Octojin
El terror blanco
06-08-2024, 08:04 PM
La travesía había sido larga y agotadora. Octojin, el Gyojin tiburón blanco, nadaba incansablemente a través del turbulento océano, enfrentando olas gigantescas y corrientes traicioneras. El mar era su elemento, pero la distancia y el esfuerzo empezaban a pasarle factura. Finalmente, la silueta de Loguetown apareció en el horizonte, una ciudad conocida por su historia y su bulliciosa actividad. Con un último empuje de sus poderosas aletas, Octojin alcanzó la costa, emergiendo de las profundidades y sintiendo la arena bajo sus pies.
Al salir del agua, fue golpeado por el calor sofocante del día. El sol brillaba intensamente sobre la ciudad, y Octojin, acostumbrado a las frescas aguas del océano, sintió una punzada de desagrado. El calor era un enemigo invisible, debilitante y persistente. Con un gruñido de molestia, se dirigió hacia el interior de la ciudad, buscando refugio del calor y un lugar donde saciar su creciente sed y hambre.
Caminando por las calles de la periferia, encontró una taberna que parecía adecuada para pasar desapercibido: El Trago del Marinero. Era un establecimiento de mala fama, conocido por atraer a los elementos más sórdidos de la sociedad. La fachada era de madera vieja y desgastada, y el letrero colgaba torcido, como si hubiera sido víctima de numerosas peleas. Octojin, deseando evitar problemas innecesarios, se puso una gorra de marinero que había encontrado en la playa, cubriendo parcialmente su rostro. Su altura y corpulencia lo hacían difícil de ignorar, pero esperaba que la gorra y la penumbra de la taberna ayudaran a desviar la atención.
Al entrar, fue recibido por un ambiente cargado de humo y alcohol. La taberna estaba llena de individuos de aspecto sospechoso, cada uno más rudo que el anterior. Algunos jugaban a las cartas, otros discutían en voz baja, y algunos simplemente se dejaban caer en sus asientos, visiblemente afectados por el alcohol. Octojin avanzó hacia la barra y se sentó en un taburete que crujió bajo su peso.
— Una jarra de sake y dos filetes de carne, bien cocidos —ordenó con voz ronca. El tabernero, un hombre calvo y corpulento, lo miró de arriba abajo antes de asentir y preparar su pedido.
Mientras Octojin esperaba su comida, observó el ambiente a su alrededor. Siempre se había preguntado cómo los humanos podían emborracharse tan rápido. Quizá que no midiesen cuatro metros tendría algo que ver, pero en cualquier caso, era un hecho que el tiburón no terminaba de comprender.
Justo cuando el camarero sirvió ambos filetes, dos individuos, visiblemente afectados por el alcohol, comenzaron a discutir en una mesa cercana, ganando el protagonismo de la tasca. La discusión rápidamente se convirtió en una pelea a golpes, y otros, como si hubiesen estado esperando una excusa, se unieron a la trifulca. En un abrir y cerrar de ojos, la taberna se convirtió en un campo de batalla improvisado. Sillas y mesas volaban por los aires, y los camareros intentaban, sin mucho éxito, poner paz en la situación.
En medio del caos, uno de los individuos en la pelea fue lanzado violentamente hacia donde estaba sentado Octojin. Con reflejos rápidos, Octojin se movió para evitar el impacto, pero en el proceso, su plato de carne y su jarra de sake cayeron al suelo, esparciendo la comida y bebida por todas partes.
La expresión de Octojin se endureció. Su paciencia tenía un límite -bajo, por otra parte-, y acababa de ser superado. Con una mirada llena de rabia, se levantó de su asiento con una imponente figura que eclipsó a todos los presentes. Agarró al humano que había sido lanzado hacia él por la pechera, levantándolo con facilidad.
— Vas a pagar por esto —gruñó Octojin, con una voz que resonó con un tono amenazante—. Quiero mi comida y bebida de vuelta. Ahora.
El hombre, atemorizado, balbuceó excusas mientras trataba de liberar sus manos de las garras de Octojin. Sin embargo, la fuerza del gyojin era abrumadora, y el hombre no tenía esperanzas de escapar. La pelea en la taberna se detuvo momentáneamente, todos los ojos se volvieron hacia la escena, expectantes y tensos.
En ese preciso instante, la puerta de la taberna se abrió de golpe, y un silencio palpable se apoderó del lugar. Uno de los humanos aprovechó el despiste para abalanzarse sobre el gyojin y reventarle un taburete de madera.
Pese a que el golpe resonó, el escualo consiguió minimizar el daño haciendo fuerte su antebrazo. Observó al infractor mientras lanzaba hacia atrás sin mucha fuerza al humano que tenía agarrado.
Todos los presentes se giraron para ver quién había llegado. Lo que vieron les hizo detenerse en seco. Un oni, un ser de aspecto intimidante con cuernos, piel rojiza y una estatura imponente para casi todos los presentes, entró en el local. Vestía el uniforme de la Marina, sin mucho adorno en el uniforme, lo cual decía que su rango no era alto. Aquella escena era un tanto inusual. Octojin había visto a pocas criaturas como aquella, y definitivamente estas criaturas solían ser vistas más como piratas o forajidos.
Octojin se acercó al humano que le había estampado el taburete y se agachó para estar a su altura. Acercó su mirada a la suya y abrió ligeramente la mandíbula, luciendo unos imponentes incisivos.
—La carne se paga con carne. -susurró a la par que acercaba lentamente su mandíbula hacia el cuello del humano, que quedó petrificado.
La tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo. Nadie se atrevía a moverse, y todos esperaban ver qué haría el nuevo visitante.
Los presentes se miraron entre sí, algunos retrocediendo, otros señalando hacia Octojin y el hombre que tenía próximo.
Octojin pegó un cabezazo al humano al ver que no oponía resistencia y se incorporó. Lanzó una mirada al oni, aún con parte de su furia visible. No tenía miedo, pero sí curiosidad por el recién llegado.
Octojin era reacio a la situación, pero era consciente de que enfrentarse a la marina podría complicar las cosas.
Al salir del agua, fue golpeado por el calor sofocante del día. El sol brillaba intensamente sobre la ciudad, y Octojin, acostumbrado a las frescas aguas del océano, sintió una punzada de desagrado. El calor era un enemigo invisible, debilitante y persistente. Con un gruñido de molestia, se dirigió hacia el interior de la ciudad, buscando refugio del calor y un lugar donde saciar su creciente sed y hambre.
Caminando por las calles de la periferia, encontró una taberna que parecía adecuada para pasar desapercibido: El Trago del Marinero. Era un establecimiento de mala fama, conocido por atraer a los elementos más sórdidos de la sociedad. La fachada era de madera vieja y desgastada, y el letrero colgaba torcido, como si hubiera sido víctima de numerosas peleas. Octojin, deseando evitar problemas innecesarios, se puso una gorra de marinero que había encontrado en la playa, cubriendo parcialmente su rostro. Su altura y corpulencia lo hacían difícil de ignorar, pero esperaba que la gorra y la penumbra de la taberna ayudaran a desviar la atención.
Al entrar, fue recibido por un ambiente cargado de humo y alcohol. La taberna estaba llena de individuos de aspecto sospechoso, cada uno más rudo que el anterior. Algunos jugaban a las cartas, otros discutían en voz baja, y algunos simplemente se dejaban caer en sus asientos, visiblemente afectados por el alcohol. Octojin avanzó hacia la barra y se sentó en un taburete que crujió bajo su peso.
— Una jarra de sake y dos filetes de carne, bien cocidos —ordenó con voz ronca. El tabernero, un hombre calvo y corpulento, lo miró de arriba abajo antes de asentir y preparar su pedido.
Mientras Octojin esperaba su comida, observó el ambiente a su alrededor. Siempre se había preguntado cómo los humanos podían emborracharse tan rápido. Quizá que no midiesen cuatro metros tendría algo que ver, pero en cualquier caso, era un hecho que el tiburón no terminaba de comprender.
Justo cuando el camarero sirvió ambos filetes, dos individuos, visiblemente afectados por el alcohol, comenzaron a discutir en una mesa cercana, ganando el protagonismo de la tasca. La discusión rápidamente se convirtió en una pelea a golpes, y otros, como si hubiesen estado esperando una excusa, se unieron a la trifulca. En un abrir y cerrar de ojos, la taberna se convirtió en un campo de batalla improvisado. Sillas y mesas volaban por los aires, y los camareros intentaban, sin mucho éxito, poner paz en la situación.
En medio del caos, uno de los individuos en la pelea fue lanzado violentamente hacia donde estaba sentado Octojin. Con reflejos rápidos, Octojin se movió para evitar el impacto, pero en el proceso, su plato de carne y su jarra de sake cayeron al suelo, esparciendo la comida y bebida por todas partes.
La expresión de Octojin se endureció. Su paciencia tenía un límite -bajo, por otra parte-, y acababa de ser superado. Con una mirada llena de rabia, se levantó de su asiento con una imponente figura que eclipsó a todos los presentes. Agarró al humano que había sido lanzado hacia él por la pechera, levantándolo con facilidad.
— Vas a pagar por esto —gruñó Octojin, con una voz que resonó con un tono amenazante—. Quiero mi comida y bebida de vuelta. Ahora.
El hombre, atemorizado, balbuceó excusas mientras trataba de liberar sus manos de las garras de Octojin. Sin embargo, la fuerza del gyojin era abrumadora, y el hombre no tenía esperanzas de escapar. La pelea en la taberna se detuvo momentáneamente, todos los ojos se volvieron hacia la escena, expectantes y tensos.
En ese preciso instante, la puerta de la taberna se abrió de golpe, y un silencio palpable se apoderó del lugar. Uno de los humanos aprovechó el despiste para abalanzarse sobre el gyojin y reventarle un taburete de madera.
Pese a que el golpe resonó, el escualo consiguió minimizar el daño haciendo fuerte su antebrazo. Observó al infractor mientras lanzaba hacia atrás sin mucha fuerza al humano que tenía agarrado.
Todos los presentes se giraron para ver quién había llegado. Lo que vieron les hizo detenerse en seco. Un oni, un ser de aspecto intimidante con cuernos, piel rojiza y una estatura imponente para casi todos los presentes, entró en el local. Vestía el uniforme de la Marina, sin mucho adorno en el uniforme, lo cual decía que su rango no era alto. Aquella escena era un tanto inusual. Octojin había visto a pocas criaturas como aquella, y definitivamente estas criaturas solían ser vistas más como piratas o forajidos.
Octojin se acercó al humano que le había estampado el taburete y se agachó para estar a su altura. Acercó su mirada a la suya y abrió ligeramente la mandíbula, luciendo unos imponentes incisivos.
—La carne se paga con carne. -susurró a la par que acercaba lentamente su mandíbula hacia el cuello del humano, que quedó petrificado.
La tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo. Nadie se atrevía a moverse, y todos esperaban ver qué haría el nuevo visitante.
Los presentes se miraron entre sí, algunos retrocediendo, otros señalando hacia Octojin y el hombre que tenía próximo.
Octojin pegó un cabezazo al humano al ver que no oponía resistencia y se incorporó. Lanzó una mirada al oni, aún con parte de su furia visible. No tenía miedo, pero sí curiosidad por el recién llegado.
Octojin era reacio a la situación, pero era consciente de que enfrentarse a la marina podría complicar las cosas.