Primavera 21 – 724
En el horizonte ya no era posible ver la isla Kilombo, el sol, hacía un largo rato que se había escondido tras la silueta de esta, y la profunda noche de la alta mar era el escenario sobre el que navegaba la embarcación en la que se encontraba nuestro joven pirata.
Sentado al borde de la cama de uno de los camarotes, en silencio, pensando en sus cosas mientras miraba por la pequeña ventana de ojo de pez. Esta filtraba la luz de luna que pasaba a la habitación debido a su granulado cristal, dispersando los rayos haciendo que se uniesen a la cálida iluminación de los candelabros de forma homogénea, dando al lugar un aura de hogar y confort.
Junto a él, yacía una mujer solterona de ascendente alcurnia, aun no se la podía considerar bajo ningún concepto noble, pues su familia aún se encontraba asentándose y haciéndose un nombre entre la burguesía, pero era cuestión de tiempo de que la alta sociedad la considerase un miembro más de su escalafón. Después de todo, el capital que poseían y su aumento constante era algo que todo el mundo debía tener en cuenta.
La hija mayor, que por cuestión de mala suerte y malos momentos se había quedado sin desposar. Acercándose a los cuarenta, ¿quién iba a negar en su situación la proposición carnal de un joven con los ojos tan bellos y sinceros? Las amatistas que parecían sus ojos eran difíciles de rechazar, y el embrujo que Byron podía provocar, a hombres y mujeres, con un par de gestos provocadores, fácil de conseguir.
Por desgracia para ella, la cual dormía profundamente, extasiada de sus fuerzas por los momentos de pasión tan irrefrenables que había sentido minutos antes, había sido engañada como una niñita inocente por las palabras del chico de pelo violeta.
Habiéndose enterado Byron por el responsable del negocio de quien era esta mujer la noche que esta hizo acto de presencia en una taberna de Kilombo, no dudó ni un instante en verla como la oportunidad para salir de aquella isla. La suerte pareció sonreírle, pues tras unos intentos de cortejo, pues esta le confesó que estaba allí para desmelenarse un poco antes de emprender su viaje de negocios, era imposible negar que le habían entregado el premio en bandeja de plata.
Por eso se encontraba allí, un día trabajando alguna piadosa y falsa promesa a una mujer que había perdido ya toda su esperanza en encontrar marido, y viaje gratuito conseguido. ¿Su plan para escapar del navío? Sencillo, viendo el resultado de aquella sesión de pasión, simplemente tenía que repetir el proceso la noche en la que llegaríamos a tierra, y escabullirse en la oscuridad como una ratilla de alcantarilla. Dejaría alguna nota, no estaba muy orgulloso de sus actos, y mucho menos quería hacer daño a aquella doncella, pero la necesidad provoca situaciones que preferiríamos no tener que pasar. Al menos, podría sentirse recompensada al pensar las noches que este galán le había dado, un pago equivalente.
Dejándola descansar, y quitándose de su mente todas estas cuestiones, se levantó de la cama, recogió sus calzas, y rebuscó entre los bolsillos de su pantalón para encontrar su pequeña pipa y algo de tabaco, por desgracia algo húmedo, pero servible. Salió del camarote y fue dirección a la cocina, buscó entre los muebles y cajones de esta, hasta encontrar una pequeña caja de cerillas con la que parecían encender los fogones. Por el camino también encontró dos bolsitas de hierbas para hacer té, y como si estuviese en su casa, se preparó uno, calentando algo de leche y sumergiendo ambas para darle más sabor, un terrón de azúcar para aliviar el amargor y con su taza lista salió hacia la cubierta.
Allí pudo encontrarse a uno de los trabajadores de la dama, parecía ser el que se había quedado de guardia. Por suerte, era una noche tranquila, y seguramente sus servicios no fuesen requeridos. Byron al pasar por su lado, le dio un par de palmadas en la espalda, como gesto de agradecimiento por hacer su trabajo, y este chasqueó la lengua como signo de desaprobación, al parecer no todo el mundo estaba contento con la compañía del chico en aquella embarcación.
Siendo sinceros, no le importaba, no era necesario para él llevarse con el resto, solo necesitaba una, y ella estaba rendida a sus pies hace rato. Así, sin remordimiento o preocupación, se llevó la taza a la boca y se acomodó en una de las barandillas de la cubierta mientras observaba la gran Luna frente a ellos.
Una vez acabó la taza, encendió aquel tabaco, hacía mucho tiempo que no cumplía con su ritual de saborear una vez a la semana ese tabaco. Debido a las circunstancias, no había podido ser hasta ahora, y para colmo hacía rato que el atardecer, el momento favorito para este ritual, había acabado. Inspiró profundamente llenando sus pulmones con el humo de aquella combustión, y lo soltó lentamente mientras le dedicaba un rezo en su cabeza al viejo Bernald.
Con ese rápido recuerdo a su maestro, volvió a su mente el presente y fuerte deseo de formar su tripulación, surcar los mares y vivir aventuras. Surcar lo mares, en cierta forma, ya lo estaba haciendo, pero estaba seguro que esto de ahora no se comparaba a compartir esa experiencia con alguien que le importase de verdad.
Saboreó otra calada lenta, para apreciar bien el sabor de aquel tabaco de dudosa calidad, si sabía exactamente como el de antaño. Volviendo a exhalar lentamente el humo pensó que no necesitaría ni querría más de tres integrantes, cuatro contándose a sí mismo, pues prefería algo íntimo y de lazos fuertes.
Un navegante, un médico, y ¿un cocinero, un músico para alegrar el ambiente? Sinceramente este último era más opcional… Aunque lo primero y más importante, era comprar un barco, así no tendría que volver a manipular a ninguna persona.
En el horizonte ya no era posible ver la isla Kilombo, el sol, hacía un largo rato que se había escondido tras la silueta de esta, y la profunda noche de la alta mar era el escenario sobre el que navegaba la embarcación en la que se encontraba nuestro joven pirata.
Sentado al borde de la cama de uno de los camarotes, en silencio, pensando en sus cosas mientras miraba por la pequeña ventana de ojo de pez. Esta filtraba la luz de luna que pasaba a la habitación debido a su granulado cristal, dispersando los rayos haciendo que se uniesen a la cálida iluminación de los candelabros de forma homogénea, dando al lugar un aura de hogar y confort.
Junto a él, yacía una mujer solterona de ascendente alcurnia, aun no se la podía considerar bajo ningún concepto noble, pues su familia aún se encontraba asentándose y haciéndose un nombre entre la burguesía, pero era cuestión de tiempo de que la alta sociedad la considerase un miembro más de su escalafón. Después de todo, el capital que poseían y su aumento constante era algo que todo el mundo debía tener en cuenta.
La hija mayor, que por cuestión de mala suerte y malos momentos se había quedado sin desposar. Acercándose a los cuarenta, ¿quién iba a negar en su situación la proposición carnal de un joven con los ojos tan bellos y sinceros? Las amatistas que parecían sus ojos eran difíciles de rechazar, y el embrujo que Byron podía provocar, a hombres y mujeres, con un par de gestos provocadores, fácil de conseguir.
Por desgracia para ella, la cual dormía profundamente, extasiada de sus fuerzas por los momentos de pasión tan irrefrenables que había sentido minutos antes, había sido engañada como una niñita inocente por las palabras del chico de pelo violeta.
Habiéndose enterado Byron por el responsable del negocio de quien era esta mujer la noche que esta hizo acto de presencia en una taberna de Kilombo, no dudó ni un instante en verla como la oportunidad para salir de aquella isla. La suerte pareció sonreírle, pues tras unos intentos de cortejo, pues esta le confesó que estaba allí para desmelenarse un poco antes de emprender su viaje de negocios, era imposible negar que le habían entregado el premio en bandeja de plata.
Por eso se encontraba allí, un día trabajando alguna piadosa y falsa promesa a una mujer que había perdido ya toda su esperanza en encontrar marido, y viaje gratuito conseguido. ¿Su plan para escapar del navío? Sencillo, viendo el resultado de aquella sesión de pasión, simplemente tenía que repetir el proceso la noche en la que llegaríamos a tierra, y escabullirse en la oscuridad como una ratilla de alcantarilla. Dejaría alguna nota, no estaba muy orgulloso de sus actos, y mucho menos quería hacer daño a aquella doncella, pero la necesidad provoca situaciones que preferiríamos no tener que pasar. Al menos, podría sentirse recompensada al pensar las noches que este galán le había dado, un pago equivalente.
Dejándola descansar, y quitándose de su mente todas estas cuestiones, se levantó de la cama, recogió sus calzas, y rebuscó entre los bolsillos de su pantalón para encontrar su pequeña pipa y algo de tabaco, por desgracia algo húmedo, pero servible. Salió del camarote y fue dirección a la cocina, buscó entre los muebles y cajones de esta, hasta encontrar una pequeña caja de cerillas con la que parecían encender los fogones. Por el camino también encontró dos bolsitas de hierbas para hacer té, y como si estuviese en su casa, se preparó uno, calentando algo de leche y sumergiendo ambas para darle más sabor, un terrón de azúcar para aliviar el amargor y con su taza lista salió hacia la cubierta.
Allí pudo encontrarse a uno de los trabajadores de la dama, parecía ser el que se había quedado de guardia. Por suerte, era una noche tranquila, y seguramente sus servicios no fuesen requeridos. Byron al pasar por su lado, le dio un par de palmadas en la espalda, como gesto de agradecimiento por hacer su trabajo, y este chasqueó la lengua como signo de desaprobación, al parecer no todo el mundo estaba contento con la compañía del chico en aquella embarcación.
Siendo sinceros, no le importaba, no era necesario para él llevarse con el resto, solo necesitaba una, y ella estaba rendida a sus pies hace rato. Así, sin remordimiento o preocupación, se llevó la taza a la boca y se acomodó en una de las barandillas de la cubierta mientras observaba la gran Luna frente a ellos.
Una vez acabó la taza, encendió aquel tabaco, hacía mucho tiempo que no cumplía con su ritual de saborear una vez a la semana ese tabaco. Debido a las circunstancias, no había podido ser hasta ahora, y para colmo hacía rato que el atardecer, el momento favorito para este ritual, había acabado. Inspiró profundamente llenando sus pulmones con el humo de aquella combustión, y lo soltó lentamente mientras le dedicaba un rezo en su cabeza al viejo Bernald.
Con ese rápido recuerdo a su maestro, volvió a su mente el presente y fuerte deseo de formar su tripulación, surcar los mares y vivir aventuras. Surcar lo mares, en cierta forma, ya lo estaba haciendo, pero estaba seguro que esto de ahora no se comparaba a compartir esa experiencia con alguien que le importase de verdad.
Saboreó otra calada lenta, para apreciar bien el sabor de aquel tabaco de dudosa calidad, si sabía exactamente como el de antaño. Volviendo a exhalar lentamente el humo pensó que no necesitaría ni querría más de tres integrantes, cuatro contándose a sí mismo, pues prefería algo íntimo y de lazos fuertes.
Un navegante, un médico, y ¿un cocinero, un músico para alegrar el ambiente? Sinceramente este último era más opcional… Aunque lo primero y más importante, era comprar un barco, así no tendría que volver a manipular a ninguna persona.