
Dan Kinro
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17-12-2024, 04:37 PM
— Uh... ¿Se ha muerto? — Resoplaron los reclutas cotillas.
La formadora Jela Morell observó con atención al anciano Argestes Aquilo, esperando una respuesta concreta a su pregunta. Los segundos se alargaron peligrosamente mientras el anciano parecía debatirse entre el sueño y la vigilia, o la muerte.
Tuvo que llamar a un doctor para confirmar de que todavía seguía en el mundo de los marines vivos. Por suerte para todos, se ahorrarían los gastos de enterrarle en servicio. Aunque fue "despedido" a bastonazos por parte de Argestes.
Los ojos de aquel hombre entrecerrados detrás de unas gafas de sol miraban hacia algún punto del infinito, como si en su mente estuviera pasando lista a sus recuerdos, uno por uno. El leve ronroneo de Godofredo añadía un fondo sonoro a la espera, que se tornaba más incómoda con cada instante que pasaba.
Todos los reclutas que se habían quedado escondidos y cotilleando, tenían el corazón en un puño, esperaban la respuesta a todas sus preguntas existenciales.
Finalmente, un tic involuntario del gato — o quizá el movimiento de las uñas clavándose levemente en la pierna de su amo — lo trajo de vuelta a la realidad.
Argestes, con un ademán lento pero firme, apretó el puño con resolución y su voz, aunque gastada por el tiempo, emergió con un tono que alguna vez debió de comandar barcos enteros.
— Justicia y valor.
De fondo se escuchó un sonoro "Oooooohhhhhh" de los reclutas, como si hubiese soltado tremendo punchline.
Jela Morell parpadeó un par de veces, como si evaluara la sinceridad de aquella respuesta, mientras a su alrededor algunos reclutas, que habían logrado mantenerse cerca sin ser vistos, contenían la respiración. Era evidente que esperaban algo más, quizás una historia heroica o una arenga que los dejara boquiabiertos, pero en lugar de eso, Argestes pareció satisfecho con su declaración.
La frase había sonado vieja, como si hubiera sido sacada de los primeros manuales de la Marina, aquellos escritos cuando el mundo era menos complicado y los ideales, más puros.
La formadora Jela ajustó las gafas redondas sobre el puente de su nariz, intentando recomponer su compostura tras ese inesperado momento solemne.
— Entendido, Señor Aquilo — respondió finalmente, con formalidad — Procederé a añadir su solicitud al registro. Aunque será necesario… una evaluación física y táctica.
Algunos murmuraban que era una locura poner a un anciano en pruebas de combate, mientras otros, más impresionables, comenzaban a tejer leyendas en voz baja. Argestes, sin embargo, parecía no haber escuchado nada de esto; ya tenía los párpados a medio cerrar otra vez, el peso de los años empujándolo lentamente hacia el sueño.
La mujer instructora acercó su mano hacia el veteranisimo y mostrando el indice y el pulgar le consultó.
— Dígame señor Aquilo, ¿cuántos dedos ve usted aquí ahora mismo?