
Raiga Gin Ebra
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13-12-2024, 11:48 AM
El grupo con el que has estado conversando finalmente decide que es hora de marcharse. Entre risas y frases atropelladas, uno de ellos recoge el cuenco con las extrañas cortezas y, sin mucho preámbulo, vuelca unas cinco en una bolsa transparente que saca de un bolsillo. Te la tiende con un gesto casual, como si no fuera más que una formalidad.
—Aquí tienes, amigo. Las llamamos MataEstómagos —dice el barbudo con una sonrisa burlona—. No tienen nombre oficial, pero uno de los nuestros las probó hace unos días, acabó en el hospital y decidió bautizarlas así. Tú ve con cuidado, ¿eh?
—Aunque igual te hacen falta más que a nosotros en el camino al dojo —añade el joven con la camiseta rota, entre risas—. Suerte, porque… bueno, digamos que no todo el mundo llega allí con vida.
Su tono es despreocupado, casi como si no esperaran volver a verte. Y puedes ver que seguramente el alcohol ya les ha afectado bastante, porque se vuelven a repetir con el tema de que no muchos llegan a su destino. Se despiden con palmadas en la mesa y un par de inclinaciones de cabeza rápidas, sin mucho entusiasmo, como quien despide a un conocido en un día cualquiera.
Al acercarte a la barra para pagar tus consumiciones, notas que hay un par de notas garabateadas sobre la madera allí donde habían estado esos dos tipos ricachones. Igual hasta ha sido buena idea no acertarte a preguntarles, fíjate. Aunque parecen estar allí por casualidad, algo en su disposición llama tu atención. Una de ellas tiene un dibujo rudimentario de lo que parece un animal con cuernos, aunque si te acercas más, verás que son unos simples cuernos. Una especie de logo, o dibujo sin más. El propio garabato está acompañado de palabras escritas apresuradamente. Pero son dos notas un poco confusas. Como un mensaje encriptado... No sé, sinceramente parece una invitación a algo, pero tendrás que saber a qué, si es que quieres.
De todos modos, creo que no tienes mucho tiempo de inspeccionarlas en detalle, o de lo contrario no llegarás al dojo a primera hora. Al entregar el dinero al tabernero, quien apenas te dedica un gruñido de reconocimiento, ya eres totalmente libre para ir hacia tu nuevo destino.
De nuevo en el camino, la noche parece haber avanzado más rápido de lo que esperabas. La luna llena ilumina el sendero con una luz pálida y fantasmal, suficiente para distinguir los contornos generales, pero no tanto como para evitar que el entorno se sienta amenazador. Alguna que otra antorcha, colocada en vallas de madera junto al camino, aporta un resplandor débil y cálido, aunque su luz intermitente apenas alivia la penumbra, y la enorme distancia entre unas y otras, hacen del sendero un lugar en el que tropezarte con algo es una tarea sencilla.
La quietud de la noche es casi total, rota solo por el crujir ocasional de ramas bajo tus pies y los sonidos lejanos de la fauna nocturna. Sigues avanzando hasta que el sendero se bifurca alrededor de un árbol enorme, cuyas raíces parecen extenderse como tentáculos que invaden el camino. Ambas rutas parecen llevar al mismo destino: la cumbre de la montaña donde se encuentra el dojo, cuya silueta apenas logras distinguir bajo la luz de la luna. Sin embargo, hay diferencias notables entre los dos senderos.
El de la derecha está mejor iluminado, con antorchas espaciadas de manera irregular pero suficiente para ofrecer una visibilidad decente. Parece más cuidado, con menos raíces sobresaliendo y un terreno menos accidentado. Por el contrario, el camino de la izquierda es más oscuro, apenas iluminado por la luz lunar, pero lo que realmente llama tu atención son las huellas que lo marcan. Pisadas profundas y recientes sugieren que este es el sendero más usado, aunque también parece más estrecho y cubierto de vegetación. Y lo mejor de todo es que parecen pisadas humanas.
Creo que llega el momento de evaluar de nuevo las opciones. La ruta de la derecha parece la elección más obvia para alguien que quiera evitar problemas, pero hay algo en las pisadas del sendero de la izquierda que seguramente te intrigue. Quizá sea la señal de que es el camino habitual de los que buscan el dojo, o tal vez simplemente un sendero más cómodo para quienes conocen bien la zona.
La brisa nocturna acaricia tu rostro mientras reflexionas. El silencio alrededor parece acentuarse, como si incluso la naturaleza estuviera esperando tu decisión. La montaña, majestuosa e imponente, parece observarte desde lo alto, un recordatorio constante de lo que te espera si logras llegar al dojo. No puedes evitar pensar en las palabras del grupo de la taberna: los toros, los peligros del camino, y las expectativas de que alguien como tú no sobreviva a la subida.
Con la bolsa de MataEstómagos bien guardada, echas una última mirada al cielo estrellado antes de continuar. Tu destino está claro, aunque el camino que elijas te obligará a enfrentarte a las primeras pruebas que esta montaña tiene para ofrecer.
—Aquí tienes, amigo. Las llamamos MataEstómagos —dice el barbudo con una sonrisa burlona—. No tienen nombre oficial, pero uno de los nuestros las probó hace unos días, acabó en el hospital y decidió bautizarlas así. Tú ve con cuidado, ¿eh?
—Aunque igual te hacen falta más que a nosotros en el camino al dojo —añade el joven con la camiseta rota, entre risas—. Suerte, porque… bueno, digamos que no todo el mundo llega allí con vida.
Su tono es despreocupado, casi como si no esperaran volver a verte. Y puedes ver que seguramente el alcohol ya les ha afectado bastante, porque se vuelven a repetir con el tema de que no muchos llegan a su destino. Se despiden con palmadas en la mesa y un par de inclinaciones de cabeza rápidas, sin mucho entusiasmo, como quien despide a un conocido en un día cualquiera.
Al acercarte a la barra para pagar tus consumiciones, notas que hay un par de notas garabateadas sobre la madera allí donde habían estado esos dos tipos ricachones. Igual hasta ha sido buena idea no acertarte a preguntarles, fíjate. Aunque parecen estar allí por casualidad, algo en su disposición llama tu atención. Una de ellas tiene un dibujo rudimentario de lo que parece un animal con cuernos, aunque si te acercas más, verás que son unos simples cuernos. Una especie de logo, o dibujo sin más. El propio garabato está acompañado de palabras escritas apresuradamente. Pero son dos notas un poco confusas. Como un mensaje encriptado... No sé, sinceramente parece una invitación a algo, pero tendrás que saber a qué, si es que quieres.
De todos modos, creo que no tienes mucho tiempo de inspeccionarlas en detalle, o de lo contrario no llegarás al dojo a primera hora. Al entregar el dinero al tabernero, quien apenas te dedica un gruñido de reconocimiento, ya eres totalmente libre para ir hacia tu nuevo destino.
De nuevo en el camino, la noche parece haber avanzado más rápido de lo que esperabas. La luna llena ilumina el sendero con una luz pálida y fantasmal, suficiente para distinguir los contornos generales, pero no tanto como para evitar que el entorno se sienta amenazador. Alguna que otra antorcha, colocada en vallas de madera junto al camino, aporta un resplandor débil y cálido, aunque su luz intermitente apenas alivia la penumbra, y la enorme distancia entre unas y otras, hacen del sendero un lugar en el que tropezarte con algo es una tarea sencilla.
La quietud de la noche es casi total, rota solo por el crujir ocasional de ramas bajo tus pies y los sonidos lejanos de la fauna nocturna. Sigues avanzando hasta que el sendero se bifurca alrededor de un árbol enorme, cuyas raíces parecen extenderse como tentáculos que invaden el camino. Ambas rutas parecen llevar al mismo destino: la cumbre de la montaña donde se encuentra el dojo, cuya silueta apenas logras distinguir bajo la luz de la luna. Sin embargo, hay diferencias notables entre los dos senderos.
El de la derecha está mejor iluminado, con antorchas espaciadas de manera irregular pero suficiente para ofrecer una visibilidad decente. Parece más cuidado, con menos raíces sobresaliendo y un terreno menos accidentado. Por el contrario, el camino de la izquierda es más oscuro, apenas iluminado por la luz lunar, pero lo que realmente llama tu atención son las huellas que lo marcan. Pisadas profundas y recientes sugieren que este es el sendero más usado, aunque también parece más estrecho y cubierto de vegetación. Y lo mejor de todo es que parecen pisadas humanas.
Creo que llega el momento de evaluar de nuevo las opciones. La ruta de la derecha parece la elección más obvia para alguien que quiera evitar problemas, pero hay algo en las pisadas del sendero de la izquierda que seguramente te intrigue. Quizá sea la señal de que es el camino habitual de los que buscan el dojo, o tal vez simplemente un sendero más cómodo para quienes conocen bien la zona.
La brisa nocturna acaricia tu rostro mientras reflexionas. El silencio alrededor parece acentuarse, como si incluso la naturaleza estuviera esperando tu decisión. La montaña, majestuosa e imponente, parece observarte desde lo alto, un recordatorio constante de lo que te espera si logras llegar al dojo. No puedes evitar pensar en las palabras del grupo de la taberna: los toros, los peligros del camino, y las expectativas de que alguien como tú no sobreviva a la subida.
Con la bolsa de MataEstómagos bien guardada, echas una última mirada al cielo estrellado antes de continuar. Tu destino está claro, aunque el camino que elijas te obligará a enfrentarte a las primeras pruebas que esta montaña tiene para ofrecer.