Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
21-12-2024, 09:18 AM
El líder encapuchado asintió lentamente ante las palabras de Asradi, como si estuviera satisfecho con su decisión. Su postura relajada, aunque imponente, daba a entender que ya había anticipado este desenlace. No hizo comentarios inmediatos, simplemente giró sobre sus talones, su capa ondeando levemente con el movimiento, y empezó a caminar hacia uno de los túneles oscuros que se abrían más allá del espacio donde se encontraban. — Bien, sígueme. — Su tono era firme, pero no autoritario, como si estuviera llevando a cabo un simple trámite más en su rutina diaria. Los hombres armados que quedaban en el lugar les lanzaron miradas inquisitivas, pero ninguno osó decir nada. El eco de sus pasos resonaba por el pasillo mientras el aire húmedo y cargado se cerraba a su alrededor. Asradi, puedes notar cómo el ambiente cambia con cada paso. Las paredes, desgastadas por el tiempo y cubiertas de moho, eran testigos silenciosos de décadas de actividad subterránea. El túnel descendía ligeramente, y el suelo se hacía cada vez más firme bajo ellos, como si estuvieran entrando en las entrañas mismas de la tierra. Después de un par de minutos en silencio, el hombre encapuchado habló, su voz reverberando en el pasillo estrecho. — Entiendo tu escepticismo, sirena. Es natural. — Su tono era pausado, casi paternalista — Pero quiero que entiendas algo. Esto no es tan simple como buenos y malos. Lo que hacemos aquí no es por maldad. De hecho, muchos de los niños que has visto fueron "entregados" por sus propias familias. ¿Que tenemos eslabones sueltos? claro, pero como todas las comunidades. Nadie se libra de locos que hacen lo que no deben. — Suspiró, molesto. Sientes un escalofrío al escuchar esas palabras, pero antes de que pudieras replicar, él continuó. — La verdad es que esta isla está llena de ineptos, especialmente entre los que dicen gobernarla. Políticos corruptos, burócratas ineficientes… no tienen idea de cómo manejar las cosas. Las familias aquí, muchas de ellas, están atrapadas en un ciclo de pobreza y desesperación. ¿Y qué hacemos nosotros? Ofrecemos soluciones.
El pasillo se abrió, de repente, a una especie de enorme cámara subterránea. Lo que ves, Asradi, te deja sin aliento. Era como un hormiguero, pero construido para humanos y minks. Puentes colgantes cruzaban la vasta caverna, conectando distintos niveles de estructuras improvisadas. Había casas hechas de madera y metal oxidado, tiendas de campaña en las plataformas más altas, e incluso algunas edificaciones de ladrillo. Luces cálidas parpadeaban en todas direcciones, iluminando la actividad frenética que parecía no detenerse nunca. Decenas, tal vez cientos, de figuras se movían entre los pasadizos, cargando cajas, hablando en pequeños grupos, o simplemente mirando desde las sombras. El líder se detuvo unos segundos para que ella pudiera asimilar lo que tenía delante. — Bienvenida a uno de los centros neurálgicos de la mafia Mink. Aquí, esos niños que tanto te preocupan no son prisioneros. Son parte de un sistema. Los educamos, los entrenamos, y sí, con el tiempo se convierten en parte de nuestra familia. — Sonaba ... Extrañamente convincente. Comenzó a caminar de nuevo, llevándote por un pasillo lateral más estrecho. Las paredes aquí estaban llenas de puertas de madera, cada una con un nombre tallado sobre ellas. Algunas estaban abiertas, revelando pequeñas habitaciones con camas austeras y muebles básicos. — Cada uno de estos cuartos pertenece a un niño, un adolescente, o alguien que llegó aquí como ellos. No somos monstruos, sirena. De hecho, hacemos por esta isla lo que el gobierno jamás se atrevería a hacer, mantener el equilibrio.
El pasillo desembocó en un balcón que daba una vista más amplia de la "ciudad" subterránea. Desde allí, Asradi puedes ver un grupo de niños siendo conducidos hacia una zona más iluminada, donde unas figuras vestidas con batas blancas parecían estar registrándolos o, al menos, cuidando de ellos. — Te prometí que los niños estarían seguros, y lo estarán. No puedo devolvérselos a sus familias de inmediato, no porque no quiera, sino porque muchas de esas familias ya no tienen nada que ofrecerles. Los trajeron aquí porque no podían pagar sus deudas, y nosotros los aceptamos.— El hombre giró hacia ella, con su mirada fija aunque oculta bajo la capucha. — No somos santos. Pero tampoco somos el demonio que probablemente crees que somos. Dame tiempo, Asradi. Déjame mostrarte cómo funciona todo esto. Y, si después de verlo todo, decides que no puedes quedarte, hablaremos de tus opciones. — Su tono se suavizó, casi como si intentara sonar sincero. — Pero te advierto algo, el mundo fuera de aquí no es más amable. Aquí, al menos, tienes una oportunidad de ser algo más, de ayudar.
Dejó que esas palabras flotaran en el aire mientras el murmullo constante de la ciudad subterránea llenaba el silencio entre ambos. De repente se quitó lo que cubría su rostro.
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El pasillo se abrió, de repente, a una especie de enorme cámara subterránea. Lo que ves, Asradi, te deja sin aliento. Era como un hormiguero, pero construido para humanos y minks. Puentes colgantes cruzaban la vasta caverna, conectando distintos niveles de estructuras improvisadas. Había casas hechas de madera y metal oxidado, tiendas de campaña en las plataformas más altas, e incluso algunas edificaciones de ladrillo. Luces cálidas parpadeaban en todas direcciones, iluminando la actividad frenética que parecía no detenerse nunca. Decenas, tal vez cientos, de figuras se movían entre los pasadizos, cargando cajas, hablando en pequeños grupos, o simplemente mirando desde las sombras. El líder se detuvo unos segundos para que ella pudiera asimilar lo que tenía delante. — Bienvenida a uno de los centros neurálgicos de la mafia Mink. Aquí, esos niños que tanto te preocupan no son prisioneros. Son parte de un sistema. Los educamos, los entrenamos, y sí, con el tiempo se convierten en parte de nuestra familia. — Sonaba ... Extrañamente convincente. Comenzó a caminar de nuevo, llevándote por un pasillo lateral más estrecho. Las paredes aquí estaban llenas de puertas de madera, cada una con un nombre tallado sobre ellas. Algunas estaban abiertas, revelando pequeñas habitaciones con camas austeras y muebles básicos. — Cada uno de estos cuartos pertenece a un niño, un adolescente, o alguien que llegó aquí como ellos. No somos monstruos, sirena. De hecho, hacemos por esta isla lo que el gobierno jamás se atrevería a hacer, mantener el equilibrio.
El pasillo desembocó en un balcón que daba una vista más amplia de la "ciudad" subterránea. Desde allí, Asradi puedes ver un grupo de niños siendo conducidos hacia una zona más iluminada, donde unas figuras vestidas con batas blancas parecían estar registrándolos o, al menos, cuidando de ellos. — Te prometí que los niños estarían seguros, y lo estarán. No puedo devolvérselos a sus familias de inmediato, no porque no quiera, sino porque muchas de esas familias ya no tienen nada que ofrecerles. Los trajeron aquí porque no podían pagar sus deudas, y nosotros los aceptamos.— El hombre giró hacia ella, con su mirada fija aunque oculta bajo la capucha. — No somos santos. Pero tampoco somos el demonio que probablemente crees que somos. Dame tiempo, Asradi. Déjame mostrarte cómo funciona todo esto. Y, si después de verlo todo, decides que no puedes quedarte, hablaremos de tus opciones. — Su tono se suavizó, casi como si intentara sonar sincero. — Pero te advierto algo, el mundo fuera de aquí no es más amable. Aquí, al menos, tienes una oportunidad de ser algo más, de ayudar.
Dejó que esas palabras flotaran en el aire mientras el murmullo constante de la ciudad subterránea llenaba el silencio entre ambos. De repente se quitó lo que cubría su rostro.
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