Irina Volkov
Witch Eye
11-12-2024, 08:43 AM
La tensión que impregnaba el "Trago del Marinero" no hacía más que intensificarse. La escena que se desarrollaba ante los ojos de los presentes era tan fascinante como alarmante, y el ambiente parecía contener el aliento colectivo de la taberna. El barbudo, que hasta hacía poco se había mostrado como el dominante natural de ese entorno, ahora retrocedía, no físicamente, pero sí en su compostura, claramente intentando procesar la humillación pública a la que lo había sometido esa joven marine. Su rostro oscilaba entre la furia y el desconcierto, con las venas de su cuello palpitando como si fueran a estallar. La taberna entera estaba expectante. No había risas, apenas murmullos entre los que tenían más experiencia con este tipo de confrontaciones. Nadie se atrevía a intervenir, pero todos sabían que estaban presenciando algo inusual. Era como si el equilibrio de poder del lugar se hubiera puesto patas arriba, y nadie sabía aún cómo manejarlo.
En el fondo de la taberna, el violinista volvió a intentar tocar algo, un par de notas tímidas y titubeantes que murieron rápidamente. El ambiente no dejaba espacio para la música. Mientras tanto, la figura encapuchada junto a la barra inclinó la cabeza hacia un lado, revelando una pequeña sonrisa burlona que apenas asomaba por debajo de la capucha. No parecía asustada, más bien, divertida, como si observara un espectáculo cuyo desenlace ya conociera. Al otro lado de la sala, el joven borracho, que había abierto la boca en el peor momento posible, tambaleaba entre la confusión y la resaca, claramente sin comprender del todo lo que acababa de suceder. Algunos de sus amigos intentaron tirar de su camisa, intentando convencerlo de que se sentara y dejara de llamar la atención. Pero él, con la terquedad típica de quienes han bebido demasiado, se soltó y dio un paso al frente, tratando de mantener el equilibrio. —¡Yo... yo no le tengo miedo a nadie! —Balbuceó, su voz cargada de más inseguridad que valentía. El comentario fue recibido con miradas de incredulidad y silenciosas maldiciones por parte de los demás. Nadie quería verse involucrado en lo que estaba por venir, pero tampoco podían apartar la vista. Era como ver a un cordero caminando voluntariamente hacia la boca del lobo.
En la barra, el tabernero soltó un suspiro profundo y tomó otro vaso para limpiarlo, un gesto automático que delataba su resignación. Sabía que lo mejor que podía hacer era mantenerse fuera del camino y esperar que el daño a su local no fuera demasiado grave. Sus ojos, sin embargo, seguían atentos a cada movimiento, preparado para intervenir solo si las cosas se salían completamente de control. Mientras tanto, algunos en la sala comenzaron a moverse de manera casi imperceptible, cambiando sus posiciones para tener una mejor vista de lo que ocurriría a continuación. Unos pocos incluso se inclinaron hacia adelante en sus sillas, como si no quisieran perderse ni un segundo de la acción. Había algo en el aura de la marine que mantenía a todos en vilo, una mezcla de autoridad y peligro que les impedía apartar la mirada. El ambiente entero estaba cargado, como una tormenta a punto de desatarse. Cada movimiento, cada palabra, parecía un potencial detonante. Y mientras los murmullos volvían a surgir, tímidos y tensos, el "Trago del Marinero" seguía siendo el escenario de un espectáculo que nadie, ni siquiera los más curtidos entre los presentes, sabía cómo terminaría.
El grandullón al que has ajusticiado verbalmente, retrocede dos pasos. Tiene toda la cara sudada, luchando interiormente por qué decisión tomar.
En el fondo de la taberna, el violinista volvió a intentar tocar algo, un par de notas tímidas y titubeantes que murieron rápidamente. El ambiente no dejaba espacio para la música. Mientras tanto, la figura encapuchada junto a la barra inclinó la cabeza hacia un lado, revelando una pequeña sonrisa burlona que apenas asomaba por debajo de la capucha. No parecía asustada, más bien, divertida, como si observara un espectáculo cuyo desenlace ya conociera. Al otro lado de la sala, el joven borracho, que había abierto la boca en el peor momento posible, tambaleaba entre la confusión y la resaca, claramente sin comprender del todo lo que acababa de suceder. Algunos de sus amigos intentaron tirar de su camisa, intentando convencerlo de que se sentara y dejara de llamar la atención. Pero él, con la terquedad típica de quienes han bebido demasiado, se soltó y dio un paso al frente, tratando de mantener el equilibrio. —¡Yo... yo no le tengo miedo a nadie! —Balbuceó, su voz cargada de más inseguridad que valentía. El comentario fue recibido con miradas de incredulidad y silenciosas maldiciones por parte de los demás. Nadie quería verse involucrado en lo que estaba por venir, pero tampoco podían apartar la vista. Era como ver a un cordero caminando voluntariamente hacia la boca del lobo.
En la barra, el tabernero soltó un suspiro profundo y tomó otro vaso para limpiarlo, un gesto automático que delataba su resignación. Sabía que lo mejor que podía hacer era mantenerse fuera del camino y esperar que el daño a su local no fuera demasiado grave. Sus ojos, sin embargo, seguían atentos a cada movimiento, preparado para intervenir solo si las cosas se salían completamente de control. Mientras tanto, algunos en la sala comenzaron a moverse de manera casi imperceptible, cambiando sus posiciones para tener una mejor vista de lo que ocurriría a continuación. Unos pocos incluso se inclinaron hacia adelante en sus sillas, como si no quisieran perderse ni un segundo de la acción. Había algo en el aura de la marine que mantenía a todos en vilo, una mezcla de autoridad y peligro que les impedía apartar la mirada. El ambiente entero estaba cargado, como una tormenta a punto de desatarse. Cada movimiento, cada palabra, parecía un potencial detonante. Y mientras los murmullos volvían a surgir, tímidos y tensos, el "Trago del Marinero" seguía siendo el escenario de un espectáculo que nadie, ni siquiera los más curtidos entre los presentes, sabía cómo terminaría.
El grandullón al que has ajusticiado verbalmente, retrocede dos pasos. Tiene toda la cara sudada, luchando interiormente por qué decisión tomar.