Irina Volkov
Witch Eye
10-12-2024, 09:12 AM
La atmósfera del "Trago del Marinero" se tornó densa como la niebla exterior en cuanto Dan cruzó la puerta. Su presencia parecía haber roto el caótico flujo habitual del lugar, congelando las risas ebrias y los murmullos nerviosos en un silencio expectante. La taberna entera, un microcosmos de borrachos, matones y perdedores, quedó atrapada en la pausa antes de una tormenta. Todos sabían que algo iba a suceder, lo sentían en el aire, cargado de tensión y olor a ron derramado. Un hombre grande y barbudo, claramente acostumbrado a imponer respeto a través del volumen de su voz y el tamaño de sus músculos, fue el primero en reaccionar. Desde su mesa al fondo, se levantó tambaleándose, con una sonrisa torcida que revelaba dientes manchados de tabaco. —¿Qué está pasando aquí? —Repitió en tono burlón, imitando las palabras que Dan había soltado al entrar. La carcajada que siguió a su burla fue un intento de reafirmar su dominio, un intento que, sin embargo, no logró contagiar a todos los presentes. Algunos rieron por inercia, otros se mantuvieron en silencio, y unos cuantos observaron la escena con miradas calculadoras, midiendo las posibilidades de que aquello terminara en sangre. El hombre avanzó hacia Dan, tambaleándose lo justo para evidenciar que llevaba unas cuantas copas de más, pero aún con esa confianza torpe y agresiva de quien está acostumbrado a que nadie le lleve la contraria. A cada paso, su voz resonaba más fuerte. —Pues mira, pajarito, aquí no pasa nada que no queramos que pase. Y tú... —Se detuvo frente a ella, lo suficientemente cerca como para invadir su espacio personal, con el ron impregnando cada palabra que salía de su boca—, tú no pareces la que manda en este lugar.
El silencio se hizo más pesado. Algunos comenzaron a girar sus sillas para mirar mejor, mientras otros, más prudentes, se inclinaban hacia las sombras, atentos pero sin intervenir. El tabernero dejó de limpiar un vaso con su trapo sucio, observando con el ceño fruncido desde detrás de la barra. No parecía dispuesto a interferir, pero tampoco ignoraba el potencial peligro. El hombre barbudo levantó una mano, como si fuera a subrayar sus palabras con un gesto de dominio, pero algo lo detuvo. Tal vez fue la mirada que recibió, directa y firme, como si Dan no viera un gigante, sino una molestia pasajera. No se escuchó respuesta por su parte, pero la falta de retroceso, ese pequeño acto de desafío implícito, pareció ser suficiente para que el ambiente se electrificara. Un par de hombres en la mesa más cercana empezaron a murmurar entre ellos, apostando discretamente sobre cuánto tardaría el barbudo en perder los estribos. Antes de que el hombre pudiera reaccionar del todo, alguien más decidió añadir leña al fuego. Un joven borracho, con más ron que juicio en las venas, golpeó su mesa con ambas manos y se levantó tambaleándose. —¡Venga ya! —Exclamó, mirando hacia Dan con los ojos desenfocados y un tono exagerado.— ¿Quién demonios se cree que es esta? ¡Esto es una taberna, no un desfile de marineros!
La risa de algunos llenó el vacío, aunque era más tensa que auténtica. Otros se limitaron a mirar, sin saber si reír sería una idea prudente. El barbudo, con el rostro ahora rojo de ira, parecía decidir si centrar su atención en Dan o en el joven borracho que acababa de abrir la boca. Desde una esquina oscura, un hombre delgado con una capa deshilachada observaba con interés creciente. En sus manos giraba un vaso de ron, mientras una sonrisa vaga se dibujaba en sus labios. Era evidente que estaba evaluando no solo a Dan, sino a toda la situación. Otros, como el tabernero, optaban por mantenerse fuera del alcance de lo que claramente estaba a punto de explotar. Mientras tanto, en un rincón cercano, el desafinado violinista intentó reanudar su interpretación, pero sus dedos temblorosos no lograron arrancar más que un par de notas antes de detenerse nuevamente. La taberna entera parecía contener la respiración. Los jugadores de dados retomaron su partida a medias, aunque lanzaban miradas rápidas hacia el centro de la escena, como si estuvieran listos para apartarse si las cosas se torcían.En medio de todo, Dan permanecía impasible, su postura relajada pero sólida. Era imposible saber qué pasaba por su mente, pero su mera presencia había alterado el orden natural del "Trago del Marinero". Algunos parecían tomarlo como un desafío, otros como una advertencia, pero ninguno podía ignorarla.
El barbudo frunció el ceño, su mano aún a medio alzar, mientras los murmullos crecían de nuevo. La tensión seguía acumulándose, como una tormenta que espera una chispa para desatarse. Nadie sabía qué sucedería a continuación, pero todos sentían que, fuera lo que fuera, no sería algo pequeño. En lugares como este, la violencia era la moneda corriente, y bastaba una palabra mal colocada para que todo estallara.
La taberna esperaba, y mientras tanto, la noche en Loguetown seguía extendiendo su manto de incertidumbre.
El silencio se hizo más pesado. Algunos comenzaron a girar sus sillas para mirar mejor, mientras otros, más prudentes, se inclinaban hacia las sombras, atentos pero sin intervenir. El tabernero dejó de limpiar un vaso con su trapo sucio, observando con el ceño fruncido desde detrás de la barra. No parecía dispuesto a interferir, pero tampoco ignoraba el potencial peligro. El hombre barbudo levantó una mano, como si fuera a subrayar sus palabras con un gesto de dominio, pero algo lo detuvo. Tal vez fue la mirada que recibió, directa y firme, como si Dan no viera un gigante, sino una molestia pasajera. No se escuchó respuesta por su parte, pero la falta de retroceso, ese pequeño acto de desafío implícito, pareció ser suficiente para que el ambiente se electrificara. Un par de hombres en la mesa más cercana empezaron a murmurar entre ellos, apostando discretamente sobre cuánto tardaría el barbudo en perder los estribos. Antes de que el hombre pudiera reaccionar del todo, alguien más decidió añadir leña al fuego. Un joven borracho, con más ron que juicio en las venas, golpeó su mesa con ambas manos y se levantó tambaleándose. —¡Venga ya! —Exclamó, mirando hacia Dan con los ojos desenfocados y un tono exagerado.— ¿Quién demonios se cree que es esta? ¡Esto es una taberna, no un desfile de marineros!
La risa de algunos llenó el vacío, aunque era más tensa que auténtica. Otros se limitaron a mirar, sin saber si reír sería una idea prudente. El barbudo, con el rostro ahora rojo de ira, parecía decidir si centrar su atención en Dan o en el joven borracho que acababa de abrir la boca. Desde una esquina oscura, un hombre delgado con una capa deshilachada observaba con interés creciente. En sus manos giraba un vaso de ron, mientras una sonrisa vaga se dibujaba en sus labios. Era evidente que estaba evaluando no solo a Dan, sino a toda la situación. Otros, como el tabernero, optaban por mantenerse fuera del alcance de lo que claramente estaba a punto de explotar. Mientras tanto, en un rincón cercano, el desafinado violinista intentó reanudar su interpretación, pero sus dedos temblorosos no lograron arrancar más que un par de notas antes de detenerse nuevamente. La taberna entera parecía contener la respiración. Los jugadores de dados retomaron su partida a medias, aunque lanzaban miradas rápidas hacia el centro de la escena, como si estuvieran listos para apartarse si las cosas se torcían.En medio de todo, Dan permanecía impasible, su postura relajada pero sólida. Era imposible saber qué pasaba por su mente, pero su mera presencia había alterado el orden natural del "Trago del Marinero". Algunos parecían tomarlo como un desafío, otros como una advertencia, pero ninguno podía ignorarla.
El barbudo frunció el ceño, su mano aún a medio alzar, mientras los murmullos crecían de nuevo. La tensión seguía acumulándose, como una tormenta que espera una chispa para desatarse. Nadie sabía qué sucedería a continuación, pero todos sentían que, fuera lo que fuera, no sería algo pequeño. En lugares como este, la violencia era la moneda corriente, y bastaba una palabra mal colocada para que todo estallara.
La taberna esperaba, y mientras tanto, la noche en Loguetown seguía extendiendo su manto de incertidumbre.