Ares Brotoloigos
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16-12-2024, 12:24 PM
Casi con precisión milimétrica, Ares fue pasando las garras y la mano a lo largo de aquella porción de muro. Los ojos y los sentidos totalmente puestos en esa zona, buscando, rastreando. Podía sentir cada recoveco rugoso y polvoriento de los ladrillos y, no solo eso. Lo más llamativo era el calor que esa misma pared parecía desprender. Como una repentina llama que le hizo apartar la mano casi de manera instantánea. No había sido doloroso, teniendo en cuenta su resistencia al calor, sino más bien había sido un gesto de sorpresa. Eso no tenía sentido, y se vislumbró en sus facciones, con un notorio fruncimiento de ceño y los ojos carmesíes fijos en dicha zona. Definitivamente, ahí había algo raro. Demasiado extraño. Movido, precisamente, por esa sensación, es que el ser reptiliano volvió a posar la mano en la pared, siguiendo no solo el rastro de calor, sino también volviendo a buscar, esta vez de manera más incesante y más cuidadosa.
Solo cuando un par de sus garras tocaron o presionaron dicha zona, fue que un sonido similar a un rugido pareció brotar de entre la piedra. Como si hubiese despertado a alguna especie de bestia de su letargo, por que la pared comenzó a moverse revelando, entonces esa entrada secreta. De inmediato la penumbra brota justo delante de él en forma de una especie de pasadizo oscuro y estrecho. El mismo diablos siente como el susurro lúgubre parece hacerse más intenso, como si le llamase a continuar por ese camino.
De hecho, su incesante acecho le ayuda a volver a encontrar ese rastro en el suelo. Esa sangre que le había llevado hasta, precisamente, ese mismo lugar. Ahí había algo extraño, quizás oscuro, que le agitaba la sangre de manera intensa. Por inercia, se relamió los dientes un par de segundos. Aún así, no se adentró de inmediato. Sino que se mantuvo pensativo. El rastro estaba demasiado fresco. Era verdad que podía perderlo en cualquier momento, pero probablemente iba a necesitar refuerzos para eso.
No le hacía ni la más mínima gracia tener que dejar medio escapar a esa presa que casi tenía entre las garras. El aroma a sangre era demasiado atrayente para alguien como él, pero se sobrepuso y dió un paso hacia atrás. Con la misma mano, volvió a tantear en la piedra hasta que volvió a encontrar lo que parecía ser el interruptor, haciendo que la entrada a aquel pasaje se cerrase. No iba a arriesgarse a que nadie pudiese entrar por ahí. Nadie que tuviese algo que ver. La gente, a veces, de tan curiosa solía ser estúpida.
Así que, con un gruñido bajo y frustrado, se dió la media vuelta y puso paso presto hacia la base. En su bolsillo yacía, todavía, aquella pequeña mariposa dorada que el anciano le había dado.
Solo cuando un par de sus garras tocaron o presionaron dicha zona, fue que un sonido similar a un rugido pareció brotar de entre la piedra. Como si hubiese despertado a alguna especie de bestia de su letargo, por que la pared comenzó a moverse revelando, entonces esa entrada secreta. De inmediato la penumbra brota justo delante de él en forma de una especie de pasadizo oscuro y estrecho. El mismo diablos siente como el susurro lúgubre parece hacerse más intenso, como si le llamase a continuar por ese camino.
De hecho, su incesante acecho le ayuda a volver a encontrar ese rastro en el suelo. Esa sangre que le había llevado hasta, precisamente, ese mismo lugar. Ahí había algo extraño, quizás oscuro, que le agitaba la sangre de manera intensa. Por inercia, se relamió los dientes un par de segundos. Aún así, no se adentró de inmediato. Sino que se mantuvo pensativo. El rastro estaba demasiado fresco. Era verdad que podía perderlo en cualquier momento, pero probablemente iba a necesitar refuerzos para eso.
No le hacía ni la más mínima gracia tener que dejar medio escapar a esa presa que casi tenía entre las garras. El aroma a sangre era demasiado atrayente para alguien como él, pero se sobrepuso y dió un paso hacia atrás. Con la misma mano, volvió a tantear en la piedra hasta que volvió a encontrar lo que parecía ser el interruptor, haciendo que la entrada a aquel pasaje se cerrase. No iba a arriesgarse a que nadie pudiese entrar por ahí. Nadie que tuviese algo que ver. La gente, a veces, de tan curiosa solía ser estúpida.
Así que, con un gruñido bajo y frustrado, se dió la media vuelta y puso paso presto hacia la base. En su bolsillo yacía, todavía, aquella pequeña mariposa dorada que el anciano le había dado.