Ares Brotoloigos
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03-12-2024, 03:23 PM
(Última modificación: 03-12-2024, 03:42 PM por Ares Brotoloigos.)
No tardó mucho en encontrarles. No era complicado en ese sentido. Al fin y al cabo, las ratas se escondían siempre en los mismos lugares. Callejones húmedos, agujeros infectos donde pudiesen pasar desapercibidos antes de intentar hacerse con las migajas o con las propiedades de otros. Ares conocía bien ese tipo de lugares, no por nada había correteado entre ellas cuando todavía estaba en Arabasta. La ciudad de los amplios desiertos tenía, sobre todo, amargos y oscuros recuerdos para él. Unos que, al fin y al cabo, le hacían no solo más fuerte, sino que confirmaban y fortalecían su visión de la justicia. Ese tipo de plagas debía de ser eliminada.
A medida que la penumbra del callejón comenzó a incidir en él, y la mezcla de nauseabundos olores se mezclaba, la mirada rojiza del diablos no tardó en dar con lo que había estado buscando. Tres despojos de la sociedad, cuchicheando, planeando a saber qué cosas que, por supuesto, solo les beneficiaría a ellos. Por desgracia, todavía había mucho que limpiar en Loguetown y, aunque se hiciesen purgas continuas, no era suficiente. No si seguían siendo tan blandos con ese tipo de despojos humanos. Un casi “ronroneo” gutural vibró en la garganta del marine escamado cuando barrió, con la mirada, a los tres que estaban ahí.
— Parece que encontré un trío de ratas rebuscando en la basura. — Fue la contestación que el joven recluta les dió. Sí, era un recluta todavía, pero no por ello iba a compararse a otros que estaban también empezando y que parecían temerosos de casi todo. — Pero tienes razón, uno no se puede fiar de nadie.
La mirada y atención de Ares se posó, inicialmente, en el que parecía el cabecilla de todo aquello o, al menos, el que tenía más agallas. O el que era más estúpido precisamente por eso, quizás. Habría que comprobar si todo lo que hablaba tenía un peso fundamentado. Los otros dos, sí se llevaron las manos hacia zonas más escondidas. Ares no dudaba de que estuviesen armados. Entonces, una sonrisa afilada y plagada de sorna se dibujó en las facciones reptilianas del intimidante marine. Dió un paso hacia delante. Solo uno, no necesitó más por ahora. Podía oler los nervios de los otros dos. Eran como dos ratas más pequeñas escondiéndose detrás de la grande. Sin percatarse de que, probablemente, en el momento menos pensado, la rata gorda los terminaría traicionando. Así de frágiles eran ese tipo de relaciones.
— Quizás otro os diría que, simplemente, os largáseis. — Comenzó a decir, mientras miraba de reojo el cuchillo oxidado que, ahora, portaba uno de ellos. — Pero yo no. Así que vamos a arreglar los asuntos aquí sin molestar al resto, ¿qué os parece? Además, no me importaría arrancaros unos cuantos dedos.
Lo dijo de manera totalmente natural. Él sí que se llevó las manos fuera de los bolsillos, e incluso mostrando las garras que poseía. No eran afiladas como las de un felino, pero tenían una fuerza considerable. Hizo entre tres y cinco movimientos con los brazos, como si estuviese calentando tan tranquilamente delante de ellos. Y se crujió ambos nudillos con tranquilidad. Tras eso, sacó algo de su cinturón. Unas nudilleras de metal que colocó en uno de sus puños, de tonalidades doradas, mas siendo lo más llamativo las calaveras engarzadas en ellas para hacer más daño.
— ¿Empezamos? — Sonrió con un aire casi maníaco. Ansioso más bien por derramar la sangre de ese trío de cerdos.
De hecho, ni tan siquiera esperó. Sus pupilas y su mirada se afilaron en el momento en el que, sin más, se puso en posición ofensiva. Y se lanzó como un verdadero demonio hacia el tipo que tenía justo enfrente, el que parecía el cabecilla de aquel grupo de maleantes. Aún con el arma cuerpo a cuerpo, la posición de las garras de Ares tomaron una postura peculiar. Como el zarpazo de un dragón que dirigió, brutalmente, hacia el pobre desgraciado. O, más bien, hacia la extremidad que sostuviese el arma.