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Angelo
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24-12-2024, 03:07 PM
—Que no, que no, que eso tiene que haber sido una coña, sister —le decía a la solarian, medio riéndose—. ¿Cómo coño se va a poder viajar en pulpo? Ni yo me creería algo así. Para mí que te la han colado.
Angelo cruzó el tablón que unía la cubierta del barco en el que habían llegado con los extraños muelles flotantes del Baratie. Acompañado de su inseparable compañera, se sintió lo suficientemente generoso como para lanzarle su merecido pago a uno de los marineros que los habían llevado hasta allí: un berry enterito para que se lo gastase en lo que quisiera. Sí, era bastante posible que solo les hubieran traído bajo amenazas, tales como hundirles el barco si se negaban o ir cargándoselos uno por uno hasta que accedieran o no fueran suficientes siquiera para zarpar. En cualquier caso, fuera como fuese, habían llegado hasta allí sin incidentes con la tripulación ni con la Marina, lo que ya de por sí era todo un logro. Estaba tan de buen humor que ni siquiera se había planteado dejarles uno de sus «regalitos» antes de desembarcar. Además, habían sido bastante legales, y eso era algo que el peliverde respetaba.
Volvían a estar en el Baratie después de todos esos meses, como si aquel condenado restaurante marítimo tuviera algo que les atraía hacia él. En realidad, en aquella ocasión se había tratado de pura conveniencia: todos sus socios sabían llegar hasta allí, de modo que se antojaba como el lugar idóneo para un reencuentro. ¿Pero tendría lugar ese reencuentro realmente? Aún tenía algunas dudas al respecto, pero si no aparecía ninguno de sus infames compañeros... casi que hasta mejor para ellos; tendrían un viaje más tranquilo hacia el North Blue.
A los pocos segundos de bajar, Angelo se quitó las gafas de sol para mirar directamente a las enormes criaturas que deambulaban por allí junto a los diversos barcos y transportes. Parecía que iba a tener que comerse sus palabras y darle la razón a Iris.
—No me jodas... —soltó al aire, volviendo a ponerse las gafas antes de mirar de reojo a la albina—. Está bien, sister, retiro lo dicho. Te debo una caja de tabaco.
Tras esto comenzaron a caminar por los tambaleantes muelles. Angelo apenas llevaba un pequeño petate que sostenía a la espalda con una mano, llevando la libre guardada en el bolsillo de su chaqueta. Hacía un frío de tres pares de cojones, así que por una vez se había dignado a mantenerla cerrada. El cuero no era el material que más abrigara, pero la verdad es que no pensaba ponerse algo menos chulo por protegerse mejor. Después de todo, él era un machote y un poco de fresquito no iba a poder con él.
La risa de unos niños llamó la atención del Lunarian, y fue gracias a eso por lo que vio a quien menos esperaba ver a simple vista: el escurridizo y pequeño cabroncete de Raiga. Parecía que había llegado el primero o, en su defecto, que no había sido capaz de encontrar a ninguno de los otros. Quizá ni se presentasen, conociéndoles, pero tampoco es que eso importase mucho. En cualquier caso, de alguna forma le molestó verle allí ya. Esperaba que hubieran llegado los primeros, pero parecía que se les habían adelantado. Bueno, tampoco importaba mucho. Como se decía en su barrio cuando era un crío: primero basurero, segundo campeón, ¿no?
Se acercó con una sonrisilla, plantándose frente al retaco para hacerle sombra.
—Hombre mocoso, cuánto tiempo. ¿No ha llegado nadie más todavía? —Inquirió, estirando el brazo para ofrecerle un puño que chocar—. ¿Sabes ya cuál es nuestro pulpo?
Angelo cruzó el tablón que unía la cubierta del barco en el que habían llegado con los extraños muelles flotantes del Baratie. Acompañado de su inseparable compañera, se sintió lo suficientemente generoso como para lanzarle su merecido pago a uno de los marineros que los habían llevado hasta allí: un berry enterito para que se lo gastase en lo que quisiera. Sí, era bastante posible que solo les hubieran traído bajo amenazas, tales como hundirles el barco si se negaban o ir cargándoselos uno por uno hasta que accedieran o no fueran suficientes siquiera para zarpar. En cualquier caso, fuera como fuese, habían llegado hasta allí sin incidentes con la tripulación ni con la Marina, lo que ya de por sí era todo un logro. Estaba tan de buen humor que ni siquiera se había planteado dejarles uno de sus «regalitos» antes de desembarcar. Además, habían sido bastante legales, y eso era algo que el peliverde respetaba.
Volvían a estar en el Baratie después de todos esos meses, como si aquel condenado restaurante marítimo tuviera algo que les atraía hacia él. En realidad, en aquella ocasión se había tratado de pura conveniencia: todos sus socios sabían llegar hasta allí, de modo que se antojaba como el lugar idóneo para un reencuentro. ¿Pero tendría lugar ese reencuentro realmente? Aún tenía algunas dudas al respecto, pero si no aparecía ninguno de sus infames compañeros... casi que hasta mejor para ellos; tendrían un viaje más tranquilo hacia el North Blue.
A los pocos segundos de bajar, Angelo se quitó las gafas de sol para mirar directamente a las enormes criaturas que deambulaban por allí junto a los diversos barcos y transportes. Parecía que iba a tener que comerse sus palabras y darle la razón a Iris.
—No me jodas... —soltó al aire, volviendo a ponerse las gafas antes de mirar de reojo a la albina—. Está bien, sister, retiro lo dicho. Te debo una caja de tabaco.
Tras esto comenzaron a caminar por los tambaleantes muelles. Angelo apenas llevaba un pequeño petate que sostenía a la espalda con una mano, llevando la libre guardada en el bolsillo de su chaqueta. Hacía un frío de tres pares de cojones, así que por una vez se había dignado a mantenerla cerrada. El cuero no era el material que más abrigara, pero la verdad es que no pensaba ponerse algo menos chulo por protegerse mejor. Después de todo, él era un machote y un poco de fresquito no iba a poder con él.
La risa de unos niños llamó la atención del Lunarian, y fue gracias a eso por lo que vio a quien menos esperaba ver a simple vista: el escurridizo y pequeño cabroncete de Raiga. Parecía que había llegado el primero o, en su defecto, que no había sido capaz de encontrar a ninguno de los otros. Quizá ni se presentasen, conociéndoles, pero tampoco es que eso importase mucho. En cualquier caso, de alguna forma le molestó verle allí ya. Esperaba que hubieran llegado los primeros, pero parecía que se les habían adelantado. Bueno, tampoco importaba mucho. Como se decía en su barrio cuando era un crío: primero basurero, segundo campeón, ¿no?
Se acercó con una sonrisilla, plantándose frente al retaco para hacerle sombra.
—Hombre mocoso, cuánto tiempo. ¿No ha llegado nadie más todavía? —Inquirió, estirando el brazo para ofrecerle un puño que chocar—. ¿Sabes ya cuál es nuestro pulpo?