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Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
24-12-2024, 02:50 PM
Tres meses. Ese era el tiempo que se habían dado durante la última semana del Verano, cuando el sol abrasador ya no lo era tanto y las hojas de los árboles amenazaban con empezar a caer. El Otoño se le había antojado particularmente breve y fugaz, y eso que había estado separada de su particular brigada. Pero su separación no implicaba que hubieran estado cruzados de brazos. Los meses de lo que muchos llamaban el «ocaso anual» habían estado plagados de sorpresas y eventos inesperados; vivencias que, de una u otra forma, habían hecho crecer a la oni. Después de todo, esa había sido su promesa, ¿no? La de ser mucho más —sin quedar claro el qué— que antes, cuando volviera a verles.
El reencuentro aún no se había llegado a dar. Cuando Camille regresó de su larga travesía para volver a caminar por los pasillos del G-31, recibió las nuevas órdenes de la capitana Montpellier casi sin margen de maniobra. Por otro lado, eso era precisamente a lo que estaban acostumbrados.
En aquella ocasión, su nueva misión coincidía con un evento un tanto especial: la inauguración del servicio de viajes inter-marítimo de la señorita Zeppeli que, tras mucha letra pequeña, prometía un pasaje rápido y seguro entre el East Blue y el North Blue. Para la población civil se trataba, sin lugar a dudas, de una oportunidad sin precedentes. Normalmente, tan solo la Marina gozaba de una vía efectiva para moverse de un mar a otro, lo que en parte justificaba la influencia que tenían en los cuatro blues y la Grand Line. Sin embargo, al igual que ocurría con todo lo demás, no era tan solo algo que beneficiase a comerciantes y ciudadanos por igual: aquel pasaje entre mares también serviría a quienes escondían ambiciones menos honradas. Y por eso la L-42 iba a estar presente en aquel evento.
No eran la única brigada designada a esta tarea, o al menos eso tenían entendido, pero en su caso se ocuparían de supervisar la apertura en Loguetown. La señorita Zeppeli se había asegurado de que sus novedosos transportes pudieran partir desde cualquiera de las islas del East Blue, de modo que la Marina se había visto obligada a disgregar a sus efectivos a lo largo de todo el mar. Bien sabían que, entre los pasajeros, se encontrarían también figuras importantes de la farándula criminal que imperaba en el este. Era una oportunidad única para seguirles la pista y atajar el problema de una vez por todas.
Sin embargo, como solía ocurrirle últimamente, aquella misión precisaba de discreción y sutileza; dos cualidades que flaqueaban en Camille, pero que iba trabajando poco a poco. No portaba su uniforme ni su chaqueta de alférez, sino que iba cubierta con ropas ligeras y envuelta en una capa con capucha que la cubría casi por completo. Los cuernos no había forma de disimularlos, de modo que asomaban desde el interior de la capucha. Su rostro se encontraba tapado a medias, con una tela cubriéndole desde el tabique hacia abajo.
Sus ojos carmesíes escudriñaban las diversas plataformas que se habían montado en los muelles de Loguetown pero, sobre todo, con la atención fija en las enormes criaturas que habrían de llevarles hacia el North Blue. Los pulpos de la señorita Zeppeli eran criaturas tan majestuosas como extrañas; se le hacía rarísimo verlos tan cómodos fuera del agua, y más aún que pudieran mantenerse suspendidos en el aire. Eran como globos aerostáticos, con un diseño mucho más bizarro. Y, bueno... Vivos.
—Señorita, se me está montando cola. ¿Billete? —inquirió una de las supervisoras con impaciencia.
—Ah, sí. Disculpe —respondió Camille, volviendo a la realidad y tendiéndole el billete que le habían dado.
—Bien. Número veintitrés. No se me entretenga por ahí, por favor.
La oni se apresuró a seguir las indicaciones, procurando no estorbar ni llamar la atención más de la cuenta. Para cuando llegó al que sería su barco, Camille percibió que no era la primera en llegar. Una enorme y reconocible figura había tomado asiento junto al escaso equipamiento que portaban con ellos. Se acercó hasta donde estaba con calma, tomando asiento justo frente a él antes de bajarse un momento la tela para descubrir su rostro, aunque sabía que no hacía falta para que pudiera reconocerla. Sus labios se tornaron en una sonrisa.
—Cuánto tiempo —cada palabra generando vaho al ser pronunciada—. Parece que no podemos tener reencuentros tranquilos, ¿eh?
El reencuentro aún no se había llegado a dar. Cuando Camille regresó de su larga travesía para volver a caminar por los pasillos del G-31, recibió las nuevas órdenes de la capitana Montpellier casi sin margen de maniobra. Por otro lado, eso era precisamente a lo que estaban acostumbrados.
En aquella ocasión, su nueva misión coincidía con un evento un tanto especial: la inauguración del servicio de viajes inter-marítimo de la señorita Zeppeli que, tras mucha letra pequeña, prometía un pasaje rápido y seguro entre el East Blue y el North Blue. Para la población civil se trataba, sin lugar a dudas, de una oportunidad sin precedentes. Normalmente, tan solo la Marina gozaba de una vía efectiva para moverse de un mar a otro, lo que en parte justificaba la influencia que tenían en los cuatro blues y la Grand Line. Sin embargo, al igual que ocurría con todo lo demás, no era tan solo algo que beneficiase a comerciantes y ciudadanos por igual: aquel pasaje entre mares también serviría a quienes escondían ambiciones menos honradas. Y por eso la L-42 iba a estar presente en aquel evento.
No eran la única brigada designada a esta tarea, o al menos eso tenían entendido, pero en su caso se ocuparían de supervisar la apertura en Loguetown. La señorita Zeppeli se había asegurado de que sus novedosos transportes pudieran partir desde cualquiera de las islas del East Blue, de modo que la Marina se había visto obligada a disgregar a sus efectivos a lo largo de todo el mar. Bien sabían que, entre los pasajeros, se encontrarían también figuras importantes de la farándula criminal que imperaba en el este. Era una oportunidad única para seguirles la pista y atajar el problema de una vez por todas.
Sin embargo, como solía ocurrirle últimamente, aquella misión precisaba de discreción y sutileza; dos cualidades que flaqueaban en Camille, pero que iba trabajando poco a poco. No portaba su uniforme ni su chaqueta de alférez, sino que iba cubierta con ropas ligeras y envuelta en una capa con capucha que la cubría casi por completo. Los cuernos no había forma de disimularlos, de modo que asomaban desde el interior de la capucha. Su rostro se encontraba tapado a medias, con una tela cubriéndole desde el tabique hacia abajo.
Sus ojos carmesíes escudriñaban las diversas plataformas que se habían montado en los muelles de Loguetown pero, sobre todo, con la atención fija en las enormes criaturas que habrían de llevarles hacia el North Blue. Los pulpos de la señorita Zeppeli eran criaturas tan majestuosas como extrañas; se le hacía rarísimo verlos tan cómodos fuera del agua, y más aún que pudieran mantenerse suspendidos en el aire. Eran como globos aerostáticos, con un diseño mucho más bizarro. Y, bueno... Vivos.
—Señorita, se me está montando cola. ¿Billete? —inquirió una de las supervisoras con impaciencia.
—Ah, sí. Disculpe —respondió Camille, volviendo a la realidad y tendiéndole el billete que le habían dado.
—Bien. Número veintitrés. No se me entretenga por ahí, por favor.
La oni se apresuró a seguir las indicaciones, procurando no estorbar ni llamar la atención más de la cuenta. Para cuando llegó al que sería su barco, Camille percibió que no era la primera en llegar. Una enorme y reconocible figura había tomado asiento junto al escaso equipamiento que portaban con ellos. Se acercó hasta donde estaba con calma, tomando asiento justo frente a él antes de bajarse un momento la tela para descubrir su rostro, aunque sabía que no hacía falta para que pudiera reconocerla. Sus labios se tornaron en una sonrisa.
—Cuánto tiempo —cada palabra generando vaho al ser pronunciada—. Parece que no podemos tener reencuentros tranquilos, ¿eh?