Kuro D. Zirko
Payaza D. Zirko
09-12-2024, 04:25 PM
Zirko observó al anciano mientras este reía a carcajadas. Poco a poco, la vergüenza que la había invadido empezó a desvanecerse. Incluso, algo dentro de ella se alegraba de que su torpeza hubiera causado esa reacción. Ocultó su rostro tras las manos, intentando esconder una sonrisa que se escapaba sin permiso. Finalmente, dejó de esconderse y, mostrando una expresión amable, hizo un gesto de paz con los dedos mientras inclinaba la cabeza y decía - Recluta Kullona D. Zirko-chan, a sus servicios.
Normalmente, habría extendido la mano como parte de una broma típica suya, pero al estar arrodillada y sentir el peso de la situación, aquello se le escapó por completo. “Bueno, será para otra ocasión”, pensó, tratando de quitarle importancia.
Mientras tanto, unos pajaritos habían llegado a sus manos y jugaban tranquilamente con sus dedos, lo cual capturó toda su atención. Por eso, cuando un hombre alado descendió con una entrada majestuosa, Zirko apenas lo notó, se puso a verlos y a tratar de no espantarlos, tanta era su distracción que parecía estar en otro mundo. No fue hasta que él hombre alado se presentó que algo cambió en Zirko, casi como si un balde de agua fría le hubiese caído por la espalda, un balde monumentalmente grande - Sargento Herald, Sirius Herald. Es un placer... y encantado de conocerte, Giganta Zirko.
Las palabras resonaron en su cabeza como un trueno. Sintió un sobresalto en el pecho, como si su corazón fuera a salir disparado. En un movimiento casi automático, Zirko saltó de su posición, cuadrándose junto al árbol. Su postura era impecable, completamente recta, una mano sobre la sien en señal de saludo y la otra tras su espalda empuñada - ¡SARGENTO, SÍ SEÑOR! ¡EL PLACER ES TODO MÍO! - gritó con una energía desbordante. Después del saludo, relajó los brazos, cruzándolos tras su espalda. Se quedó firme como un centinela, sin moverse un centímetro, aunque por dentro sentía cierta inquietud. Desde su posición, a 37 metros de altura, no podía ver ni escuchar claramente lo que ocurría abajo. Intentó mirar de reojo, pero no logró mucho. “dah... ¿Por qué todo el mundo es tan chiquito?”, pensó mientras suspiraba internamente.
Zirko escuchó que se referían a ella y algo sobre empanadas, pero la distancia y el bullicio le impidieron entender bien. Con tono formal, respondió - ¡No puedo oír nada desde aquí arriba, señor, sí señor! - Luego añadió, algo más protocolar - ¡Permiso para acercar mi zona superior, señor!
Esperó alguna respuesta, pero no podía escuchar nada desde ahí. Viendo que los demás se acomodaban en sus puestos, Zirko decidió actuar. Con pasos cuidadosos, rodeó la mesa dando pequeños saltitos en puntas de pie, como si intentara no interrumpir. Una vez a una distancia prudente, se inclinó hacia adelante. Colocó sus manos en el suelo para mantener el equilibrio y descendió su torso, mientras sus piernas seguían firmes en el suelo. Ahora parecía una especie de puente gigante.
Apoyó uno de sus brazos en el suelo para estabilizarse y usó el otro como si fuera una pequeña personita. Con esa mano, se movió con agilidad hacia una silla cercana, la tomó, la movió con cuidado y luego se sentó en ella de piernas cruzadas. Desde ahí, empezó a analizar la situación, intentando no interrumpir a nadie.
Zirko miró al Sargento Herald y decidió no sentarse demasiado cerca de él por respeto. Sin embargo, al notar a otro hombre en la mesa, su curiosidad aumentó. Su mano, actuando como un ser independiente, se giró hacia el extraño, examinándolo detenidamente. Tras unos segundos, la manita dio un pequeño salto, llevándose un dedo “al pecho” en señal de susto. Luego, se enderezó y tembló ligeramente, como si estuviera llena de pánico.
Mientras tanto, Zirko parecía completamente indiferente al teatro de su mano, preocupada más en coordinar los movimientos para que todo se viera perfecto.
Cuando el anciano terminó de hablar, la mano de Zirko hizo una reverencia elegante. Fue entonces cuando, usando un tono solemne, declaró - ¡Señor, sí señor! Antes de formar parte de esta brigada, quisiera pedir perdón al instructor-dono.
Hizo una pausa dramática, bajando ligeramente la "cabeza" de la mano antes de continuar - El otro día perdí los estribos y, entre llantos, arrojé montones de piedras hacia su persona. No sé si le causé algún daño, pero me dejé llevar por mis emociones tras su golpe.
La mano volvió a inclinarse en una reverencia profunda, mientras Zirko permanecía impasible, aunque por dentro temía que el instructor volviera a ser duro con ella. Ella no era capaz de llamar al instructor como "instructor-san" o "instructor-sama" pues, para ella, el era un instructor malvado... además, le apenaba decirlo en voz alta, pero Zirko hasta el momento no conocia el nombre de nadie en el lugar, excepto por el Sargento Herald, quien fue muy amable al presentarse de entrada.
Normalmente, habría extendido la mano como parte de una broma típica suya, pero al estar arrodillada y sentir el peso de la situación, aquello se le escapó por completo. “Bueno, será para otra ocasión”, pensó, tratando de quitarle importancia.
Mientras tanto, unos pajaritos habían llegado a sus manos y jugaban tranquilamente con sus dedos, lo cual capturó toda su atención. Por eso, cuando un hombre alado descendió con una entrada majestuosa, Zirko apenas lo notó, se puso a verlos y a tratar de no espantarlos, tanta era su distracción que parecía estar en otro mundo. No fue hasta que él hombre alado se presentó que algo cambió en Zirko, casi como si un balde de agua fría le hubiese caído por la espalda, un balde monumentalmente grande - Sargento Herald, Sirius Herald. Es un placer... y encantado de conocerte, Giganta Zirko.
Las palabras resonaron en su cabeza como un trueno. Sintió un sobresalto en el pecho, como si su corazón fuera a salir disparado. En un movimiento casi automático, Zirko saltó de su posición, cuadrándose junto al árbol. Su postura era impecable, completamente recta, una mano sobre la sien en señal de saludo y la otra tras su espalda empuñada - ¡SARGENTO, SÍ SEÑOR! ¡EL PLACER ES TODO MÍO! - gritó con una energía desbordante. Después del saludo, relajó los brazos, cruzándolos tras su espalda. Se quedó firme como un centinela, sin moverse un centímetro, aunque por dentro sentía cierta inquietud. Desde su posición, a 37 metros de altura, no podía ver ni escuchar claramente lo que ocurría abajo. Intentó mirar de reojo, pero no logró mucho. “dah... ¿Por qué todo el mundo es tan chiquito?”, pensó mientras suspiraba internamente.
Zirko escuchó que se referían a ella y algo sobre empanadas, pero la distancia y el bullicio le impidieron entender bien. Con tono formal, respondió - ¡No puedo oír nada desde aquí arriba, señor, sí señor! - Luego añadió, algo más protocolar - ¡Permiso para acercar mi zona superior, señor!
Esperó alguna respuesta, pero no podía escuchar nada desde ahí. Viendo que los demás se acomodaban en sus puestos, Zirko decidió actuar. Con pasos cuidadosos, rodeó la mesa dando pequeños saltitos en puntas de pie, como si intentara no interrumpir. Una vez a una distancia prudente, se inclinó hacia adelante. Colocó sus manos en el suelo para mantener el equilibrio y descendió su torso, mientras sus piernas seguían firmes en el suelo. Ahora parecía una especie de puente gigante.
Apoyó uno de sus brazos en el suelo para estabilizarse y usó el otro como si fuera una pequeña personita. Con esa mano, se movió con agilidad hacia una silla cercana, la tomó, la movió con cuidado y luego se sentó en ella de piernas cruzadas. Desde ahí, empezó a analizar la situación, intentando no interrumpir a nadie.
Zirko miró al Sargento Herald y decidió no sentarse demasiado cerca de él por respeto. Sin embargo, al notar a otro hombre en la mesa, su curiosidad aumentó. Su mano, actuando como un ser independiente, se giró hacia el extraño, examinándolo detenidamente. Tras unos segundos, la manita dio un pequeño salto, llevándose un dedo “al pecho” en señal de susto. Luego, se enderezó y tembló ligeramente, como si estuviera llena de pánico.
Mientras tanto, Zirko parecía completamente indiferente al teatro de su mano, preocupada más en coordinar los movimientos para que todo se viera perfecto.
Cuando el anciano terminó de hablar, la mano de Zirko hizo una reverencia elegante. Fue entonces cuando, usando un tono solemne, declaró - ¡Señor, sí señor! Antes de formar parte de esta brigada, quisiera pedir perdón al instructor-dono.
Hizo una pausa dramática, bajando ligeramente la "cabeza" de la mano antes de continuar - El otro día perdí los estribos y, entre llantos, arrojé montones de piedras hacia su persona. No sé si le causé algún daño, pero me dejé llevar por mis emociones tras su golpe.
La mano volvió a inclinarse en una reverencia profunda, mientras Zirko permanecía impasible, aunque por dentro temía que el instructor volviera a ser duro con ella. Ella no era capaz de llamar al instructor como "instructor-san" o "instructor-sama" pues, para ella, el era un instructor malvado... además, le apenaba decirlo en voz alta, pero Zirko hasta el momento no conocia el nombre de nadie en el lugar, excepto por el Sargento Herald, quien fue muy amable al presentarse de entrada.