Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Aventura] [T1 - Autonarrada] Ciudadano de un lugar llamado —Bajo— Mundo
Atlas
Nowhere | Fénix
Ciudadano de un lugar llamado —Bajo— Mundo.


Era la algarabía lo que me había llevado hasta allí. Había aprovechado aquel día, el primer día de permiso que me concedían desde mi llegada a Loguetown. Alguien que toda la vida se había movido entre un máximo de doscientas personas y diez calles se encontraba en una urbe como Loguetown, así que juzgué que pocos planes podrían ser más atractivos que conocer la que quizás sería mi casa durante algún tiempo. En consecuencia, me había perdido por las calles adoquinadas, entre edificios más altos que el molino de la vieja Tirilla  personas de apariencia de lo más variopinta. Me había detenido en un puesto ambulante donde servían lo que me presentaron como algodón de azúcar de diversos sabores. Caminando sin rumbo por un barrio cuyo nombre desconocía había percibido el jaleo propio de un lugar donde la gente está disfrutando.

Efectivamente, conforme mis oídos me fueron haciendo torcer por callejones cada vez más estrechos el sonido de guitarras, flautas y tambores fue inundando el ambiente, haciéndose cada vez más cercano. El origen resultó ser una gran plaza rodeada de edificios que habían sido decorados con teselas de colores que, sobre las paredes, conformaban luminosos mosaicos verticales. La temática principal de los mismos era un entorno natural que reflejaba amplios prados con caballos pastando o corriendo. La plaza estaba dominada por una alta fuente de dos niveles, donde una mujer desnuda y los dos corderos en los que se apoyaba regalaban un chorro de agua al amplio estanque de peces que albergaba el nivel inferior. En él, carpas de todos los tamaños y colores se movían en una coreografía aparentemente caótica pero perfectamente sincronizada. En torno a la fuente, un sinfín de puestos y comercios ofertaban comida, objetos de artesanía, pinturas y prendas de ropa de lo más colorido. En un margen de la plaza, sobre algo que se podría calificar como un pequeño escenario improvisado con varias cajas de madera, dos escaleras metálicas y gruesas cortinas de color verde, un grupo de música amenizaba el ambiente.

Jamás había visto a tantas personas reunidas en un mismo lugar en mi vida. Bueno, sería más preciso señalar que jamás había visto a tantas personas, reunidas o no reunidas. Se arremolinaban en torno a las tiendas, concentrándose los más jóvenes en torno a la fuente, habitualmente en parejas que sacaban a relucir sus primeras muestras de amor. Sin embargo, el punto donde más gente se podía divisar era lo que parecía ser una suerte de taberna que exhibía un gran trébol rojo con tres hojas en su fachada. Bajo éste, un cartel luminoso del mismo color reflejaba el lema del establecimiento: "Who needs luck?".

Sin saber muy bien qué hacer en un ambiente tan nuevo para mí, me introduje en el negocio para comprobar que, efectivamente, el interior estaba tan abarrotado como el exterior. Allí la música era bien diferente. Si bien también incitaba a bailar —no sería mi caso, claro—, los bajos retumbaban con mucha más potencia. De algún modo conseguí deslizarme entre cuantos estaban allí y me aproximé a la barra. No me había dado tiempo a pedir, sin saber por qué ni cómo, el ambiente dio un giro de ciento ochenta grados.

Lo percibí cuando varias personas se pegaron a mí bruscamente, comprimiéndome ligeramente contra el mostrador. De buenas a primeras se había formado un gran círculo en el centro del local y media docena de hombres golpeaban sin misericordia a un pobre diablo que, en el suelo, cubría su cabeza con sus extremidades como podía.

—¿Qué ha pasado? —pregunté por inercia, llamando la atención de un grupo de jóvenes que se situaba junto a mí.

—No te metas —me advirtió uno de ellos, un muchacho enjuto con media melena de color castaño—. No sé qué ha pasado, pero ni esos seis ni al que están golpeando son perdonas de fiar.

—¿Les conoces?

—Digamos que se les suele ver por la zona y todos sabemos más o menos quiénes son —concluyó de forma misteriosa, dejando claro que no iba a ser más claro al respecto alejándose de la zona junto a sus amigos.

No sabía a qué demonios se refería el chaval con todo aquello, pero me parecía que dejar que golpearan a ese hombre hasta que se aburriesen no era de recibo. Me aproximé al grupo en tono conciliador, pero uno de aquellos sujetos ni siquiera se molestó mirarme o escuchar lo que tenía que decir. Cuando quise darme cuenta había lanzado un puñetazo en dirección a mi cara. El muy desgraciado me alcanzó de forma contundente. Aquel golpe me sentó mucho peor que un golpe al uso. Simplemente me había aproximado con la intención de relajar un poco el clima tan violento que se había creado. ¿Iba a dejar que me golpearan así, sin más? Por supuesto que no.

Volví una mirada encendida y llena de furia hacia aquel sujeto y, agarrando con firmeza su cabeza, le propiné un contundente cabezazo en el centro del rostro que provocó que se desplomara de espaldas. Antes de que el resto de sus compañeros fuesen del todo conscientes de lo que estaba sucediendo sujeté con firmeza al tipo que estaba justo a la izquierda del primero, que en ese momento propinaba golpes con el talón al apalizado, e impacté mis nudillos contra su nariz hasta en tres ocasiones con cuanta fuerza pude reunir. En el momento en que noté que no sería capaz de mantenerse en pie por sí mismo le lancé con violencia contra una pared cercana para encararme a los demás, que se habían posicionado a mi alrededor.

El situado a mis espaldas lanzó una patada a la corva de mi pierna derecha, que dio en el blanco y me obligó a hincar la rodilla. Ello fue aprovechado por el sujeto situado frente a mí, que me dio  una patada en el rostro que me hizo rodar en dirección a la pared. Me levanté, escupiendo sangre y posicionándome de espaldas a la pared para proteger mi retaguardia. Si los tenía a todos en el campo de visión tendrían más dificultades para alcanzarme, o al menos eso esperaba.

Sabiéndose en superioridad numérica, los dos enemigos situados en una posición más lateral se abalanzaron a la vez sobre mí. El primero lanzó una patada a mi costado derecho  el segundo un puñetazo a mi cara. Conseguí agacharme a tiempo para evitar el puñetazo y coloqué mi brazo para interceptar la patada. Aquellos tipos ni siquiera tenían una fuerza que pudiese rivalizar con la mía, o al menos esa impresión me daba, pero el hecho de combatir con las manos desnudas me hacía mucho más torpe.

Fuera como fuese, agarré con firmeza la pierna del que me había lanzado la patada y, arrojándolo por los aires, lo envié directamente contra el que me había intentado golpear la cara. Ambos salieron despedidos, aterrizando a varios metros de distancia y quedándose inmóviles en el suelo. Al ver lo sucedido los dos que quedaban en pie intentaron salir huyendo, pero no se lo permití. Me abalancé sobre ellos, sujetando sus cabezas y haciéndolas chocar lateralmente, tras lo cual cayeron al suelo. El conflicto terminó entre jadeos y con un hilo de sangre abandonando con timidez la comisura izquierda de mi boca. Me lo limpié con el dorso de la mano antes de acercare con cuidado a la víctima de la agresión.

—¿Estás bien? —pregunté al tiempo que le tendía una mano para ayudarle a incorporarse.

El hombre asomó ligeramente el rostro entre los brazos con los que se cubría la cabeza, aún en el suelo. El miedo y el nerviosismo se reflejaban a la perfección en unos ojos hundidos en sus cuencas. Tenía un aspecto enfermizo y la piel cetrina, con unos pómulos muy marcados y las ojeras muy profundas; todo ello a juego con un cabello largo y negro que recogía en un torpe moño. Desde luego, no tenía pinta de llevar la más sana de las vidas.

El sujeto no me dio tiempo de hacer nada más. En cuanto fue consciente de lo que había pasado y comprobó que sus agresores no se encontraban cerca me apartó de una patada y salió corriendo hacia la puerta. ¿Acaso nadie iba portarse como una persona decente aquel día? Parecía que no, pero me negaba a dejar así el asunto. Rompí a correr detrás del tipo, siguiéndole en dirección al exterior. Corría como si le persiguiese el mismísimo demonio, pero alcancé a ver cómo torcía en una esquina al otro lado de la plaza. En el exterior, todo el mundo se había detenido y se amontonaban, curiosos, para enterarse de qué había pasado en el interior. Los últimos rayos de sol ya regaban las calles de naranja, y durante la persecución que tuvo lugar el astro rey terminó de ocultarse bajo el mar.

En unas ocasiones porque acertaba a ver cómo se esfumaba en un callejón y en otras dejándome llevar por el ruido de sus rápidas pisadas fui capaz de seguirle la pista a aquel tipo. La humedad que cada vez se hacía más patente dejaba ver que el destino del sujeto era próximo al puerto. Efectivamente, tras girar a la derecha por infinitésima vez en una callejuela habitada por ratas, cucarachas y restos de orina me encontré en el mismísimo puerto. A lo lejos, junto a unas grandes cajas, el perseguido se arrodillaba frente a otros cuatro sujetos. No acertaba a entender lo que decía, pero parecía que se disculpaba por algo y pedía clemencia. No obstante, no hubo clemencia y una patada lateral en la cabeza provocó que se desplomase. Acto seguido, se volvieron hacia mí, pero en aquella ocasión estaba preparado.

Al llegar a la zona había visto una larga vara de hierro, seguramente empleada por los trabajadores del puerto en su faena habitual, de una longitud similar a la de mi naginata doble. No era lo mismo, pero se parecía más. En consecuencia, al no verme obligado a defenderme a puñetazo y patada, aquel enfrentamiento tuvo una conclusión mucho más rápida a mi favor.

***

—Tú siempre en problemas, ¿no? —me reprochó el sargento Clarice, un tipo pelirrojo y afable que se las apañaba para localizarme cuando el sargento Shawn era incapaz. Aquella  mañana me había vuelto a intentar librar del entrenamiento, pero el muy condenado me había encontrado y se estaba asegurando de que lo pagase. No terminaba de entender a qué se refería y esa incomprensión debí verse reflejaba en mi mirada, porque el jadeo de la trigésimo octava vuelta a la pista de entrenamiento no me permitía hablar—. El tipo ese tan delgaducho que trajiste bajo el brazo el otro día. Han estado investigando y al parecer se trata de un camello local de un grupo que estaba intentando introducir una nueva droga entre la juventud de Loguetown. Según nos han informado, está cortada con todo tipo de porquería y era un auténtico peligro, pero los tipos a los que les zurraste en el puerto era quienes se estaban encargando de conseguirla y ahora todos han sido atrapados.

—¿Y los primeros? —inquirí como pude.

—Un grupo de la zona que vendía su mercancía en el territorio en el que se estaban introducir los primeros. Pillaron a ese pobre diablo y le dieron su merecido... También han sido atrapados. No sé cómo te las apañas, pero siempre sales con alguna sorpresa de éstas, ¿no, Nowhere? ¿Seguro que no vas a llegar a ninguna parte? —sentenció con una carcajada.

No respondía. No por nada, sino porque no podía. Seguí corriendo, pero mentiría si dijese que aquel comentario no encendió una chispa de orgullo en mi pecho que me acompañó durante el resto del correctivo en forma de, una vez más, entrenamiento físico e instrucción militar.
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[T1 - Autonarrada] Ciudadano de un lugar llamado —Bajo— Mundo - por Atlas - 07-08-2024, 12:03 PM

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