Arthur Soriz
Gramps
20-12-2024, 08:19 PM
Ford permanecía de pie, su figura rígida y formal proyectando autoridad. Se notaba que te daba la razón sin duda alguna porque hasta él consideraba que cosas como la navidad y decoraciones eran algo innecesario, o al menos excesivamente infantil como para prestarles tanta importancia; pero también sabía la importancia que era la percepción de la gente con la Marina. Observándote directamente a los ojos comenzó a hablar.
— Esto es sin duda una chiquillada, sí —dijo con voz firme, aunque había un dejo de fastidio en su tono—. Pero no podemos darnos el lujo de ignorarlo.
Soltó un largo suspiro, notándose lo agobiado que se sentía de tener que enviar a un Marine a solucionar algo de lo que perfectamente podrían encargarse los mismos isleños.
— El descontento en Loguetown es palpable. La gente ya tiene poca confianza en la Marina. Si no hacemos algo tan básico como responder a este problema no solo alimentaremos su escepticismo sino que daremos la impresión de que no estamos aquí para proteger sus intereses.
Ford hizo una pausa, inclinándose levemente hacia adelante. Su mirada buscaba que comprendieras el peso de sus palabras.
— Puede parecer insignificante, pero lo pequeño también tiene su importancia. Hoy son unos adornos robados, mañana... quién sabe. La percepción importa y si queremos evitar que empeore debemos actuar rápido.
Con esas palabras te indicó que podías retirarte regresando a su escritorio y sentándose a leer el sin fin de informes que le habían llegado recientemente. No se le veía como alguien que fuera capaz de relajarse incluso en una temporada festiva como esta.
El viento invernal te recibe al salir del edificio. Era un frío que se clavaba en las escamas... mucho más intenso de lo que podrías haber esperado de una isla como Loguetown. El bullicio de la ciudad persistía aunque había algo extraño en el ambiente. Las primeras decoraciones navideñas colgaban de algunas ventanas y farolas pero las áreas principales, como la plaza del mercado, carecían de la habitual festividad.
A medida que caminas hacia la plaza, notas cómo la ausencia de adornos pesa más de lo que habrías esperado. Los rostros de los transeúntes reflejan el descontento... sus murmullos contienen un tono de frustración. No era difícil imaginar cómo algo tan aparentemente trivial podía afectar el ánimo colectivo. El mercado es el primer lugar donde decides buscar respuestas. Entre los puestos de madera y las lonas gastadas el aire está cargado con el olor de especias, pescado fresco y pan recién horneado. Te acercas a un comerciante robusto, un hombre con delantal de cuero que organiza sus frutas con manos callosas. Ante tus preguntas se detiene, mirándote con una mezcla de desconfianza y resignación.
— ¿La venta? Mala... como siempre en invierno. Y peor ahora con toda esta tontería de los adornos. —se detuvo, examinándote con la mirada como si evaluara cuánto confiar en ti— Ah, sí, los hurtos —responde mientras acomoda unas manzanas. Su voz es grave, pero no hostil—. Fueron esos chicos. Han empezado a rondar cerca de los callejones por el taller de sastrería, y también por el almacén abandonado.
Hace una pausa, limpiándose las manos en el delantal.
— Antes eran buenos, ¿sabes? Siempre entusiasmados con las fiestas, ayudando a sus familias a decorar. Pero ahora… parece que todo les molesta. Dicen cosas raras, como que las fiestas no tienen sentido. —con el ceño fruncido, termina de acomodar las frutas que andaba poniendo antes de que hicieras acto de presencia, y con una última mirada de reojo, te da una última pista. — Puedes ir a preguntarle a la señora Crabpot, trabaja en una juguetería al final de esa calle —comenta señalando en una dirección específica—. Esos chicos iban todos los años a esa tienda, así que tu mejor opción será preguntarle a ella.
Sin mucho más que decir, el hombre siguió haciendo sus cosas. Mientras que tú ahora tenías un poco más de información... por un lado podías ir a investigar esos lugares en los que han empezado a rondar estos chicos... y por otro podrías ir a hablar con la señora Crabpot y tal vez averiguar un poco más al respecto de estos muchachos.
— Esto es sin duda una chiquillada, sí —dijo con voz firme, aunque había un dejo de fastidio en su tono—. Pero no podemos darnos el lujo de ignorarlo.
Soltó un largo suspiro, notándose lo agobiado que se sentía de tener que enviar a un Marine a solucionar algo de lo que perfectamente podrían encargarse los mismos isleños.
— El descontento en Loguetown es palpable. La gente ya tiene poca confianza en la Marina. Si no hacemos algo tan básico como responder a este problema no solo alimentaremos su escepticismo sino que daremos la impresión de que no estamos aquí para proteger sus intereses.
Ford hizo una pausa, inclinándose levemente hacia adelante. Su mirada buscaba que comprendieras el peso de sus palabras.
— Puede parecer insignificante, pero lo pequeño también tiene su importancia. Hoy son unos adornos robados, mañana... quién sabe. La percepción importa y si queremos evitar que empeore debemos actuar rápido.
Con esas palabras te indicó que podías retirarte regresando a su escritorio y sentándose a leer el sin fin de informes que le habían llegado recientemente. No se le veía como alguien que fuera capaz de relajarse incluso en una temporada festiva como esta.
El viento invernal te recibe al salir del edificio. Era un frío que se clavaba en las escamas... mucho más intenso de lo que podrías haber esperado de una isla como Loguetown. El bullicio de la ciudad persistía aunque había algo extraño en el ambiente. Las primeras decoraciones navideñas colgaban de algunas ventanas y farolas pero las áreas principales, como la plaza del mercado, carecían de la habitual festividad.
A medida que caminas hacia la plaza, notas cómo la ausencia de adornos pesa más de lo que habrías esperado. Los rostros de los transeúntes reflejan el descontento... sus murmullos contienen un tono de frustración. No era difícil imaginar cómo algo tan aparentemente trivial podía afectar el ánimo colectivo. El mercado es el primer lugar donde decides buscar respuestas. Entre los puestos de madera y las lonas gastadas el aire está cargado con el olor de especias, pescado fresco y pan recién horneado. Te acercas a un comerciante robusto, un hombre con delantal de cuero que organiza sus frutas con manos callosas. Ante tus preguntas se detiene, mirándote con una mezcla de desconfianza y resignación.
— ¿La venta? Mala... como siempre en invierno. Y peor ahora con toda esta tontería de los adornos. —se detuvo, examinándote con la mirada como si evaluara cuánto confiar en ti— Ah, sí, los hurtos —responde mientras acomoda unas manzanas. Su voz es grave, pero no hostil—. Fueron esos chicos. Han empezado a rondar cerca de los callejones por el taller de sastrería, y también por el almacén abandonado.
Hace una pausa, limpiándose las manos en el delantal.
— Antes eran buenos, ¿sabes? Siempre entusiasmados con las fiestas, ayudando a sus familias a decorar. Pero ahora… parece que todo les molesta. Dicen cosas raras, como que las fiestas no tienen sentido. —con el ceño fruncido, termina de acomodar las frutas que andaba poniendo antes de que hicieras acto de presencia, y con una última mirada de reojo, te da una última pista. — Puedes ir a preguntarle a la señora Crabpot, trabaja en una juguetería al final de esa calle —comenta señalando en una dirección específica—. Esos chicos iban todos los años a esa tienda, así que tu mejor opción será preguntarle a ella.
Sin mucho más que decir, el hombre siguió haciendo sus cosas. Mientras que tú ahora tenías un poco más de información... por un lado podías ir a investigar esos lugares en los que han empezado a rondar estos chicos... y por otro podrías ir a hablar con la señora Crabpot y tal vez averiguar un poco más al respecto de estos muchachos.