieron horas, alcanzó el otro lado. Se permitió un breve momento para recuperar el aliento antes de continuar. El siguiente reto lo llevó a uno de los árboles más altos de la selva, un gigante cuya copa parecía tocar el cielo. Su objetivo era simple: alcanzar la cima. La escalada no solo pondría a prueba su fuerza, sino también su resistencia y agilidad. El tronco del árbol estaba cubierto de musgo resbaladizo y nudos difíciles de manejar, lo que hacía la tarea aún más desafiante. Ragn se quitó las botas para tener mejor agarre y comenzó el ascenso. Sus manos y pies trabajaban en sincronía, buscando grietas y protuberancias que le permitieran avanzar. Cada metro ganado requería un esfuerzo monumental, sus músculos ardiendo mientras luchaba contra el cansancio acumulado. El sudor corría por su rostro, mezclándose con la tierra que cubría su piel.
A medida que ascendía, la brisa se hacía más fuerte, y la vista de la selva se expandía ante él. Finalmente, después de una hora de esfuerzo continuo, alcanzó la copa. Desde allí, podía ver el horizonte teñido de tonos dorados y verdes, un recordatorio de la inmensidad del mundo que lo rodeaba. Ragn tomó unos momentos para disfrutar de la vista, sintiendo una conexión única con la selva. El último desafío del día era el más peligroso. Había preparado un tramo de terreno donde había encendido varias hogueras controladas, dejando un camino estrecho entre ellas. El objetivo era atravesar el camino sin detenerse, utilizando su agilidad para evitar las llamas y su resistencia para soportar el calor intenso. Ragn se paró frente al camino, observando cómo el fuego danzaba con un rugido ensordecedor. Inspiró profundamente, permitiendo que el aire llenara sus pulmones, y luego comenzó a correr. Cada paso era una combinación de velocidad y precisión. Saltaba sobre brasas y esquivaba las llamas que se alzaban a su paso. El calor era abrumador, y su piel sentía el ardor a pesar de la distancia. Cuando finalmente emergió al otro lado, su cuerpo estaba cubierto de sudor y hollín, pero había superado la prueba. Se dejó caer al suelo, mirando hacia el cielo con una mezcla de agotamiento y orgullo. Ragn regresó a su campamento al atardecer. Preparó una comida sencilla con la carne que había cazado y dejó que el calor de la fogata relajara sus músculos tensos. Mientras observaba las llamas, reflexionó sobre el día. Cada prueba había sido una lección, cada desafío una oportunidad para crecer.
Sabía que su tiempo en la selva estaba llegando a su fin. Su cuerpo estaba agotado, pero su espíritu era inquebrantable. Mientras las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo, Ragn permitió que el sueño lo reclamara, sabiendo que estaba más cerca que nunca de alcanzar la grandeza que tanto anhelaba.
Con el éxito de la caza, Ragn se dirigió hacia una formación rocosa que había identificado anteriormente. Entre dos acantilados había una grieta profunda que descendía hacia una garganta donde corría un río turbulento. El desafío consistía en cruzar esa grieta utilizando solo un puente de cuerdas improvisado que él mismo había construido días atrás. Las lianas y ramas que formaban el puente eran resistentes pero rudimentarias, y cualquier error podría ser fatal. Ragn inspeccionó el puente antes de cruzarlo, asegurándose de que las lianas estuvieran tensas y los nudos firmes. Con un profundo suspiro, se aferró a las cuerdas y comenzó a avanzar. El puente oscilaba con cada paso, y el viento que soplaba desde la garganta hacía que la estructura crujiera. Sus manos, endurecidas por semanas de trabajo, se cerraban firmemente alrededor de las cuerdas, mientras que sus pies buscaban apoyo en los listones improvisados. A mitad del cruce, una de las cuerdas laterales comenzó a ceder, debilitada por el desgaste. Ragn reaccionó rápidamente, ajustando su peso y utilizando toda su fuerza para estabilizarse. Cada movimiento era calculado, su mente despejada de cualquier distracción. Finalmente, tras lo que parecieron horas, alcanzó el otro lado. Se permitió un breve momento para recuperar el aliento antes de continuar. El siguiente reto lo llevó a uno de los árboles más altos de la selva, un gigante cuya copa parecía tocar el cielo. Su objetivo era simple: alcanzar la cima. La escalada no solo pondría a prueba su fuerza, sino también su resistencia y agilidad. El tronco del árbol estaba cubierto de musgo resbaladizo y nudos difíciles de manejar, lo que hacía la tarea aún más desafiante. Ragn se quitó las botas para tener mejor agarre y comenzó el ascenso. Sus manos y pies trabajaban en sincronía, buscando grietas y protuberancias que le permitieran avanzar. Cada metro ganado requería un esfuerzo monumental, sus músculos ardiendo mientras luchaba contra el cansancio acumulado. El sudor corría por su rostro, mezclándose con la tierra que cubría su piel.
A medida que ascendía, la brisa se hacía más fuerte, y la vista de la selva se expandía ante él. Finalmente, después de una hora de esfuerzo continuo, alcanzó la copa. Desde allí, podía ver el horizonte teñido de tonos dorados y verdes, un recordatorio de la inmensidad del mundo que lo rodeaba. Ragn tomó unos momentos para disfrutar de la vista, sintiendo una conexión única con la selva. El último desafío del día era el más peligroso. Había preparado un tramo de terreno donde había encendido varias hogueras controladas, dejando un camino estrecho entre ellas. El objetivo era atravesar el camino sin detenerse, utilizando su agilidad para evitar las llamas y su resistencia para soportar el calor intenso. Ragn se paró frente al camino, observando cómo el fuego danzaba con un rugido ensordecedor. Inspiró profundamente, permitiendo que el aire llenara sus pulmones, y luego comenzó a correr. Cada paso era una combinación de velocidad y precisión. Saltaba sobre brasas y esquivaba las llamas que se alzaban a su paso. El calor era abrumador, y su piel sentía el ardor a pesar de la distancia. Cuando finalmente emergió al otro lado, su cuerpo estaba cubierto de sudor y hollín, pero había superado la prueba. Se dejó caer al suelo, mirando hacia el cielo con una mezcla de agotamiento y orgullo. Ragn regresó a su campamento al atardecer. Preparó una comida sencilla con la carne que había cazado y dejó que el calor de la fogata relajara sus músculos tensos. Mientras observaba las llamas, reflexionó sobre el día. Cada prueba había sido una lección, cada desafío una oportunidad para crecer.
Sabía que su tiempo en la selva estaba llegando a su fin. Su cuerpo estaba agotado, pero su espíritu era inquebrantable. Mientras las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo, Ragn permitió que el sueño lo reclamara, sabiendo que estaba más cerca que nunca de alcanzar la grandeza que tanto anhelaba.