Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
07-08-2024, 10:37 AM
Durante los primeros segundos tras cruzar el umbral de la puerta no vio nada que no hubiera esperado encontrarse antes de llegar. Una gran cantidad de hombres y mujeres se encontraban esparcidos a lo largo de la sala, muchos de ellos sentados con bebidas y comida sin ser partícipes activos de la escena. Sin embargo, un numeroso grupo de entre los clientes había decidido que una buena conversación con picoteo y algo de alcohol no era estímulo suficiente como para estar a gusto, de modo que parecían haberse visto en la necesidad de unirse a la trifulca que —estaba segura— no habían iniciado ellos. Había rostros magullados aquí y allá, algunos con hilos de sangre descendiendo desde sus labios y cejas partidos. Otros parecían demasiado desorientados como para levantarse del suelo, posiblemente tras haber recibido algún mal golpe en la cabeza. Camille suspiró con pesadez, negando despacio ante la escena. Nada nuevo bajo el sol de Loguetown.
Pese a la esperpéntica situación, la atención de la recluta no tardó en posarse sobre la figura más voluminosa de todas, guiada en parte por los brazos acusatorios de los presentes, pero también por lo difícil que era ignorar su presencia. «Wow», fue lo primero y único que pudo pensar al fijarse en aquella mole de músculos. Enmudeció por un momento, más por la sorpresa que porque sintiera algún tipo de temor. Esa persona claramente no era humana, aunque a Camille le costó unos segundos entender que se encontraba frente a un gyojin. Nadie podría culparla por ello: había escuchado historias y rumores sobre la raza de los hombres-pez, pero incluso en una ciudad como Loguetown resultaba raro ver a uno de ellos deambulando por allí. Pensándolo bien, quizá lo raro era que estuviera en el East Blue y no en la Grand Line. Su mirada se tornó cargada de curiosidad, aunque se contuvo dada la situación.
Como no podía ser de otro modo, porque estaba claro que no iban a ponerle las cosas fáciles, el gyojin con rasgos de tiburón era partícipe de todo el jaleo y estropicio que se había montado en el Trago del Marinero, aunque algo le decía que estaba lejos de ser el culpable. O quizá tenía toda la culpa, pero tendía a sentir empatía hacia aquellos diferentes al resto.
—Yo apartaría los dientes de ahí —le advirtió al ver cómo acercaba las fauces al cuello del paisano. Independientemente del motivo, tampoco pensaba permitir que una estúpida pelea fuera a mayores.
Echó otro vistazo por la sala mientras avanzaba unos pocos pasos más hacia el interior. No es que aquella taberna fuera el sitio con más caché de Loguetown, pero el estropicio que habían montado le saldría caro al dueño del lugar, de eso estaba segura. Hablando de él, el hombre que había atendido a nuestro amigo Octojin se aproximó hasta ella con paso calmado pero con una expresión de visible molestia.
—Siento que te hayan hecho venir, Camille —empezó a decir. Su voz sonaba rasgada y ronca, como la de alguien con años de experiencia en el arte de fumar tabaco—. Todo se ha ido de madre antes de que me diera tiempo a intervenir.
La morena negó con la cabeza, sonriéndole levemente.
—No te preocupes Hans, tampoco parecía que fuera a hacer nada relevante hoy —respondió, inclinando la cabeza para mirarle desde arriba—. ¿Puedes decirle a tus chicos que se lleven a los heridos a la base? Nos aseguraremos de que ninguno de estos idiotas se mate... y quizá una noche en el calabozo les haga aprender la lección —aunque no estaba muy convencida de esto último.
—Claro, ahora les digo que muevan el culo, pero... —La mirada de Hans se posó sobre el gyojin y Camille la siguió.
—Tranquilo, yo me ocupo.
Dio una palmada en el hombro al tabernero, lo suficientemente floja como para evitar dislocarle el hombro pero con la fuerza justa para que hiciera eco en la sala. Este dio algunas indicaciones y varios hombres y mujeres que formaban parte del personal empezaron a ayudar a los que se habían quedado tirados. Invitaron al resto de participantes de la pequeña reyerta a que les acompañasen fuera. La recluta empezó a caminar hacia el peculiar cliente.
A medida que se acercaba iba resultándole más y más evidente la diferencia de estatura que había entre los dos. Era la primera vez que se veía en la necesidad de echar la cabeza hacia atrás para mirar a alguien a los ojos. El gyojin era una mole de músculos con un tono de piel extremadamente pálido que hasta parecía aportar a su ya de por sí intimidante aspecto. Camille estaba lejos de sentir temor, no se amedrentaba tan fácilmente, pero debía reconocer que el hombrecillo que le había estampado el taburete en el brazo tenía un par de huevos. Se plantó frente a él, mirándole desde abajo casi con cierto desafío, como si de aquella forma estuviera midiendo la distancia real que había entre los dos. No de altura, sino entre sus voluntades. Finalmente, tras unos segundos algo tensos, le sonrió.
—Supondré que llevas poco por aquí o de lo contrario nos habrían llegado rumores. ¿Tu primer día en Loguetown y ya te has metido en problemas? —empezó con un tono sosegado, como si lo ocurrido allí fuera lo más banal del mundo. Para ella lo era, al menos—. Siento las molestias, los que merodean por aquí no suelen ser los pollos más listos del gallinero. —Buscó algún taburete en las proximidades, a poder ser entero y que fuera lo suficientemente estable como para aguantar su peso. Lo colocó con calma junto a la barra y se sentó al lado del hombre-pez—. Sin embargo, igual arrancarle la yugular de un mordisco a uno de ellos no es la mejor forma de resolver los problemas.
Hizo un gesto con la mano, señalando el taburete que había junto al gyojin para indicarle que se sentase. En realidad le daba igual si se quedaba de pie o no. En todo momento se mantenía con los sentidos agudos por si su nuevo amigo estaba lo suficientemente cabreado o era tan estúpido como para intentar ponerle la mano encima a una marine. La oni echó un vistazo por la barra y vio los restos de lo que debió ser una contundente ración de comida en algún momento, ahora esparcida por el suelo y la superficie del mueble de madera.
—Si es por la comida, Hans probablemente te la habría repuesto cuando se calmase la situación. Se que igual para ti es difícil grandullón, pero a veces mantener un perfil bajo es la mejor opción. Los que somos diferentes ya llamamos suficiente la atención, ¿no te parece?
No sabía si su dudoso don de la palabra iba a servir para apaciguar la visible furia del gyojin, pero al menos esperaba que sirviera para que la situación no escalase más. En cualquier caso, tampoco veía ningún problema en la posibilidad de intercambiar unos buenos golpes con la mole acuática. Casi hasta sentía curiosidad por ver si era cierto que su gente tenía tanta fuerza como todo el mundo decía. Que a ver, salvo que se pinchase alguna sustancia que le inflase los músculos, como mínimo un puñetazo suyo debía doler un poquito.
—Recluta Camille, por cierto.
Pese a la esperpéntica situación, la atención de la recluta no tardó en posarse sobre la figura más voluminosa de todas, guiada en parte por los brazos acusatorios de los presentes, pero también por lo difícil que era ignorar su presencia. «Wow», fue lo primero y único que pudo pensar al fijarse en aquella mole de músculos. Enmudeció por un momento, más por la sorpresa que porque sintiera algún tipo de temor. Esa persona claramente no era humana, aunque a Camille le costó unos segundos entender que se encontraba frente a un gyojin. Nadie podría culparla por ello: había escuchado historias y rumores sobre la raza de los hombres-pez, pero incluso en una ciudad como Loguetown resultaba raro ver a uno de ellos deambulando por allí. Pensándolo bien, quizá lo raro era que estuviera en el East Blue y no en la Grand Line. Su mirada se tornó cargada de curiosidad, aunque se contuvo dada la situación.
Como no podía ser de otro modo, porque estaba claro que no iban a ponerle las cosas fáciles, el gyojin con rasgos de tiburón era partícipe de todo el jaleo y estropicio que se había montado en el Trago del Marinero, aunque algo le decía que estaba lejos de ser el culpable. O quizá tenía toda la culpa, pero tendía a sentir empatía hacia aquellos diferentes al resto.
—Yo apartaría los dientes de ahí —le advirtió al ver cómo acercaba las fauces al cuello del paisano. Independientemente del motivo, tampoco pensaba permitir que una estúpida pelea fuera a mayores.
Echó otro vistazo por la sala mientras avanzaba unos pocos pasos más hacia el interior. No es que aquella taberna fuera el sitio con más caché de Loguetown, pero el estropicio que habían montado le saldría caro al dueño del lugar, de eso estaba segura. Hablando de él, el hombre que había atendido a nuestro amigo Octojin se aproximó hasta ella con paso calmado pero con una expresión de visible molestia.
—Siento que te hayan hecho venir, Camille —empezó a decir. Su voz sonaba rasgada y ronca, como la de alguien con años de experiencia en el arte de fumar tabaco—. Todo se ha ido de madre antes de que me diera tiempo a intervenir.
La morena negó con la cabeza, sonriéndole levemente.
—No te preocupes Hans, tampoco parecía que fuera a hacer nada relevante hoy —respondió, inclinando la cabeza para mirarle desde arriba—. ¿Puedes decirle a tus chicos que se lleven a los heridos a la base? Nos aseguraremos de que ninguno de estos idiotas se mate... y quizá una noche en el calabozo les haga aprender la lección —aunque no estaba muy convencida de esto último.
—Claro, ahora les digo que muevan el culo, pero... —La mirada de Hans se posó sobre el gyojin y Camille la siguió.
—Tranquilo, yo me ocupo.
Dio una palmada en el hombro al tabernero, lo suficientemente floja como para evitar dislocarle el hombro pero con la fuerza justa para que hiciera eco en la sala. Este dio algunas indicaciones y varios hombres y mujeres que formaban parte del personal empezaron a ayudar a los que se habían quedado tirados. Invitaron al resto de participantes de la pequeña reyerta a que les acompañasen fuera. La recluta empezó a caminar hacia el peculiar cliente.
A medida que se acercaba iba resultándole más y más evidente la diferencia de estatura que había entre los dos. Era la primera vez que se veía en la necesidad de echar la cabeza hacia atrás para mirar a alguien a los ojos. El gyojin era una mole de músculos con un tono de piel extremadamente pálido que hasta parecía aportar a su ya de por sí intimidante aspecto. Camille estaba lejos de sentir temor, no se amedrentaba tan fácilmente, pero debía reconocer que el hombrecillo que le había estampado el taburete en el brazo tenía un par de huevos. Se plantó frente a él, mirándole desde abajo casi con cierto desafío, como si de aquella forma estuviera midiendo la distancia real que había entre los dos. No de altura, sino entre sus voluntades. Finalmente, tras unos segundos algo tensos, le sonrió.
—Supondré que llevas poco por aquí o de lo contrario nos habrían llegado rumores. ¿Tu primer día en Loguetown y ya te has metido en problemas? —empezó con un tono sosegado, como si lo ocurrido allí fuera lo más banal del mundo. Para ella lo era, al menos—. Siento las molestias, los que merodean por aquí no suelen ser los pollos más listos del gallinero. —Buscó algún taburete en las proximidades, a poder ser entero y que fuera lo suficientemente estable como para aguantar su peso. Lo colocó con calma junto a la barra y se sentó al lado del hombre-pez—. Sin embargo, igual arrancarle la yugular de un mordisco a uno de ellos no es la mejor forma de resolver los problemas.
Hizo un gesto con la mano, señalando el taburete que había junto al gyojin para indicarle que se sentase. En realidad le daba igual si se quedaba de pie o no. En todo momento se mantenía con los sentidos agudos por si su nuevo amigo estaba lo suficientemente cabreado o era tan estúpido como para intentar ponerle la mano encima a una marine. La oni echó un vistazo por la barra y vio los restos de lo que debió ser una contundente ración de comida en algún momento, ahora esparcida por el suelo y la superficie del mueble de madera.
—Si es por la comida, Hans probablemente te la habría repuesto cuando se calmase la situación. Se que igual para ti es difícil grandullón, pero a veces mantener un perfil bajo es la mejor opción. Los que somos diferentes ya llamamos suficiente la atención, ¿no te parece?
No sabía si su dudoso don de la palabra iba a servir para apaciguar la visible furia del gyojin, pero al menos esperaba que sirviera para que la situación no escalase más. En cualquier caso, tampoco veía ningún problema en la posibilidad de intercambiar unos buenos golpes con la mole acuática. Casi hasta sentía curiosidad por ver si era cierto que su gente tenía tanta fuerza como todo el mundo decía. Que a ver, salvo que se pinchase alguna sustancia que le inflase los músculos, como mínimo un puñetazo suyo debía doler un poquito.
—Recluta Camille, por cierto.