Ray
Kuroi Ya
06-08-2024, 05:54 PM
El recién llegado se presentó como Atlas, afirmó haber sido la última persona en incorporarse al Cuartel General, y medio bromeó acerca del castigo que le esperaba por llegar tarde. Era curioso cómo, sin quererlo, el destino le había llevado hacia los dos menos serios de entre todos los nuevos reclutas. Si no se incluía a sí mismo, claro. Hacía apenas unos momentos que conocía a ambos, pero desde luego ya tenía una cosa clara: ninguno de los tres eran marines al uso, o al menos no como Ray tenía en la cabeza antes de alistarse. Porque desde luego que su Capitana tampoco lo era.
El rubio echó a andar, y sin pensarlo mucho los dos soldados rasos le siguieron. Atlas les contó su historia, hablándoles acerca del pequeño pueblo del que procedía y de su aventura de camino al Cuartel General. Una historia, a decir verdad, no excesivamente diferente de la suya. Aunque con menos penurias, por supuesto.
Pronto llegaron a los barracones, donde Taka le preguntó por la situación de las duchas:
- ¿Ves la puerta que hay allí al fondo? - Inquirió el peliblanco. - Pues justo detrás a la derecha.
Tras pensar durante apenas un momento en que estaba lleno de sudor y barro el joven sonrió y se dirigió de nuevo a sus compañeros:
- Yo también voy a pegarme una ducha, creo que lo necesito. - Hizo un gesto de olerse la axila y puso cara de asco de forma bastante teatral. - ¿Nos vemos en el comedor en veinte minutillos?
Tras la ducha Ray se sentía como nuevo. A decir verdad era un auténtico placer en verano ducharse después de hacer ejercicio. Los músculos se relajaban y soltaban la tensión acumulada, la sensación de pegajoso calor se mitigaba considerablemente y, además, uno mismo recuperaba su brillo natural. Se encontró con Atlas y Taka en la salida de las habitaciones y se dirigieron al comedor, como habían quedado en hacer, no sin que antes el peliverde utilizara sin ningún pudor un desodorante que encontró por ahí sin preocuparse para nada de a quién pertenecería.
Dentro de la enorme estancia el bullicio reinaba. Múltiples grupos de marines de diferentes rangos comían y bebían, charlaban, reían y gritaban. No tardaron en encontrar una mesa libre en la que sentarse. Atlas cogió una bebida que parecía ser de limón por el color, mientras que Taka y él eligieron sendas botellas de agua.
El otro soldado raso fue el primero en comenzar a hablar de su pasado cuando el rubio les preguntó. Al parecer venía de muy lejos, una isla desértica en otro mar llamada Arabasta. Ray fue el que siguió, cerrando el círculo de historias. Les habló un poco sobre su infancia en el orfanato y sobre cómo le habían dicho que apareció en el mismo cuando era tan solo un bebé. También sobre sus penurias económicas desde que alcanzó la mayoría de edad hasta que, tras su intervención al apresar a aquel ladrón en el mercado, el marine que se había convertido en su benefactor le propuso entrar a formar parte del cuerpo militar.
Cuando llegó la hora de la cena Atlas rechazó comer nada. Al fin y al cabo tampoco había gastado calorías entrenando, así que era lógico. Taka, por su parte, comió abundantemente y con aparentes ganas. El peliblanco, acostumbrado a no tener nada que llevarse a la boca y por tanto capaz de aguantar largas temporadas con muy escaso sustento, ingirió con gusto una pequeña ración tanto de crema de calabaza como de carne. No estaba habituado a pegarse atracones ni a llenar el estómago hasta los topes, por lo que no solía hacerlo para evitar encontrarse mal después.
Poco después fueron abordados repentinamente por un Sargento que, con una mirada bastante poco educada, les dirigió lo que podría interpretarse como una pequeña puya, aludiendo a la poca convencionalidad de los tres y a que, casualmente, les hubiese tocado formar parte del equipo de la oficial menos convencional del Cuartel. Atlas respondió con lo que sonaba a todas luces a una mentira improvisada en aquel momento para que les dejara en paz. Ray no pudo evitar que se le escapara una pequeña carcajada y, con una mirada tranquila pero seria y firme, dejando salir todo lo intimidante de su porte, añadió:
- Somos la clase de marines que no se dejan guiar por qué rango ocupa alguien para medir su valía. La clase de marines a los que les preocupa más ayudar a la gente que las formalidades o los convencionalismos.
No pretendía ni mucho menos mostrarse hostil con su superior, tan solo dejarle ver que no era alguien a quien pudiera menospreciar ni mangonear, y por extensión sus amigos tampoco. Era plenamente consciente de que su simple presencia y sus palabras muchas veces influían en la gente de una forma especial, y trató de ejercer algo de esa influencia, por pequeña que fuese, sobre el Sargento buscando el respeto que había mostrado no tenerles simplemente debido a su bajo rango.
El rubio echó a andar, y sin pensarlo mucho los dos soldados rasos le siguieron. Atlas les contó su historia, hablándoles acerca del pequeño pueblo del que procedía y de su aventura de camino al Cuartel General. Una historia, a decir verdad, no excesivamente diferente de la suya. Aunque con menos penurias, por supuesto.
Pronto llegaron a los barracones, donde Taka le preguntó por la situación de las duchas:
- ¿Ves la puerta que hay allí al fondo? - Inquirió el peliblanco. - Pues justo detrás a la derecha.
Tras pensar durante apenas un momento en que estaba lleno de sudor y barro el joven sonrió y se dirigió de nuevo a sus compañeros:
- Yo también voy a pegarme una ducha, creo que lo necesito. - Hizo un gesto de olerse la axila y puso cara de asco de forma bastante teatral. - ¿Nos vemos en el comedor en veinte minutillos?
Tras la ducha Ray se sentía como nuevo. A decir verdad era un auténtico placer en verano ducharse después de hacer ejercicio. Los músculos se relajaban y soltaban la tensión acumulada, la sensación de pegajoso calor se mitigaba considerablemente y, además, uno mismo recuperaba su brillo natural. Se encontró con Atlas y Taka en la salida de las habitaciones y se dirigieron al comedor, como habían quedado en hacer, no sin que antes el peliverde utilizara sin ningún pudor un desodorante que encontró por ahí sin preocuparse para nada de a quién pertenecería.
Dentro de la enorme estancia el bullicio reinaba. Múltiples grupos de marines de diferentes rangos comían y bebían, charlaban, reían y gritaban. No tardaron en encontrar una mesa libre en la que sentarse. Atlas cogió una bebida que parecía ser de limón por el color, mientras que Taka y él eligieron sendas botellas de agua.
El otro soldado raso fue el primero en comenzar a hablar de su pasado cuando el rubio les preguntó. Al parecer venía de muy lejos, una isla desértica en otro mar llamada Arabasta. Ray fue el que siguió, cerrando el círculo de historias. Les habló un poco sobre su infancia en el orfanato y sobre cómo le habían dicho que apareció en el mismo cuando era tan solo un bebé. También sobre sus penurias económicas desde que alcanzó la mayoría de edad hasta que, tras su intervención al apresar a aquel ladrón en el mercado, el marine que se había convertido en su benefactor le propuso entrar a formar parte del cuerpo militar.
Cuando llegó la hora de la cena Atlas rechazó comer nada. Al fin y al cabo tampoco había gastado calorías entrenando, así que era lógico. Taka, por su parte, comió abundantemente y con aparentes ganas. El peliblanco, acostumbrado a no tener nada que llevarse a la boca y por tanto capaz de aguantar largas temporadas con muy escaso sustento, ingirió con gusto una pequeña ración tanto de crema de calabaza como de carne. No estaba habituado a pegarse atracones ni a llenar el estómago hasta los topes, por lo que no solía hacerlo para evitar encontrarse mal después.
Poco después fueron abordados repentinamente por un Sargento que, con una mirada bastante poco educada, les dirigió lo que podría interpretarse como una pequeña puya, aludiendo a la poca convencionalidad de los tres y a que, casualmente, les hubiese tocado formar parte del equipo de la oficial menos convencional del Cuartel. Atlas respondió con lo que sonaba a todas luces a una mentira improvisada en aquel momento para que les dejara en paz. Ray no pudo evitar que se le escapara una pequeña carcajada y, con una mirada tranquila pero seria y firme, dejando salir todo lo intimidante de su porte, añadió:
- Somos la clase de marines que no se dejan guiar por qué rango ocupa alguien para medir su valía. La clase de marines a los que les preocupa más ayudar a la gente que las formalidades o los convencionalismos.
No pretendía ni mucho menos mostrarse hostil con su superior, tan solo dejarle ver que no era alguien a quien pudiera menospreciar ni mangonear, y por extensión sus amigos tampoco. Era plenamente consciente de que su simple presencia y sus palabras muchas veces influían en la gente de una forma especial, y trató de ejercer algo de esa influencia, por pequeña que fuese, sobre el Sargento buscando el respeto que había mostrado no tenerles simplemente debido a su bajo rango.