Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
09-12-2024, 08:53 AM
El túnel parecía tragarse a Asradi y a los once niños que eran ya que la seguían con pasos temblorosos y respiraciones entrecortadas. El ambiente era pesado, cargado de humedad y un hedor que se hacía cada vez más penetrante. Las paredes del túnel eran de tierra compactada, con raíces sobresaliendo de vez en cuando como garras retorcidas que parecían querer aferrarse a los intrusos. El espacio era claustrofóbico. Aunque los niños, debido a su tamaño, lograban moverse con cierta facilidad, para la sirena, con su altura y su complexión, cada paso era una prueba de resistencia. Las paredes se estrechaban gradualmente, forzándote a avanzar agachada, con tus brazos chocando a veces contra las raíces o las piedras del suelo. A pesar de ser una criatura del océano, acostumbrada a la vastedad del agua, el confinamiento de aquel lugar era un tormento psicológico. Tu respiración se tornaba más pesada con cada metro recorrido, como si el mismo túnel le estuviera robando el oxígeno. Pero no era solo el espacio lo que hacía de aquel recorrido una pesadilla. Los insectos. Por momentos, pequeñas criaturas chasqueaban sus patas sobre las paredes y el suelo. Escarabajos negros y brillantes parecían observar desde las sombras, mientras algunas cucarachas enormes se cruzaban por el camino, moviéndose rápido en dirección contraria. Asradi, sientes cómo una de ellas se subía por su brazo en algún momento, y tienes que contener cualquier posible grito ... Por la esquina de tu ojo, logras vislumbrar un grupo de arañas del tamaño de tu palma que se arrastraban entre las raíces enredadas sobre el techo del túnel. Uno de los niños, un pequeño que apenas parecía tener cinco años, comenzó a sollozar en silencio al ver cómo una lombriz gruesa y gelatinosa se movía lentamente frente a él.
El túnel se volvía más angosto conforme avanzaban, obligándo a gatear en algunos tramos. Tu cola, aunque flexible, rozaba constantemente con las paredes, arrancándole trozos de piel que quedaban adheridos a las irregularidades del suelo. El aire estaba cargado de polvo y partículas de tierra que se metían en tu nariz y garganta, provocándole un ardor insoportable. Los niños se esforzaban por seguirte, pero algunos tropezaban, y el sonido de sus pequeños gemidos hacía que la situación pareciera aún más desesperada. La claustrofobia y el horror del lugar solo empeoraban con la falta de luz. La única fuente de iluminación era el tenue brillo de una linterna que uno de los niños había traído consigo, y que ahora tú sostenías con una mano firme. Pero incluso esa luz parecía menguar ante la oscuridad sofocante del túnel. Sientes tu cuerpo sudar y es por que hay una temperatura media de unos treinta y nueve grados, lo que te hace asquear aún más el lugar [Debilidad al calor].
Tras lo que parecieron horas, pero que en realidad fueron unos treinta minutos de tortura, el túnel comenzó a ensancharse. Por fin, llegáis a una pequeña abertura en el techo. Uno de los niños, con las piernas temblorosas, señaló hacia arriba. — Es por ahí. Al otro lado hay una sala grande. — Tendrías que ayudar a los niños a trepar primero, asegurándote de que todos pasaran a través de la estrecha abertura. Cuando te toca a ti, tendrás que hacer un esfuerzo titánico, sintiendo cómo las aletas y tu espalda rozaban las paredes del conducto de aire. Con cada movimiento, el túnel parecía querer atraparte, como si fueras incapaz de dejarte ir. Finalmente, con un último empujón, logras salir. Caes al suelo con un leve jadeo, levantando polvo a su alrededor. La sala en la que ahora se encontraban era un espacio amplio, de unos 20x20 metros, con un techo alto que parecía proporcionar un alivio inmediato después de la opresión del túnel, aunque la calor no dimsinuye. Las paredes eran de un cemento desgastado, llenas de grietas y manchas de humedad que se extendían como venas oscuras. En el centro de la sala había una larga mesa de madera, rodeada por varias sillas, muchas de las cuales estaban volcadas o rotas. En un rincón, un tablero de corcho lleno de notas y fotografías colgaba torcido, como si hubiera sido abandonado en medio de una reunión importante.
El lugar tenía toda la apariencia de una sala de reuniones improvisada, aunque ahora estaba desierta. El eco de sus movimientos y respiraciones resonaba en el aire, dándole al ambiente un carácter casi fantasmagórico. El mareo comenzó a instalarse en ti casi de inmediato. Era un efecto extraño, como si el aire de aquel lugar estuviera contaminado de alguna manera. Un leve zumbido en tus oídos te hizo tambalear, y tienes que apoyarte en la mesa para no perder el equilibrio. Los niños, aunque exhaustos, se agruparon a tu alrededor, preocupados por tu estado. Uno de los más grandes, una niña de unos doce años, se le acercó con expresión alarmada. — ¿Estás bien, señorita? Te ves... rara. — Y no es para menos, entre la calor, el mareo y la confusión... Parece que estar embarazada. El ambiente de la sala estaba cargado, y el aire que respiraba tenía un sabor metálico que le raspaba la garganta. Quizás era el cansancio. Quizás algo más. Pero una cosa estaba clara: debían seguir adelante, y rápido. Algo en aquel lugar no era normal, y quedarse allí más tiempo no era una opción segura.
El túnel se volvía más angosto conforme avanzaban, obligándo a gatear en algunos tramos. Tu cola, aunque flexible, rozaba constantemente con las paredes, arrancándole trozos de piel que quedaban adheridos a las irregularidades del suelo. El aire estaba cargado de polvo y partículas de tierra que se metían en tu nariz y garganta, provocándole un ardor insoportable. Los niños se esforzaban por seguirte, pero algunos tropezaban, y el sonido de sus pequeños gemidos hacía que la situación pareciera aún más desesperada. La claustrofobia y el horror del lugar solo empeoraban con la falta de luz. La única fuente de iluminación era el tenue brillo de una linterna que uno de los niños había traído consigo, y que ahora tú sostenías con una mano firme. Pero incluso esa luz parecía menguar ante la oscuridad sofocante del túnel. Sientes tu cuerpo sudar y es por que hay una temperatura media de unos treinta y nueve grados, lo que te hace asquear aún más el lugar [Debilidad al calor].
Tras lo que parecieron horas, pero que en realidad fueron unos treinta minutos de tortura, el túnel comenzó a ensancharse. Por fin, llegáis a una pequeña abertura en el techo. Uno de los niños, con las piernas temblorosas, señaló hacia arriba. — Es por ahí. Al otro lado hay una sala grande. — Tendrías que ayudar a los niños a trepar primero, asegurándote de que todos pasaran a través de la estrecha abertura. Cuando te toca a ti, tendrás que hacer un esfuerzo titánico, sintiendo cómo las aletas y tu espalda rozaban las paredes del conducto de aire. Con cada movimiento, el túnel parecía querer atraparte, como si fueras incapaz de dejarte ir. Finalmente, con un último empujón, logras salir. Caes al suelo con un leve jadeo, levantando polvo a su alrededor. La sala en la que ahora se encontraban era un espacio amplio, de unos 20x20 metros, con un techo alto que parecía proporcionar un alivio inmediato después de la opresión del túnel, aunque la calor no dimsinuye. Las paredes eran de un cemento desgastado, llenas de grietas y manchas de humedad que se extendían como venas oscuras. En el centro de la sala había una larga mesa de madera, rodeada por varias sillas, muchas de las cuales estaban volcadas o rotas. En un rincón, un tablero de corcho lleno de notas y fotografías colgaba torcido, como si hubiera sido abandonado en medio de una reunión importante.
El lugar tenía toda la apariencia de una sala de reuniones improvisada, aunque ahora estaba desierta. El eco de sus movimientos y respiraciones resonaba en el aire, dándole al ambiente un carácter casi fantasmagórico. El mareo comenzó a instalarse en ti casi de inmediato. Era un efecto extraño, como si el aire de aquel lugar estuviera contaminado de alguna manera. Un leve zumbido en tus oídos te hizo tambalear, y tienes que apoyarte en la mesa para no perder el equilibrio. Los niños, aunque exhaustos, se agruparon a tu alrededor, preocupados por tu estado. Uno de los más grandes, una niña de unos doce años, se le acercó con expresión alarmada. — ¿Estás bien, señorita? Te ves... rara. — Y no es para menos, entre la calor, el mareo y la confusión... Parece que estar embarazada. El ambiente de la sala estaba cargado, y el aire que respiraba tenía un sabor metálico que le raspaba la garganta. Quizás era el cansancio. Quizás algo más. Pero una cosa estaba clara: debían seguir adelante, y rápido. Algo en aquel lugar no era normal, y quedarse allí más tiempo no era una opción segura.