Takahiro
La saeta verde
06-08-2024, 09:19 PM
Las vistas de la ciudad de Loguetown desde el tejado del cuartel del G-31 era impresionantes aquella mañana. Desde la tormenta que azotó la isla hacía ya algo más de una semana, el cielo azul y el viento veraniego se había apoderado de toda la isla. Muchos de sus compañeros de barracón se quejaban de las altas temperaturas, pero a él le encantaba sentir el calor en su piel, que volvía a broncearse lentamente.
—Y a la gente le gusta el invierno —comentó en voz alta para nadie, tumbándose sobre el suelo del tejado—. No saben lo que dicen.
Transcurridos unos minutos más se levantó. Había sido citado a las doce del mediodía en la entrada del Cuartel General junto a Ray y Atlas para que alguien les hiciera una pequeña guía por el cuartel y los puntos más importantes de la isla para que no volvieran a perderse ninguno de ellos. Lo cierto era que le resultaba extraño que hubieran esperado tanto para ello. Lo normal habría sido citarlos el primer día y darles una vuelta por el lugar. Sin embargo, las acciones lógicas y usuales no era algo que las instituciones gubernamentales llevaran a cabo. «De ser así Shawn no sería Sargento», pensó para sus adentros.
En los barracones no había nadie y la cama de sus compañeros estaban hechas. La de Ray estaba perfectamente impoluta, sin un doblé de más y muy lisa, como si la hubiera hecho una madre. La de Atlas, en cambio, desde su punto de vista tenía un gran margen de mejora, mientras que el peliverde tan solo había estirado la sábana y nada más. Se duchó y puso su vestimenta habitual: sus sandalias de madera estilo wanense, su pantalón holgado sujetado a las pantorrillas con un vendaje, una camisa azul y su sobrecamisa mostaza. Se colocó la katana en el cinturón, se colgó su collar de perlas de madera y puso rumbo a la puerta principal.
«Se me ha olvidado echarme colonia», pensó, mientras alzaba la mano para saludar a Ray de lejos, que se encontraba hablando con alguien de bastante envergadura.
A medida que se iba acercando podía distinguir una figura femenina de proporciones que el peliverde solía definir como peligrosas y muy alta, demasiado alta. Pero le gustaba. De tez blanca, cabello negro como el azabache y dos cuernos. Eso asombró a Takahiro, que tan solo había escuchado hablar de seres con cuernos en las historias y leyendas que le narraba su abuelo.
—Buenas tardes —les dijo, haciendo un ademán con la mano para saludarlos a los dos—. ¡Ostras! —exclamó mirando hacia arriba y clavando los ojos sobre los de la Oni, que eran de un rojo muy intenso—. ¿Y tú quien eres ojos bonitos? —le preguntó, teniéndole la mano para saludarla—. Mi nombre es Takahiro Kenshin, aunque por aquí suelen llamarme Taka. Pero tú puedes llamarme como quieras.
—Y a la gente le gusta el invierno —comentó en voz alta para nadie, tumbándose sobre el suelo del tejado—. No saben lo que dicen.
Transcurridos unos minutos más se levantó. Había sido citado a las doce del mediodía en la entrada del Cuartel General junto a Ray y Atlas para que alguien les hiciera una pequeña guía por el cuartel y los puntos más importantes de la isla para que no volvieran a perderse ninguno de ellos. Lo cierto era que le resultaba extraño que hubieran esperado tanto para ello. Lo normal habría sido citarlos el primer día y darles una vuelta por el lugar. Sin embargo, las acciones lógicas y usuales no era algo que las instituciones gubernamentales llevaran a cabo. «De ser así Shawn no sería Sargento», pensó para sus adentros.
En los barracones no había nadie y la cama de sus compañeros estaban hechas. La de Ray estaba perfectamente impoluta, sin un doblé de más y muy lisa, como si la hubiera hecho una madre. La de Atlas, en cambio, desde su punto de vista tenía un gran margen de mejora, mientras que el peliverde tan solo había estirado la sábana y nada más. Se duchó y puso su vestimenta habitual: sus sandalias de madera estilo wanense, su pantalón holgado sujetado a las pantorrillas con un vendaje, una camisa azul y su sobrecamisa mostaza. Se colocó la katana en el cinturón, se colgó su collar de perlas de madera y puso rumbo a la puerta principal.
«Se me ha olvidado echarme colonia», pensó, mientras alzaba la mano para saludar a Ray de lejos, que se encontraba hablando con alguien de bastante envergadura.
A medida que se iba acercando podía distinguir una figura femenina de proporciones que el peliverde solía definir como peligrosas y muy alta, demasiado alta. Pero le gustaba. De tez blanca, cabello negro como el azabache y dos cuernos. Eso asombró a Takahiro, que tan solo había escuchado hablar de seres con cuernos en las historias y leyendas que le narraba su abuelo.
—Buenas tardes —les dijo, haciendo un ademán con la mano para saludarlos a los dos—. ¡Ostras! —exclamó mirando hacia arriba y clavando los ojos sobre los de la Oni, que eran de un rojo muy intenso—. ¿Y tú quien eres ojos bonitos? —le preguntó, teniéndole la mano para saludarla—. Mi nombre es Takahiro Kenshin, aunque por aquí suelen llamarme Taka. Pero tú puedes llamarme como quieras.