Arthur Soriz
Gramps
08-12-2024, 09:13 PM
(Última modificación: 08-12-2024, 09:32 PM por Arthur Soriz.)
El bullicio del mercado sur de Loguetown era un caos organizado, una vorágine de actividad donde los gritos de los vendedores compitiendo por la atención de los compradores se mezclaban con la cacofonía del sonido de cajas de madera golpeando el suelo, el crujido de los pasos sobre los adoquines y el tintineo de monedas cambiando entre manos. El aire estaba impregnado con una mezcla embriagante de olores... el aroma dulce y cítrico de las frutas, la salinidad del pescado recién traído del puerto y lo ahumado del carbón que ardía en las parrillas de los puestos de comida.
Sin embargo... a pesar de la algarabía constante algo se sentía extraño. Tal vez eran las miradas esquivas de los vendedores o cómo los clientes parecían apresurar sus pasos cuando pasaban cerca de tu figura, no sabías si era debido a ti o a que eras un Marine.
Fue en ese momento cuando notaste al anciano en un puesto de frutas, con apenas un par de cajas llenas de naranjas y manzanas que lucían expuestas de manera bastante ordenada. Sus movimientos eran lentos, cuidadosos, quizás porque tampoco es que su negocio se moviera demasiado... pero no fue eso lo que te llamó la atención. Sus ojos, cansados y con bolsas debajo de estos te miraban directamente. Había algo en esa mirada, una mezcla de preocupación y necesidad, como si quisiera hablarte pero titubeara en hacerlo. Sus manos temblaban levemente mientras arreglaba las frutas y a cada movimiento de su cabeza parecías detectar un intento por decirte algo.
Aún así guardaba en silencio, su boca apretada como si temiera que hablar fuese una muerte asegurada.
El contraste era más que claro... mientras los otros vendedores te ignoraban descaradamente, este hombre te observaba con una intensidad que resultaba rara, preocupante. Era claro que sabía algo, algo que probablemente estaba relacionado con esa sensación incómoda que flotaba sobre el mercado. Pero no iba a decirlo en voz alta, no a menos que tú tomases la iniciativa de acercarte por tu cuenta.
A tu alrededor el mercado seguía su curso. Las risas de unos niños corriendo entre los puestos, el regateo enérgico de una mujer que discutía el precio de un pescado, el grito lejano de una gaviota que planeaba sobre el puerto. Pero todo eso parecía difuminarse mientras tus ojos se encontraban con los del anciano de manera constante... no te quitaba la mirada de encima en ningún momento, incluso cuando su labor era acomodar frutas y nada más.
Las únicas ocasiones en las que desviaba la mirada de ti era cuando tenía que recoger alguna fruta que se le caía al suelo por torpeza en su constante distracción.
El tiempo era tuyo... pero también lo era la decisión. ¿Te acercarías al anciano para intentar sacar la información que claramente guardaba, o preferirías seguir mezclándote entre la multitud, observando los detalles y buscando alguna otra pista? Las posibilidades eran infinitas tan temprana comenzada la investigación... bien podrías ignorar todo esto y dirigirte a la base como te habían dicho, pero tal vez perderías la oportunidad de averiguar algo importante si decidías dejarte llevar por las miradas furtivas de la gente y los susurros a tus espaldas.
Sin embargo... a pesar de la algarabía constante algo se sentía extraño. Tal vez eran las miradas esquivas de los vendedores o cómo los clientes parecían apresurar sus pasos cuando pasaban cerca de tu figura, no sabías si era debido a ti o a que eras un Marine.
Fue en ese momento cuando notaste al anciano en un puesto de frutas, con apenas un par de cajas llenas de naranjas y manzanas que lucían expuestas de manera bastante ordenada. Sus movimientos eran lentos, cuidadosos, quizás porque tampoco es que su negocio se moviera demasiado... pero no fue eso lo que te llamó la atención. Sus ojos, cansados y con bolsas debajo de estos te miraban directamente. Había algo en esa mirada, una mezcla de preocupación y necesidad, como si quisiera hablarte pero titubeara en hacerlo. Sus manos temblaban levemente mientras arreglaba las frutas y a cada movimiento de su cabeza parecías detectar un intento por decirte algo.
Aún así guardaba en silencio, su boca apretada como si temiera que hablar fuese una muerte asegurada.
El contraste era más que claro... mientras los otros vendedores te ignoraban descaradamente, este hombre te observaba con una intensidad que resultaba rara, preocupante. Era claro que sabía algo, algo que probablemente estaba relacionado con esa sensación incómoda que flotaba sobre el mercado. Pero no iba a decirlo en voz alta, no a menos que tú tomases la iniciativa de acercarte por tu cuenta.
A tu alrededor el mercado seguía su curso. Las risas de unos niños corriendo entre los puestos, el regateo enérgico de una mujer que discutía el precio de un pescado, el grito lejano de una gaviota que planeaba sobre el puerto. Pero todo eso parecía difuminarse mientras tus ojos se encontraban con los del anciano de manera constante... no te quitaba la mirada de encima en ningún momento, incluso cuando su labor era acomodar frutas y nada más.
Las únicas ocasiones en las que desviaba la mirada de ti era cuando tenía que recoger alguna fruta que se le caía al suelo por torpeza en su constante distracción.
El tiempo era tuyo... pero también lo era la decisión. ¿Te acercarías al anciano para intentar sacar la información que claramente guardaba, o preferirías seguir mezclándote entre la multitud, observando los detalles y buscando alguna otra pista? Las posibilidades eran infinitas tan temprana comenzada la investigación... bien podrías ignorar todo esto y dirigirte a la base como te habían dicho, pero tal vez perderías la oportunidad de averiguar algo importante si decidías dejarte llevar por las miradas furtivas de la gente y los susurros a tus espaldas.