Vesper Chrome
Medical Fortress
03-12-2024, 04:12 PM
(Última modificación: 03-12-2024, 04:27 PM por Vesper Chrome.)
Tú, Colosal y fuerte Sowon que decidiste pasar de la pequeña con sus problemas, y ayudar al anciano que en primeras instancias solo cargaba con una bolsa, con quien sabe que dentro, logras caminar sin problemas, adelantar hasta donde el anciano había indicado, claro, no sin antes hablar con Cuervo y despedirte, desde ahora, seguirán caminos separados, al menos hasta que puedan volverse a encontrar en el lugar indicado en varios minutos, si es que las cosas no se ponen feas.
El anciano que se encontraba en tu mano, cargando aquella pesada bolsa, decía cosas extrañas, parecía estar ocultando algo, y puede que te veas involucrada en ello, después de dar tan solo unos pasos alejándote de Cuervo, consigues sentir como de aquella bolsa comienza a escurrir un líquido rojizo que rápidamente empapa tu mano, si decides verificar lo que es, olerlo, tocarlo, o en el peor de los casos saborearlo puedes darte cuenta que eso es sangre, y el anciano se pondría cada vez mas nervioso, en caso de que simplemente lo ignores el anciano hará de la vista gorda y continuara con sus extrañas frases.
El anciano permanece en los brazos de Sowon, con la bolsa descansando entre ellos. Aunque su cuerpo parece frágil, su nerviosismo es evidente. Sus manos arrugadas juguetean con las costuras de la bolsa, como si intentara asegurarse de que todo está en su lugar.
— No sabes cuánto te lo agradezco — murmura mientras desvía la mirada hacia la bolsa, su voz un poco más temblorosa ahora. — Las noches como estas siempre traen… complicaciones, ¿verdad? Pero también soluciones. —Una gota cae desde la bolsa al suelo, formando un pequeño charco oscuro que brilla bajo la luz de las farolas. El anciano lo nota, y sus ojos se agrandan un poco.
— Debe ser el… ¿condensado de la tela? Sí, la humedad hace cosas raras. — Su risa es incómoda y corta, como si intentara distraer tanto a sí mismo como a quien lo lleva. La brisa nocturna acaricia las calles, llevando consigo un aroma metálico y un frío que parece calar más profundo de lo normal. El silencio del pueblo apenas es interrumpido por el sonido ocasional de una ventana cerrándose en la distancia o el canto de algún insecto solitario.
De pronto, otra gota cae al suelo, seguida de un tenue hilo líquido que comienza a escurrir desde un pliegue mal cerrado de la bolsa. El anciano, visiblemente más tenso, estira una mano temblorosa hacia la bolsa como si quisiera tapar el escape sin saber exactamente cómo. — ¡Oh! Qué torpeza la mía — dice con una sonrisa que no llega a sus ojos. — Tal vez debería haber asegurado esto mejor antes de salir. Pero, ¿quién tiene tiempo para esos detalles? — Mientras habla, evita mirar directamente el líquido que ahora gotea de manera constante, empapando un lado de la tela y dejando un rastro oscuro en el suelo detrás de ellos. Las sombras en las paredes parecen oscilar con más intensidad, como si el entorno mismo estuviera atento a cada paso que dan.
El anciano observa cómo Sowon lo deja en el suelo junto con la bolsa, su cuerpo se encoge ligeramente, como si quisiera ocultarse tras su propio peso. A pesar de la evidente tensión en sus gestos, se aferra a una sonrisa nerviosa y a una actitud forzada de despreocupación.
— Ah, gracias, joven — dice mientras frota sus manos arrugadas, mirando la bolsa con una mezcla de nerviosismo y urgencia. — De aquí puedo manejarlo solo, no quiero quitarte más tiempo. Seguro tienes cosas más importantes que atender, ¿verdad? Una noche como esta no se presta para distracciones. —
La bolsa se acomoda con un ruido húmedo al tocar el suelo, y entonces, por un pequeño desgarro en la tela, algo asoma. Una mano. Pálida y rígida, con dedos que parecen congelados en una súplica o defensa. La luz tenue de las farolas resalta su color cerúleo, casi translúcido, mientras un goteo oscuro continúa escapando de la bolsa, formando un charco creciente en el suelo. El anciano lanza una risita tensa, fingiendo que no ha notado nada fuera de lo común. Se mueve rápidamente para colocarse entre la bolsa y la mirada de Sowon, como si pudiera bloquear la macabra revelación con su propio cuerpo.
— ¡Ah, la tela vieja es así de frágil, ya sabes! Siempre se rasga cuando menos lo esperas —dice mientras trata de acomodar el lienzo para ocultar la mano. — Pero, no te preocupes, no es nada importante. Solo… solo cosas que necesitaba deshacerme. Ya sabes, recuerdos viejos, cosas inútiles. Nada que merezca tu atención. — Su voz suena apurada, y sus movimientos se vuelven cada vez más torpes, dejando caer el borde de la bolsa en su intento por tapar el agujero. El goteo continúa, el sonido amplificándose en el silencio de la noche.
—En fin, no quiero quitarte más tiempo —insiste, sus ojos evitando el contacto directo. — Ya me ayudaste mucho, y lo aprecio. Pero estoy seguro de que tienes cosas más urgentes que atender. Yo puedo manejar esto solo. De verdad. — El ambiente se siente opresivo. La brisa parece haberse detenido por completo, y el mundo parece contener el aliento ante la escena. Sin embargo, el anciano sigue gesticulando, tratando de redirigir la atención de Sowon hacia cualquier otra cosa.
— Es un trabajo tedioso, limpiar lo viejo —murmura, más para sí mismo que para su interlocutora. — Pero es necesario, ¿no crees? Dejamos ir lo que no necesitamos y seguimos adelante. Todo es parte de la vida, después de todo. — Su voz tiembla al final, aunque intenta mantener su fachada. Los ojos del anciano siguen saltando de la bolsa a los alrededores, como si buscara una salida rápida o esperara que la situación simplemente se disolviera por sí sola. Su postura encorvada parece estar al borde de desmoronarse, pero aún se aferra desesperadamente a la esperanza de que su secreto quede enterrado en la noche.
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Cuervo, tras elegir ir por el camino que la niña te había indicado, ella corre por las calles empedradas, guiando a Cuervo con pasos rápidos y ligeros, mientras sus pequeñas manos sujetan con fuerza su falda desgastada. Sus ojos, llenos de lágrimas contenidas, reflejan la luz tenue de las farolas. —¡Es por aquí! ¡Rápido, por favor! — exclama, su voz temblando tanto por la prisa como por el miedo. Cada esquina que dobla parece llevarlos más profundamente en las sombras del pueblo, hasta que finalmente se detiene frente a un callejón estrecho y oscuro.
Desde el interior del callejón, el eco de un golpe sordo resuena, seguido de un gemido ahogado. La niña, al escuchar el sonido, se estremece y da un paso atrás, apretando sus pequeños puños. —¡Papá! ¡Déjenlo en paz! — grita con desesperación, aunque su voz apenas parece alcanzar a quienes están dentro. A la vista, tres marines vestidos con uniformes desaliñados están de pie alrededor de un hombre que yace en el suelo. Uno de ellos, con un cigarro colgando de los labios, se inclina sobre el hombre, sujetándolo por el cuello de su camisa.
— ¿Crees que puedes vivir aquí sin pagar tu parte, eh? — dice con un tono burlón mientras lo sacude como si fuera un muñeco de trapo. — Todos saben cómo funciona esto. O pagas, o te enseñamos por qué es mejor no meterse con nosotros. — Cuervo, tu estas viendo todo desde donde estas, aunque parece que ellos te están ignorando. Otro marine, más robusto y con una cicatriz en la mejilla, lanza una patada al costado del hombre, que se retuerce en el suelo con un quejido de dolor. — No te hagas el héroe, muchacho. — añade, su voz áspera cargada de desprecio. — A nadie le importa si acabas en una zanja. Lo que queremos es el dinero. —
El tercer marine, más joven y con expresión nerviosa, sostiene un bastón en sus manos, pero parece más incómodo que sus compañeros. — ¿No creen que ya es suficiente? Está… está escupiendo sangre — murmura, aunque rápidamente se calla cuando el de la cicatriz lo fulmina con la mirada. — Cállate, novato. Aprenderás que en esto no hay espacio para la piedad. — espeta antes de volver su atención al hombre en el suelo.
El hombre, con el rostro cubierto de sangre y el aliento entrecortado, intenta hablar, pero solo logra emitir un débil jadeo. Sus ojos, hinchados y casi cerrados por los golpes, buscan desesperadamente a su hija, quien observa desde la entrada del callejón.
— Papá… papá… — solloza la niña, con lágrimas corriendo por sus mejillas mientras da un paso hacia adelante. —Por favor, no le hagan más daño… — El marine del cigarro ríe con desprecio al escucharla. — ¿Esta es tu hija? Qué conmovedor. Tal vez ella pueda pagar por ti. Seguro alguien encontrará útil a una pequeña tan dulce. —El comentario provoca risas de los otros dos, aunque el joven marine baja la mirada, claramente incómodo. La niña retrocede instintivamente, pero no aparta sus ojos llenos de terror de su padre. Cuervo, tu has escuchado todo, probablemente esos comentarios realmente te hayan enojado, ¿Estas dispuesto a enfrentarte a esos idiotas? O Simplemente te iras, dejando a la pequeña allí con su padre al borde de la muerte.
En el aire del callejón se mezcla el olor a tabaco, sudor y sangre, creando una atmósfera pesada y opresiva. El silencio momentáneo es roto por el ruido metálico del bastón del marine joven al golpear accidentalmente contra el suelo, mientras los demás se preparan para continuar con el castigo.
El anciano que se encontraba en tu mano, cargando aquella pesada bolsa, decía cosas extrañas, parecía estar ocultando algo, y puede que te veas involucrada en ello, después de dar tan solo unos pasos alejándote de Cuervo, consigues sentir como de aquella bolsa comienza a escurrir un líquido rojizo que rápidamente empapa tu mano, si decides verificar lo que es, olerlo, tocarlo, o en el peor de los casos saborearlo puedes darte cuenta que eso es sangre, y el anciano se pondría cada vez mas nervioso, en caso de que simplemente lo ignores el anciano hará de la vista gorda y continuara con sus extrañas frases.
El anciano permanece en los brazos de Sowon, con la bolsa descansando entre ellos. Aunque su cuerpo parece frágil, su nerviosismo es evidente. Sus manos arrugadas juguetean con las costuras de la bolsa, como si intentara asegurarse de que todo está en su lugar.
— No sabes cuánto te lo agradezco — murmura mientras desvía la mirada hacia la bolsa, su voz un poco más temblorosa ahora. — Las noches como estas siempre traen… complicaciones, ¿verdad? Pero también soluciones. —Una gota cae desde la bolsa al suelo, formando un pequeño charco oscuro que brilla bajo la luz de las farolas. El anciano lo nota, y sus ojos se agrandan un poco.
— Debe ser el… ¿condensado de la tela? Sí, la humedad hace cosas raras. — Su risa es incómoda y corta, como si intentara distraer tanto a sí mismo como a quien lo lleva. La brisa nocturna acaricia las calles, llevando consigo un aroma metálico y un frío que parece calar más profundo de lo normal. El silencio del pueblo apenas es interrumpido por el sonido ocasional de una ventana cerrándose en la distancia o el canto de algún insecto solitario.
De pronto, otra gota cae al suelo, seguida de un tenue hilo líquido que comienza a escurrir desde un pliegue mal cerrado de la bolsa. El anciano, visiblemente más tenso, estira una mano temblorosa hacia la bolsa como si quisiera tapar el escape sin saber exactamente cómo. — ¡Oh! Qué torpeza la mía — dice con una sonrisa que no llega a sus ojos. — Tal vez debería haber asegurado esto mejor antes de salir. Pero, ¿quién tiene tiempo para esos detalles? — Mientras habla, evita mirar directamente el líquido que ahora gotea de manera constante, empapando un lado de la tela y dejando un rastro oscuro en el suelo detrás de ellos. Las sombras en las paredes parecen oscilar con más intensidad, como si el entorno mismo estuviera atento a cada paso que dan.
El anciano observa cómo Sowon lo deja en el suelo junto con la bolsa, su cuerpo se encoge ligeramente, como si quisiera ocultarse tras su propio peso. A pesar de la evidente tensión en sus gestos, se aferra a una sonrisa nerviosa y a una actitud forzada de despreocupación.
— Ah, gracias, joven — dice mientras frota sus manos arrugadas, mirando la bolsa con una mezcla de nerviosismo y urgencia. — De aquí puedo manejarlo solo, no quiero quitarte más tiempo. Seguro tienes cosas más importantes que atender, ¿verdad? Una noche como esta no se presta para distracciones. —
La bolsa se acomoda con un ruido húmedo al tocar el suelo, y entonces, por un pequeño desgarro en la tela, algo asoma. Una mano. Pálida y rígida, con dedos que parecen congelados en una súplica o defensa. La luz tenue de las farolas resalta su color cerúleo, casi translúcido, mientras un goteo oscuro continúa escapando de la bolsa, formando un charco creciente en el suelo. El anciano lanza una risita tensa, fingiendo que no ha notado nada fuera de lo común. Se mueve rápidamente para colocarse entre la bolsa y la mirada de Sowon, como si pudiera bloquear la macabra revelación con su propio cuerpo.
— ¡Ah, la tela vieja es así de frágil, ya sabes! Siempre se rasga cuando menos lo esperas —dice mientras trata de acomodar el lienzo para ocultar la mano. — Pero, no te preocupes, no es nada importante. Solo… solo cosas que necesitaba deshacerme. Ya sabes, recuerdos viejos, cosas inútiles. Nada que merezca tu atención. — Su voz suena apurada, y sus movimientos se vuelven cada vez más torpes, dejando caer el borde de la bolsa en su intento por tapar el agujero. El goteo continúa, el sonido amplificándose en el silencio de la noche.
—En fin, no quiero quitarte más tiempo —insiste, sus ojos evitando el contacto directo. — Ya me ayudaste mucho, y lo aprecio. Pero estoy seguro de que tienes cosas más urgentes que atender. Yo puedo manejar esto solo. De verdad. — El ambiente se siente opresivo. La brisa parece haberse detenido por completo, y el mundo parece contener el aliento ante la escena. Sin embargo, el anciano sigue gesticulando, tratando de redirigir la atención de Sowon hacia cualquier otra cosa.
— Es un trabajo tedioso, limpiar lo viejo —murmura, más para sí mismo que para su interlocutora. — Pero es necesario, ¿no crees? Dejamos ir lo que no necesitamos y seguimos adelante. Todo es parte de la vida, después de todo. — Su voz tiembla al final, aunque intenta mantener su fachada. Los ojos del anciano siguen saltando de la bolsa a los alrededores, como si buscara una salida rápida o esperara que la situación simplemente se disolviera por sí sola. Su postura encorvada parece estar al borde de desmoronarse, pero aún se aferra desesperadamente a la esperanza de que su secreto quede enterrado en la noche.
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Cuervo, tras elegir ir por el camino que la niña te había indicado, ella corre por las calles empedradas, guiando a Cuervo con pasos rápidos y ligeros, mientras sus pequeñas manos sujetan con fuerza su falda desgastada. Sus ojos, llenos de lágrimas contenidas, reflejan la luz tenue de las farolas. —¡Es por aquí! ¡Rápido, por favor! — exclama, su voz temblando tanto por la prisa como por el miedo. Cada esquina que dobla parece llevarlos más profundamente en las sombras del pueblo, hasta que finalmente se detiene frente a un callejón estrecho y oscuro.
Desde el interior del callejón, el eco de un golpe sordo resuena, seguido de un gemido ahogado. La niña, al escuchar el sonido, se estremece y da un paso atrás, apretando sus pequeños puños. —¡Papá! ¡Déjenlo en paz! — grita con desesperación, aunque su voz apenas parece alcanzar a quienes están dentro. A la vista, tres marines vestidos con uniformes desaliñados están de pie alrededor de un hombre que yace en el suelo. Uno de ellos, con un cigarro colgando de los labios, se inclina sobre el hombre, sujetándolo por el cuello de su camisa.
— ¿Crees que puedes vivir aquí sin pagar tu parte, eh? — dice con un tono burlón mientras lo sacude como si fuera un muñeco de trapo. — Todos saben cómo funciona esto. O pagas, o te enseñamos por qué es mejor no meterse con nosotros. — Cuervo, tu estas viendo todo desde donde estas, aunque parece que ellos te están ignorando. Otro marine, más robusto y con una cicatriz en la mejilla, lanza una patada al costado del hombre, que se retuerce en el suelo con un quejido de dolor. — No te hagas el héroe, muchacho. — añade, su voz áspera cargada de desprecio. — A nadie le importa si acabas en una zanja. Lo que queremos es el dinero. —
El tercer marine, más joven y con expresión nerviosa, sostiene un bastón en sus manos, pero parece más incómodo que sus compañeros. — ¿No creen que ya es suficiente? Está… está escupiendo sangre — murmura, aunque rápidamente se calla cuando el de la cicatriz lo fulmina con la mirada. — Cállate, novato. Aprenderás que en esto no hay espacio para la piedad. — espeta antes de volver su atención al hombre en el suelo.
El hombre, con el rostro cubierto de sangre y el aliento entrecortado, intenta hablar, pero solo logra emitir un débil jadeo. Sus ojos, hinchados y casi cerrados por los golpes, buscan desesperadamente a su hija, quien observa desde la entrada del callejón.
— Papá… papá… — solloza la niña, con lágrimas corriendo por sus mejillas mientras da un paso hacia adelante. —Por favor, no le hagan más daño… — El marine del cigarro ríe con desprecio al escucharla. — ¿Esta es tu hija? Qué conmovedor. Tal vez ella pueda pagar por ti. Seguro alguien encontrará útil a una pequeña tan dulce. —El comentario provoca risas de los otros dos, aunque el joven marine baja la mirada, claramente incómodo. La niña retrocede instintivamente, pero no aparta sus ojos llenos de terror de su padre. Cuervo, tu has escuchado todo, probablemente esos comentarios realmente te hayan enojado, ¿Estas dispuesto a enfrentarte a esos idiotas? O Simplemente te iras, dejando a la pequeña allí con su padre al borde de la muerte.
En el aire del callejón se mezcla el olor a tabaco, sudor y sangre, creando una atmósfera pesada y opresiva. El silencio momentáneo es roto por el ruido metálico del bastón del marine joven al golpear accidentalmente contra el suelo, mientras los demás se preparan para continuar con el castigo.