
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
17-12-2024, 06:53 PM
Ragn volaba entre las sombras del bosque. Ese gigante silencioso que se abría paso con velocidad y determinación. El peso de su hermana, aunque ligero en comparación a su fuerza descomunal, era una carga más valiosa que cualquier botín. La sangre resbalaba caliente por su brazo derecho, cada gota perdida era un recordatorio de la bala que había encontrado su hombro, y aún así, su mandíbula permanecía firme, su mirada fría y fija en el horizonte apenas visible entre las ramas. ¡El dolor solo le ayudaba a moverse! El dolor no era un impedimento. Había aprendido desde joven que el dolor no era más que una voz débil, un susurro insignificante que intentaba desviarle del camino. Lo ignoraba con la disciplina del guerrero que sabía que, si se detenía, otros pagarían el precio. La espesura del bosque parecía interminable, cada salto entre las copas de los árboles forzaba al Buccanner a contener su respiración, a mantener el ritmo. Un movimiento en falso, y la posición quedaría delatada. Sabía que los agentes del CP6 no eran de los que abandonaban la cacería con facilidad, ahora no eran solo ellos dos los que huían, sino una sombra mayor, algo que los agentes seguramente reportarían, la Revolución. Era inevitable. Por eso, no podía dejar nada al azar.
La herida punzaba como un hierro ardiendo cada vez que tensaba el brazo, pero él no se permitió detenerse, ni siquiera para sujetar la carne desgarrada de su hombro. Nosha le entregaba dolor y el debía responder con más entrega. La sangre seguía manchando la tela y el aire nocturno la enfriaba rápido, endureciéndose sobre su piel como un recordatorio cruel. Apenas podía escuchar su propia respiración, grave y controlada, pero sentía la humedad en su rostro por el sudor que corría junto a su cabello rubio, pegándosele a la frente. “La playa… entre acantilados…” Ragn mantenía esa información fija en su mente, como un rumbo marcado en el mapa de sus pensamientos. La costa significaba dos cosas, refugio o trampa. Si llegaban, él mismo comprobaría si aquel escondite era seguro o si sería otra emboscada. Lo que sí sabía era que no podía retroceder.
Los árboles comenzaron a volverse menos densos y la tierra bajo sus pies se volvió más arenosa, el cambio en el aire llegó primero, un olor a sal y humedad, más limpio, fresco, como si el mar le estuviera llamando. Ragn aterrizó con un último salto, sus enormes botas golpearon la arena y dejaron profundas huellas a su paso. El impacto hizo que su hombro se estremeciera, y una oleada de dolor le subió por la clavícula hasta el cuello. ¡Qué dolor! Gruñó por lo bajo. Sus pies, descalzos y enterrados en la arena fría, le anclaron al momento presente. La luna se alzaba sobre el mar como un ojo vigilante. Ragn no perdió tiempo. Caminó unos pasos hasta una roca firme, dejó el peso que llevaba con cuidado contra ella y se quedó de pie, apoyando la mano izquierda en su pierna para tomar un respiro. La derecha seguía colgando rígida, manchada con la sangre fresca de su hombro, aunque aún tenía fuerza suficiente para cerrarse en un puño enorme.
Levantó la cabeza, su mirada recorrió la playa de un extremo a otro. La oscuridad lo envolvía todo, pero sus ojos entrenados distinguieron detalles: sombras sobre las rocas, las formas del acantilado recortándose contra el cielo estrellado, el lento movimiento de las olas al romper en la orilla. —Kom igjen... Hvor er dere? —Su voz resonó baja, gutural, como si la misma tierra retumbara con él. No era un ruego. Era una llamada. El silencio solo lo rompían el mar y el viento, pero Ragn sabía que no estaban solos. Alguien debía estar aquí.