Pues sí, le había cruzado la cara con todas las de la ley. Ray había optado por ser algo más comedido para no meterse en más problemas de la cuenta, pero el del pelo verde no tenía ni un pelo en la lengua —justo al contrario de lo que sucedía con el oficial, según el soldado raso—. El bofetón retumbó en todo el comedor, provocando que todos los grupos cercanos enmudeciesen al instante y centrasen su atención en nosotros. El lugar donde la cara de Taka había sido golpeada relucía con un candente rojo. Mi mirada atravesó al sargento, pero un gesto del hombre del desierto frenó cualquier pensamiento que pudiese acudir a la cabeza de alguno de los dos.
El recién conocido parecía tener experiencia en situaciones como aquélla, porque se las había ingeniado para, sin dar un paso atrás en su actitud, dar la vuelta a la situación y convertir una falta de respeto a un superior —que seguía existiendo— en una agresión a un subordinado. Tal vez le pudiese caer una buena reprimenda, de hecho era probable, pero aquello había dejado de ser una simple... ¿insubordinación? Desconocía si esa era la palabra, porque realmente nadie había desobedecido una orden. De cualquier modo, una voz autoritaria irrumpió en la tensa conversación unos instantes después.
En cuanto reconocí los galones del nuevo invitado me levanté y adopté una pose marcial. Fue puro instinto y a decir verdad no tenía demasiado claro por qué lo había hecho. Bueno, tal vez fuera porque no quería asociar un defecto de forma o una falta de respeto a un superior al castigo que con toda seguridad se me aplicaría por no acudir al entrenamiento de aquel día. El teniente, pues así le reconocí en cuanto pude identificar sus insignias, me devolvió una mirada severa cargada de desaprobación:
—¿No hay bastantes problemas ya como para que os pongáis a hacer el imbécil en medio del comedor?
La mirada del mando pasaba de uno a otro, deteniéndose especialmente en las facciones del sargento, a quien parecía exigirle algún tipo de explicación detallada de lo que estaba sucediendo. El hombre pareció captar el mensaje tácito que se desprendía de la mirada de la última incorporación a nuestro tremendamente tenso grupo.
—Ha sido un malentendido, señor —comenzó a decir de forma atropellada—. Me había parecido ver una conducta poco apropiada por parte de estos reclutas, así que he venido a reprochárselo. Al parecer no había ocurrido tal cosa y, de manera poco afortunada, la contestación del soldado raso no ha sido la más apropiada. No me he podido contener, mis disculpas —concluyó en dirección al teniente.
No nos miraba, pero todo hacía ver que, sin dirigirse a nosotros, el sargento nos estaba proponiendo una suerte de empate o tablas. Si había habido un error por parte de ambos y las dos partes lo asumían, si ello implicaba no permitir que el problema fuese escalando hasta llegar a los superiores, tal vez todos nos ahorraríamos bastantes problemas. En mis oídos tendentes a la tranquilidad y la calma aquello sonaba como música celestial. No obstante, no sabía si mis compañeros serían más orgullosos y estarían dispuestos a comerse una sanción o a saber qué para que aquel tipo se llevase también su merecido.
El recién conocido parecía tener experiencia en situaciones como aquélla, porque se las había ingeniado para, sin dar un paso atrás en su actitud, dar la vuelta a la situación y convertir una falta de respeto a un superior —que seguía existiendo— en una agresión a un subordinado. Tal vez le pudiese caer una buena reprimenda, de hecho era probable, pero aquello había dejado de ser una simple... ¿insubordinación? Desconocía si esa era la palabra, porque realmente nadie había desobedecido una orden. De cualquier modo, una voz autoritaria irrumpió en la tensa conversación unos instantes después.
En cuanto reconocí los galones del nuevo invitado me levanté y adopté una pose marcial. Fue puro instinto y a decir verdad no tenía demasiado claro por qué lo había hecho. Bueno, tal vez fuera porque no quería asociar un defecto de forma o una falta de respeto a un superior al castigo que con toda seguridad se me aplicaría por no acudir al entrenamiento de aquel día. El teniente, pues así le reconocí en cuanto pude identificar sus insignias, me devolvió una mirada severa cargada de desaprobación:
—¿No hay bastantes problemas ya como para que os pongáis a hacer el imbécil en medio del comedor?
La mirada del mando pasaba de uno a otro, deteniéndose especialmente en las facciones del sargento, a quien parecía exigirle algún tipo de explicación detallada de lo que estaba sucediendo. El hombre pareció captar el mensaje tácito que se desprendía de la mirada de la última incorporación a nuestro tremendamente tenso grupo.
—Ha sido un malentendido, señor —comenzó a decir de forma atropellada—. Me había parecido ver una conducta poco apropiada por parte de estos reclutas, así que he venido a reprochárselo. Al parecer no había ocurrido tal cosa y, de manera poco afortunada, la contestación del soldado raso no ha sido la más apropiada. No me he podido contener, mis disculpas —concluyó en dirección al teniente.
No nos miraba, pero todo hacía ver que, sin dirigirse a nosotros, el sargento nos estaba proponiendo una suerte de empate o tablas. Si había habido un error por parte de ambos y las dos partes lo asumían, si ello implicaba no permitir que el problema fuese escalando hasta llegar a los superiores, tal vez todos nos ahorraríamos bastantes problemas. En mis oídos tendentes a la tranquilidad y la calma aquello sonaba como música celestial. No obstante, no sabía si mis compañeros serían más orgullosos y estarían dispuestos a comerse una sanción o a saber qué para que aquel tipo se llevase también su merecido.