
Katharina von Steinhell
von Steinhell
07-12-2024, 05:28 AM
(Última modificación: 07-12-2024, 05:30 AM por Katharina von Steinhell.)
Está… bueno.
Por el momento, avanzaré en dirección al francotirador, pero mi cuerpo junto a la pared de la casa. Recorrería a toda velocidad la calle paralela al camino donde me encontraba hace unos segundos, y rápidamente buscaría cobertura. Si pude reaccionar a su primer disparo, significa que no es un francotirador tan hábil y, según mis cálculos, tengo unos cuantos segundos de acción entre cada disparo.
Lamentablemente, debo admitir que esta sopa, aparente mezcla de ingredientes sin sentido, está buena. No me doy cuenta y le estoy dando el segundo bocado. Maldigo para mí misma: me siento derrotada por el anciano, quien me sonríe como si hubiera ganado una batalla entendida solo entre nosotros. El caldo de cerdo tiene la grasa adecuada para darle sabor, manteniendo una textura apetecible. Los huevos, por otro lado, están cocidos en su punto ideal para que no estén secos ni mojados.
Basta de elogiar el ramen del anciano. Esto es un desafío y pienso ganarlo.
Miro el reloj de arena. Pasa rápidamente, cada granito cayendo simultáneamente a mis bocados. Los primeros fueron lentos, he de admitir, pero cada vez se hacen más y más rápidos hasta que mi mano realiza un movimiento automatizado. Acerco la cuchara al plato y luego la llevo a mi boca. Rápido, elegante y efectivo. Por otro lado, la música resalta un ambiente desconocido para mí. Se siente cierta… calidez que no he sentido en mucho tiempo, aunque no sabría identificar la razón. Me agrada. Continúo devorando la sopa hasta que por fin veo el fondo del platillo.
-Espero que grabes el tiempo acompañado de mi nombre, anciano -le menciono con una sonrisa de satisfacción en mi rostro: he ganado (como siempre)-. Hasta luego.
Quizás vuelva. A pesar de atender en lo que cualquiera de mis congéneres consideraría una pocilga, el anciano le da un sabor diferente a la comida, un sabor que me agrada.
Es cuando abandono el puesto de comida que una sensación de peligro invade mi cuerpo, un presentimiento con el que estoy familiarizada. La muerte comienza a olerse en el ambiente. Levanto la mirada, el sol escondiéndose lentamente, y a cinco cuadras consigo ver una diminuta figura en lo alto de un edificio. El brillo del metal delata las intenciones de la silueta. Desenvaino rápidamente mis dagas, afiladas y preparadas para defenderme, e intercepto el proyectil con notable ejecución. Las hojas de mis dagas cortan por la mitad la bala, separándola en dos mitades perfectas que desvían su trayectoria.
Un maldito asesino ha venido por mí, y esta vez se trata de un francotirador. Cómo los odio. Se esconden como ratas y se alimentan del miedo, de la desesperación de quien recibe ataques sin ver al perpetuador. No obstante, me he acostumbrado a combatir a todo tipo de enemigo y siempre he resultado victoriosa, esta vez no será la excepción.
Sin desperdiciar un segundo, y aprovechando el tiempo de recarga del francotirador, me escondo tras la muralla de una casa. Confío que me entrega la cobertura necesaria para echar un vistazo a mi alrededor y diseñar un plan de acción. Avanzar directo por la calle principal es un suicidio, no tengo la seguridad de poder reaccionar a tiempo a todos los disparos. Incluso puede que haya más de un francotirador, o enemigos escondidos esperando el momento ideal para emboscarme. Miro hacia ambos lados, tanto horizontal como diagonalmente, grabando en mi cabeza las distancias y alturas de los edificios cercanos.